Somalia sufrió el sábado el peor atentado terrorista en décadas. Hasta el momento de este escrito, se contabilizan más de 270 personas fallecidas y cientos de heridos. Sin embargo, un atentado no puede ser evaluado únicamente a partir del siempre lamentable daño material que ocasiona ya que el terrorismo es esencialmente un fenómeno de comunicación política que emplea a la violencia solo como instrumento. Por consiguiente, entender lo que ocurrió el sábado en Somalia, supone abordar de una parte el acto violento en sí mismo, la situación de sus potenciales perpetradores y el entorno de inestabilidad que vive el país desde hace décadas, y de la otra, sus efectos psicológicos, la cobertura que este ataque recibió en un principio, y cómo es que esa cobertura fue cambiando a lo largo del domingo. Todo esto en contraste con la cobertura que han recibido los ataques en ese país durante lo que va del año; 71 para ser exactos.

Somalia y Al Shabab

A pesar de que, hasta este momento, el grupo Al Shabab no se ha atribuido la autoría del atentado, prácticamente todos los análisis concuerdan en que solo esa agrupación tiene la capacidad de llevar a cabo algo como lo que vimos el sábado. Es importante recordar que Somalia lleva más de dos décadas de inestabilidad, la mayor parte de las cuales, el país permaneció sin gobierno.

Al Shabab es un grupo militante islámico que libra una lucha insurgente y una campaña terrorista prolongada en el país desde 2006. Esa agrupación emerge de la Unión de Tribunales Islámicos de Somalia y entre esa fecha y 2015 llegó a controlar un alto porcentaje del territorio somalí. Gracias a una coalición de fuerzas de la Unión Africana y al combate antiterrorista por parte de Estados Unidos, Al Shabab ha perdido la mayor parte del territorio que controlaba, aunque también ha recuperado porciones del mismo. Sin embargo, como se ha visto en este blog, el arrebatar territorio a este tipo de organizaciones no termina con ellas; mucho menos en contextos de altísima inestabilidad como es el de Somalia. Cuando son combatidos frontalmente por fuerzas que les superan, este tipo de grupos se repliegan, pasan a luchar de manera mucho menos abierta, y si bien el número y magnitud de sus operaciones disminuyen, normalmente son eficaces para generar guerras de desgaste en contra de las fuerzas de seguridad y sobre todo en contra de la población. Al Shabab es, angustiosamente, el ejemplo de que atacar y disminuir a estas organizaciones, sin al mismo tiempo atender las condiciones de raíz que propiciaron su origen y crecimiento, termina por ser insuficiente.  

Al Shabab es también un caso que ejemplifica muy bien dos fenómenos que acá hemos explicado: (a) Se trata de una agrupación que, desde el 2012, ha manifestado su lealtad a Al Qaeda. Es decir, un grupo local, con metas circunscritas a su territorio, pero que es permeado por la ideología y metas de la jihad global y que se convierte en una de las filiales importantes de la red. Asimismo, sabemos que ya como parte de la jihad global, un importante número de combatientes extranjeros, han ido a parar a sus filas; (b) Al Shabab es uno de los casos en que la lealtad de la agrupación permaneció con Al Qaeda y no mudó hacia ISIS, como ocurrió con muchas otras filiales. Es cierto que algunos combatientes en Somalia, sí cambiaron de bando, y hoy ISIS cuenta con algunos grupos afiliados en ese país, pero ninguno de estos tiene el peso y alcance de Al Shabab. En otras palabras, este caso, de los cuales no hay demasiados, ejemplifica qué ocurre cuando en la competencia por lealtades, reclutas y recursos, Al Qaeda gana la batalla a ISIS.

