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Saltillo, Coah.— El viento disipó las nubes que amenazaban tormenta en la tierra de Carranza y Madero, y al caer la noche José Antonio Meade encaró a tigres y demonios.

Último día de campaña, en Monterrey y Saltillo. El candidato presidencial del PRI, PVEM y Nueva Alianza cerró campaña ayer a las ocho de la noche, en el Parque de Las Maravillas, con el despliegue del priísmo coahuilense, unas 40 mil personas, de acuerdo con los organizadores, sin una movilización nacional, sin cargada de gobernadores —más que el de aquí, Miguel Riquelme, y el de Colima, Ignacio Peralta—, funcionarios presidenciales ni legis-ladores, sólo con su convicción bajo el brazo de que él es el indicado para gobernar el país.

Hasta aquí, donde el PRI ganó la última elección en la mesa del Tribunal Electoral, llegaron los dirigentes nacionales del PRI, del Verde y de Nueva Alianza; los líderes de los sectores obrero, campesino y popular; los dirigentes de secciones y organizaciones del tricolor. Ellos, arriba del escenario del teatro del parque; abajo, miles que inundaban de rojo, blanco, azul y verde la gradería, que se desbordaron en un grito que retumbaba a lo lejos: “¡Pepe presidente, Pepe presidente!”.

Ahí, a su lado, Meade tuvo a sus incondicionales: su esposa Juana Cuevas, su padre Dionisio, su más cercana colaboradora Vanessa Rubio y, un poco más allá, Aurelio Nuño, su coordinador de campaña, pero a un cercano René Juárez, presidente nacional del tricolor, que en los últimos 45 días no paró de pedir el voto para el candidato.

Y así, sin la cargada, hubo matracas, tambores, silbatos... las batucadas inundaron la noche. Lo austero del evento contrasta con el de dos horas antes, en la Arena Monterrey, donde la Banda Los Recoditos amenizó la espera de más de 15 mil seguidores del candidato.

Juana Cuevas se vio conmovida cuando el abanderado presidencial demostró que ha dejado de ser un funcionario riguroso para ser un candidato que arenga, que encara a sus adversarios, que deja en claro —desde su convicción— que López Obrador no es la opción; que fustiga, cuestiona y critica al tabasqueño.

Siguen el Mundial. La última jornada de la campaña presidencial de Meade inició muy temprano en Mérida, cuando a las 6:20 abordó un avión a la Ciudad de México, descansó un poco en un hotel del aeropuerto para luego sufrir, acompañado por Mikel Arriola, por la clasificación de la Selección Mexicana a octavos de final de la Copa del Mundo de Rusia. Con el sabor agridulce de la derrota de México y la clasificación en el campeonato, el candidato se dirigió hacia la terminal aérea.

En una puerta de la Terminal 1 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, espera paciente el llamado a abordar el vuelo 2112 a Monterrey. Decenas de personas le piden una foto y a todas sonríe para la selfie. Es de los últimos en subir. Lo recibe la gente, principalmente colaboradores, con un “Pepe presidente, Pepe presidente”; el candidato les sonríe y agradece.

Al filo de las 12:20 horas la aeronave toma pista y se eleva, sentado en el lugar 7-D, Meade estira las piernas y las cruza al tiempo de entrelazar los dedos de sus manos, casi de inmediato se queda dormido. Sólo fueron 30 minutos de paz, el carrito del servicio lo despierta, bebe té helado y come papas fritas.

En los 50 minutos restantes del vuelo, Meade mira su celular, escucha varias veces un reporte sobre interpretación de las encuestas, mira mensajes y memes, revisa su Twitter y toma su discurso, primero en papel. Hace algunas observaciones con pluma en mano.

Meade baja del avión. Lo esperan jóvenes priístas. En la Arena Monterrey, inundada por banderas de México, es recibido con letreros luminosos que dicen “#México chingón” y “#México potencia”.

Tardó casi 50 minutos en llegar al escenario y habló menos de 20. Lo vieron René Juárez, Claudia Ruiz Massieu, Ildefonso Guajardo, todos los integrantes del CEN del PRI, los liderazgos de uno de los últimos reductos de la otrora poderosa CTM en Nuevo León y los ex gobernadores Benjamín, Sócrates y Natividad.

René Juárez dio un discurso breve, llamando a todos “hermanas y hermanos priístas”. Se movía como pastor de iglesia evangélica, en dominio del escenario.

Luego Meade abogó por la mayoría silenciosa; ahí le recordaron la inspiración de Dionisio.

Y también habló de salir el domingo, juntos, “a una cita con la historia, a una cita a la que no podemos fallar... es la cita con el destino de la nación”.

El candidato apeló al orgullo de ser mexicanos y recordó que hace siete meses dejó de ser funcionario presidencial y afirmó que hay certeza de que va a ganar.

Entonces, Meade viajó a Saltillo, donde retó a diablos y a tigres que, afirmó, no derrotarán a los que elijan con su voto: a las conciencias que no pueden ser apagadas “porque no hay veda electoral para la razón ni para los ideales”.

“Con amor, pasión, responsabilidad y visión, asumamos que con nuestra decisión estaremos definiendo el futuro de nuestros hijos, por eso les pido que voten por México”, insiste ante la ola tricolor, verde y turquesa a la que advierte que están en juego la paz, la tranquilidad y bienestar de todos los mexicanos.

La noche comenzó a caer en esta región donde, entre retos a diablos y tigres, y con la convicción de que los derrotará el domingo con votos, José Antonio Meade Kuribreña cerró su campaña presidencial.

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