El voto cuenta pero, sobre todo, cuesta. En nuestra democracia defectuosa sigue siendo crucial, para definir los resultados de una elección, la precaria cultura política de la mayoría de los ciudadanos. Muchos entre los pobres, que sufren cotidianamente las dificultades para llevar el gasto a sus casas, el asalto en el transporte colectivo, el robo en sus domicilios, los pésimos servicios urbanos (el transporte público, el alumbrado, la limpia...) siguen votando por quienes lejos de cumplir con su responsabilidad, solo simulan y roban; y lo hacen porque un gobierno atracador es el que les permite a muchos, mediante un moche, poner su puesto de fritangas en la calle o vender artículos “pirata” con el que resuelven su día a día.

Y los de hasta abajo, que viven al día y sufren las mayores carencias, suelen ser los que menos demandas presentan, no exigen respuestas al gobierno, ni gustan de participar en la política porque lo que los caracteriza es la apatía, el fatalismo, la resignación y los sentimientos de inferioridad (lo que Roger Hansen, en La política del desarrollo mexicano, identifica como parte de “la cultura del subordinado”). Los marginados son, paradójicamente, quienes intercambian su voto por migajas: un tinaco, material para la construcción, una tarjeta de apoyo social. No son sujetos políticos, sino meros objetos de la política, su pasividad garantiza la reproducción de los peores usos del poder.

Lo mismo alcaldes que gobernadores y sus cómplices en los distintos estamentos de la administración pública, entran pobres y salen ricos de un puesto de gobierno, pero además, no esconden su abundancia, al contrario, se exhiben en sus imponentes camionetas, con sus relojes de lujo, sus consumos en los restaurantes más caros, sus viajes y los de sus hijos a destinos paradisiacos y, algunas veces, en aviones o yates privados... Y detrás de ellos, está una retahíla de lambiscones que se conforman con ocupar distintos cargos menores: policía de tránsito, inspector de vía pública o jefe de oficina, que les permiten engrosar sus carteras esquilmando a la gente. El cinismo con que se desempeña el funcionariado se explica porque se saben impunes, solo los casos más escandalosos pueden ser investigados y aún así la mayoría la libra.

El mexicano cínico, que es mayoría, conoce bien las torceduras del sistema político, pero no las denuncia, más bien espera la ocasión para beneficiarse de alguno de los múltiples circuitos de corrupción; es el que dice: “la amistad se demuestra en la nómina” o, también, “no les pido que me den, nomás que me pongan donde hay”.

Durante mucho tiempo, el apoyo al régimen se sustentaba en los evidentes avances sociales: el reparto agrario, la creación de instituciones como el IMSS, la educación pública como garantía para el ascenso social, el ensanchamiento de las clases medias... Pero hace mucho que la Revolución y sus logros quedaron atrás.

Los estudios de opinión que se difunden en estos días incluyen un dato cada vez más relevante: “¿por qué partido nunca votarías?” El PRI alcanza más del 45%, el enojo puede llevar al “voto de castigo” o “voto en defensa propia”, pero también a la apatía y al abstencionismo que solo favorece a las maquinarias electorales con capacidad para llevar a sus clientelas a las urnas.

El voto informado es casi una excepción. Son muy pocos los que revisan la trayectoria de los candidatos (las cuentas que dejaron en su gestión de gobierno), su oferta política, sus (malas) amistades, su declaración patrimonial…

Por eso, cuando falta un mes exacto para la jornada electoral, la duda persiste: ¿qué se impondrá en las elecciones del 4 de junio en el Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz?, ¿el voto de castigo, el voto informado o el voto comprado? Parece claro que los enojados, que son mayoría, si votan, lo harán en contra del PRI, pero ¿por qué partido?

Conforme se acerque el día de las elecciones, los simpatizantes de aquel candidato que aparezca rezagado (de allí la importancia de las encuestas), podrán moverse hacia otro con mejor posicionamiento, su segunda opción; es el voto útil que llevó al triunfo a Vicente Fox. Sin embargo, la apatía ciudadana que se traduce en niveles de abstención de entre 35 y 40% y la dispersión de las opciones opositoras no anticipa buenas noticias para la alternancia y, más importante aún, para la democracia.

Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.

@alfonsozarate

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses