En México, cambiar de régimen es mucho más que instaurar un gobierno de coalición que, por cierto, está diseñado para operar dentro del sistema presidencial. Un régimen presupone una serie de reglas escritas y no escritas que determinan cómo se adquiere, se ejerce y se mantiene el poder y para qué se usa, así como un grupo más o menos delimitado de personas que las aplican. En este sentido, el actual régimen mexicano incluye el presidencialismo —emanado de una Constitución prolija, alambicada y disfuncional—, un entramado de normas tácitas y un conjunto de políticos encumbrados, encabezado por esa nomenklatura priísta autoritaria que inauguró el patrimonialismo. Ojo: si hay quienes aún duden que el autoritarismo en el PRI es congénito, que se asomen a su reciente Asamblea, que restauró el dedazo y ratificó su deseo de reeditar el absolutismo sexenal.

Cambiar de régimen en México implica, pues, destruir y construir. Desmantelar las redes corporativas y clientelares que vienen del siglo pasado y, sobre todo, la corrupción que comienza en el vértice piramidal del Estado, para edificar un nuevo pacto social sustentado en una democracia parlamentaria representativa y participativa que revierta el divorcio de sociedad política y sociedad civil. ¿Por qué entonces el priísmo enriquecido en la cosa pública, aquel que se reinventa como “estadista” mientras sigue amasando fortuna merced al tráfico de influencias, reduce casi todo a las coaliciones gubernamentales? Porque lo concibe como un subterfugio para conservar el mando. Es asaz significativo que su mantra sea la gobernabilidad y que no aluda a la erradicación de la urdimbre de complicidades que durante la época del partido hegemónico hizo del nuestro un país tan gobernable como corrupto y antidemocrático.

Es de reconocerse la habilidad de ese sector del PRI para vender su versión de los gobiernos de coalición. Puesto que significa un paso en la dirección correcta, y aunque se queda corta porque no se atreve a llegar al parlamentarismo, esa tesis ha capturado la imaginación de todos los tirios y muchos de los troyanos en nuestra partidocracia. La estratagema destila astucia: limitar el debate a la capacidad para gobernar sin riesgo de parálisis legislativa —lo que se anuncia como un giro copernicano— y marginalizar la discusión de los males de fondo. Y es que se trata de una agenda limitada pero novedosa que entusiasma a las cúpulas partidistas. Pocos reparan en dos hechos: que la crisis esencial de la Presidencia de Peña Nieto ha sido de moralidad y no de gobernabilidad y que a la ciudadanía le preocupa mucho más la primera que la segunda.

Los grandes problemas nacionales, los que importan a los mexicanos, son otros. Yo los resumo en cinco: corrupción, pobreza y desigualdad, inseguridad y violencia, regresión autoritaria y amenaza externa y pérdida de soberanía. Ninguno de ellos se resuelve con mecanismos de gobernanza que, si bien son fundamentales —sin ellos no pueden tomarse y ejecutarse decisiones—, no constituyen más que un vehículo para ir a alguna parte. A la inmensa mayoría de la sociedad no le interesa una disquisición que en el mejor de los casos intuye como necesaria pero insuficiente: quiere saber a dónde vamos. Y cuando escucha hablar de las coaliciones como si fuera nuestro destino final, cuando no percibe un cambio en el talante ético de las élites políticas, se aleja más.

No subestimo a los gobiernos de coalición. Si no hemos de llegar al régimen parlamentario, es mejor un presidencialismo con ellos que sin ellos. Sólo enfatizo la imperiosa necesidad de usarlos a guisa de gobernabilidad democrática y no de cartelización de partidos, el imperativo de excluir a los corruptos, desarmar las estructuras de cooptación del autoritarismo priísta, contrarrestar la violencia y dar seguridad a los ciudadanos, proveer un piso de bienestar y defender los intereses de la nación frente a la amenaza Trump. Nada de esto lo quiere realmente ninguna de las vertientes del PRI, por la sencilla razón de que el suicidio es antinatural. Por eso debe ser la reserva moral de la oposición la que asuma la tarea y explique a los mexicanos que el cambio de régimen que necesitamos es uno que haga de México un país gobernable pero también, y principalmente, un país regido por la democracia y no por la cleptocracia.

Diputado federal del PRD. @abasave

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses