“Me desafío continuamente a mí mismo”, asegura el escritor español que fue el primer invitado del programa Guadalajara Capital Mundial del Libro, y quien es considerado uno de los narradores más impactantes, con novelas policíacas que han comenzado a circular en México y que le han ganado muchos lectores, pero peleado con la idea de ser encasillado en ese género pues asegura que aspira a una literatura más amplia en exploración y géneros.

“Me desafío porque continuamente me doy cuenta de lo ridículo que soy creyéndome lo que no soy, que es una trampa en la que caemos mucho los escritores, en creer que nosotros tenemos alguna verdad, y no la tenemos. Tenemos preguntas, y tenemos mirada, y tenemos voz, y por tanto tenemos una responsabilidad, pero no hay nada que pontificar”, asegura el narrador nacido en Barcelona, en 1968, que cursó estudios de Historia en la Universitat de Barcelona , fue funcionario de la Generalitat desde 1992 hasta 2012, es decir, fue durante 20 años un policía.

Víctor del Árbol, quien fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008 con El abismo de los sueños, alcanzó con La tristeza del samurái el reconocimiento internacional, con la novela que ha sido traducida a una decena de idiomas y ha obtenido numerosos premios, entre ellos Le Prix du Polar Européen 2012 a la mejor novela negra europea que otorga Le Point en el festival de Novela Negra de Lyon; Le Prix Quercy Noir, el Premio Tormo Negro 2 013 y Le Gran Prix de Littèrature Policière en 2015, asegura que para él la escritura es una forma de escapar de la comodidad.

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“Es una forma de entrar en la incomodidad y sumergirme en ella a través del lenguaje ; es decir, ¿cómo cuento esto? Yo no soy el mismo escritor ahora que cuando empecé. Es decir, yo no soy el mismo escritor que escribió La tristeza del samurái , porque ese es el escritor que yo fui hace 15 años; yo soy el escritor de El hijo del padre o de las últimas novelas que he escrito, ¿por qué?, porque he fracasado tanto, tantas veces en la idea y en la expresión de la idea que al final he asumido mi propia limitación”, afirma el narrador que asegura estar condenado a ser el mejor escritor que pueda ser porque es obsesivo e inconformista.

“Nunca será suficiente, porque el camino que hay entre la idea o el pensamiento y la plasmación de ese pensamiento es largo, y en el recorrido hay una fuga y mi obsesión es que esa fuga sea cada vez más pequeña, y eso es un imposible, porque no se puede expresar todo en el lenguaje”.

Víctor del Árbol asegura que el lenguaje no tiene posibilidades infinitas , pero aun así él ni siquiera las ha explorado todas todavía, “pero quiero explorarlas, porque al menos quiero llegar hasta el límite donde lo que queda es lo que había al principio: el silencio. Porque la única certeza es que al final, después de millones de palabras, lo que nos queda es el silencio. Ya no puedes decir nada más, ya no te puedo tocar más adentro, entonces lo que queda es el silencio”.

El silencio de la imaginación

El silencio es para Del Árbol un volver al inicio de su trayectoria, pero dice que hay que hacer ese camino pues el camino del escritor es ese camino tortuoso pero fascinante porque él nunca ha concebido la escritura como una forma de sufrimiento; al contrario “es una pasión que me arrebata y a veces me hace escribir en estado de trascendencia porque buscando una palabra a veces encuentro una idea y buscando esa idea encuentro una forma de contarla”.

En ese camino acepta sus limitaciones : saber como escritor que no puede abarcarlo todo, “pero tú obligación es intentarlo. Mi obligación es intentarlo, mi obligación es escribir cada vez mejor. Mejor no es afilar la lírica o el discurso o la palabra o las imágenes o los personajes o los argumentos o las tramas, no, eso con los años se domina, es una técnica artesanal que puedes manejar; es siempre buscar más allá”.

Su meta es desconfiar permanentemente de las certezas. Porque asegura que la literatura no niega la realidad, al contrario, la multiplica y eso es lo que hace que los escritores desarrollen una forma de pensar más allá de lo superficial. Del árbol asegura que la literatura es partir de una experiencia personal , individual y convertirla en algo universal, donde todo mundo pueda sentirse reconocido.