Por cierto, hay análisis que indican que la magnitud del atentado en Mogadiscio probablemente apunta a la asistencia que Al Shabab pudo haber recibido de la rama de Al Qaeda en Yemen. Este tema es también relevante en términos del otro aspecto que abordo en este análisis: la competencia por ganar espacios en medios de comunicación. Con este atentado, el grupo perpetrador, muy probablemente Al Shabab, comunica un mensaje de fortaleza, de capacidad de adaptarse a situaciones adversas para ellos, un mensaje de contra-respuesta tanto a los miembros de la Unión Africana que han combatido a esta agrupación, como a la Casa Blanca y en especial a Donald Trump: no importa cuánto nos ataquen, seguimos vivos y tenemos capacidad de llevar a cabo atentados de este tamaño.

Un factor más: la inestabilidad en sitios como Somalia no solo favorece el surgimiento y fortalecimiento de grupos terroristas como Al Shabab. Un sitio con gobiernos e instituciones débiles, con ausencia de respeto al estado de derecho e incapacidad para hacer que los miembros de una sociedad paguen consecuencias cuando este estado de derecho no es respetado, favorece también la operación de redes criminales y de piratería (marítima como es el caso somalí). Estas redes se entretejen con las organizaciones terroristas, muy independientemente de la ideología que éstas predican, lo que ocasiona miles de muertes cada año año en países como este.  

Lamentablemente, tiene que ocurrir una tragedia de la magnitud de la del sábado para atraer la atención mediática, también hacia esos otros aspectos.
 
La cobertura del atentado

Un primer elemento a considerar: el sábado por la noche, los medios difundieron que este atentado había ocasionado la muerte de 20 personas. Para ese momento, la cobertura mediática del atentado era muy similar la cobertura que recibieron los otros 71 ataques cometidos en Somalia en lo que va del año: una nota consignada aquí y allá, y sin mayor fondo o contexto de la violencia que aqueja al país. Posteriormente, conforme se fue dando a conocer que la cifra de muertes iba escalando dramáticamente, el atentado atrajo mucho más el foco mediático y la atención en redes sociales. En otras palabras, a diferencia de algunos atentados en capitales europeas que han producido una cantidad muy inferior de víctimas, en el caso de un país africano, pareciera que solo una tragedia de la magnitud del atentado del sábado, consigue algo de atención en redes y medios globales.

Ya en otros momentos hemos hablado al respecto. Recojo y actualizo unas líneas que escribí hace un tiempo para un caso similar: 
 
Vulnerabilidad

El efecto psicológico más importante de un ataque terrorista es que produce en amplísimas audiencias un sentimiento de vulnerabilidad. Es decir, a partir del ataque, es inevitable que cruce por nuestras cabezas la idea de “Esto pudo pasarle a cualquiera y, por lo tanto, también podía haberme pasado a mí”. Por consiguiente, nos convertimos o nos percibimos como víctimas potenciales de ataques de esta índole.

Vulnerabilidad por efecto geográfico

La investigación especializada, hasta hace un tiempo, demostraba que este sentimiento de vulnerabilidad se presentaba en mayor grado a través de círculos concéntricos. Entre más cerca nos encontramos geográficamente de la ubicación de los actos terroristas, la sensación de percibirnos como víctimas potenciales, aumentaba. Este tema, podríamos decir, sigue siendo tan válido como siempre para las poblaciones directamente afectadas, en este caso, la sociedad somalí. Por ello, sería impreciso decir que debido a una relativamente baja cobertura en medios occidentales o globales, estos ataques son ineficaces. Al contrario, son tan eficaces que se siguen repitiendo y su uso se mantiene en aumento.

Vulnerabilidad por efectos psicológicos

De manera adicional a los factores geográficos, la globalización económica, política, cultural y, podríamos decir, mediática -lo que ahora incluye redes sociales- contribuye al desencadenamiento de otro fenómeno: la expansión del sentimiento de vulnerabilidad y de la autopercepción como víctimas potenciales, mucho más allá de las zonas geográficas directamente afectadas. No en todos los casos, pero sí en muchos.

Tomo un caso extremo solo para ejemplificar: Los ataques del 11 de septiembre del 2001 produjeron temores a subirse en avión en muchísimos pasajeros de sitios completamente lejanos a Nueva York o a Estados Unidos, o incluso en ciudadanos de países que no tienen nada que ver con Medio Oriente o que no se relacionan con los conflictos de aquella región. Esto se repite cuando por ejemplo se atacan sitios donde hay turistas extranjeros, o un maratón como el de Boston, en el que, en el caso nuestro, había decenas de corredores mexicanos. Muchas veces, lo que jala nuestra atención como audiencias es más ese miedo o efecto psicológico, y menos la concientización de que hay otras personas en peligro o sufriendo. Muchos medios, no todos, reaccionan a ello y cubren lo que resulta más llamativo a sus audiencias.

Otros ataques simplemente no nos generan a todas las audiencias el mismo efecto de shock o estrés colectivo. Si acaso la nota es emitida y llegamos a leerla o a verla, quizás terminamos horrorizándonos solo por unos instantes, para pasar a otras cosas que percibimos como asuntos de mayor interés, impacto o efecto cercano.

Habituación: Cuando el terrorismo deja de ser “noticia”

Hay un factor adicional: la cuestión de la peligrosa habituación. A partir de bases de datos, hemos calculado que, en países como Irak o Afganistán, hay mínimo, un atentado terrorista cada semana, a veces 2, 3 o 4. En Somalia, han ocurrido ocho atentados cada mes en este 2017, aunque con mucha menor cantidad de muertes. Y lo que sucede, tristemente, es que nos acostumbramos. Esos ataques nos dejan de funcionar como “noticias”. Ya no nos son “novedad”. Nos cansamos y dejamos de interesarnos. Eso, por supuesto, conlleva muchos riesgos como lo son la falta de concientización de eventos que tienen lugar ante nuestros propios ojos, o la falta de empatía. Pero también incluye otro riesgo: muchos grupos terroristas se van dando cuenta de que si, como parte de sus estrategias se encuentra la de llamar la atención de las audiencias de potencias y de medios globales, es necesario efectuar ataques en contra de turistas, en contra de ciudadanos extranjeros, o bien, perpetrar masacres de tamaños tales que sí consigan reflectores.

El control de la narrativa

Por último, también juega un importante papel la guerra por el control narrativo. En este tema, grupos como ISIS son especialmente diestros. Cometen atentados –o a veces incluso ya los cometieron, pero los guardan y solo los sacan a la luz posteriormente – en momentos precisos, en ubicaciones precisas y contra víctimas cuidadosamente seleccionadas, para generar los efectos que buscan generar y para posicionar los temas en la agenda que desean posicionar.

Pero esto también puede funcionar al revés. El control y manejo de la información no se encuentran exentos de agendas e intereses diversos. Muchas veces a ciertos actores funciona el hablar de ciertos ataques terroristas más que de otros. Por ejemplo, si dentro del interés de la administración en turno se encuentra intervenir o invadir cierto territorio, es posible que funcionarios clave emitan declaraciones al respecto de determinados atentados, argumentando el peligro que los grupos perpetradores representan. O al revés, si cierto tema o cierto sitio no son prioritarios en la agenda política y, por lo tanto, es preferible que algún ataque terrorista reciba una menor cobertura, entonces los actores políticos pueden, estratégicamente, callar.

Un caso reciente lo tenemos justamente en la cuestión de ISIS. Antes de llamarse ISIS, cuando formaba parte de Al Qaeda en Irak, este grupo sí recibía cobertura, pero relativamente poca. Su protagonismo fue creciendo no solo con sus ofensivas, sino con la decisión estratégica por parte de Obama de liderar una coalición internacional para atacarle. A partir de ese punto, ISIS sustituye a Al Qaeda como “el mayor riesgo a la seguridad estadounidense” y, por ende, en aquél país donde durante 2011, 2012 o 2013, los ataques terroristas recibían muy poco espacio en medios –Irak- ahora, la cobertura crece.

Así que, tanto por lo que ocurre en Somalia, como por la forma como esa historia es contada, hablar del atentado en Mogadiscio sí importa.

Twitter: @maurimm

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