Y es que en su literatura ha sido importante su historia personal, aunque intenta que no se atraviese sin más. “Nunca sé hablar de lo que soy o de dónde vengo porque precisamente la literatura es un trabajo donde uno hace una exploración porque uno sabe quién es. En todo caso me he dado cuenta de que yo soy un escritor de la experiencia, como podría serlo Albert Camus o Dostoievski, o Steinbeck o este tipo de escritores que al final lo que hacen es trasladar su vivencia personal a la literatura, a la palabra escrita. Eso es lo que me parece impresionante cómo se convierte algo anecdótico, por muy importante que sea, en algo universal”.

Del Árbol dice que él nació en un entorno de silencio, es decir, en un entorno donde no había libros, donde la cultura era algo fuera de la realidad que les tocaba vivir, o en todo caso en una cultura folclórica, flamenca, de sus padres que migraron del sur de España.

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“Vengo de una sociedad acomplejada, de una familia acomplejada por la pobreza, por el hecho de ser emigrantes, de no hablar el idioma, de ser personas sin cultura, sin formación; ese acomplejamiento siempre lo percibí desde muy niño y eso se trasladaba a una forma de silencio, de entender la vida como lucha, de entender la vida como sacrificio, como penalidad, pero al mismo tiempo, creo que eso fue lo que me dio la posibilidad de construir un mundo a través de la imaginación”, asegura.

Pero fue gracias a tener ese tipo de entorno que el narrador barcelonés empezó a desarrollar la imaginación para escapar de una realidad que no comprendía, pero que sí sentía y notaba sus efectos en las relaciones con su padre, su madre y sus vecinos. “Me gusta hablar de la infancia porque creo que es el elemento fundacional de todo, el hecho de nacer en un entorno así, en la montaña, en las afueras de Barcelona, también paradójicamente me dio libertad”.

Y de esa primera experiencia, del silencio, de esos primeros fantasmas, de esos primeros conflictos, de esos primeros miedos, nace su necesidad de escribir; porque a los 12, 13, 14 años, Víctor del Árbol tuvo la suerte de encontrar en los libros, en la lectura, en la biblioteca, un refugio, y a los 14 tuvo la certeza de que quería ser escritor, pero debieron pasar muchos años, hasta cuando ya tenía 40 años, que publicó su primer libro.

“Publiqué mi primera novela con casi 40 años, pero desde los 14 años mandaba manuscritos a las editoriales, a los agentes, a los premios. Durante muchos años conservé las cartas que me mandaban, los que me mandaban, diciéndome que no, que no, que no, llegué a acumular cientos de cartas; la noche que gané el Premio Nadal , lo primero que hice fue quemar todas esas cartas en una suerte de exorcismo, de decir: todos estos no, me han traído a este sí. Mi fuerza como escritor es la voluntad de ser escritor, la voluntad de crear y escribir. Si tú me dijeras qué soy yo, soy una voluntad de convertir unos sueños de niño en una realidad de adulto. Y vivirla”, concluye el narrador que llegó a México para conquistarlo con sus historias.

“Es una forma de entrar en la incomodidad y sumergirme en ella a través del lenguaje; es decir, ¿cómo cuento esto? Yo no soy el mismo escritor ahora que cuando empecé. Es decir, yo no soy el mismo escritor que escribió La tristeza del samurái, porque ese es el escritor que yo fui hace 15 años; yo soy el escritor de El hijo del padre o de las últimas novelas que he escrito, ¿por qué?, porque he fracasado tanto, tantas veces en la idea y en la expresión de la idea que al final he asumido mi propia limitación”, afirma el narrador que asegura estar condenado a ser el mejor escritor que pueda ser porque es obsesivo e inconformista.

“Nunca será suficiente, porque el camino que hay entre la idea o el pensamiento y la plasmación de ese pensamiento es largo, y en el recorrido hay una fuga y mi obsesión es que esa fuga sea cada vez más pequeña, y eso es un imposible, porque no se puede expresar todo en el lenguaje”.

VÍCTOR DEL ÁRBOL
Escritor
“Me desafío porque continuamente me doy cuenta de lo ridículo que soy creyéndome lo que no soy, que es una trampa en la que caemos los escritores”

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