Desde Viena, el tenor toma la llamada. Para algunos, es el mejor del mundo, pero él se ríe al escuchar esto y piensa que es una exageración. En 1992 sustituyó a Luciano Pavarotti en el Met de Nueva York y ha ganado, entre otros reconocimientos, el premio del Artista del año de la Ópera Británica en 2000, el Echo Klassik de Alemania, también como Cantante del Año, en 2001, y el Opera News en Nueva York en 2018.

Los pies no se le mueven del suelo con los premios y le entusiasma saber que se presentará junto a artistas jóvenes del Estudio de la Ópera de Bellas Artes el 10 de septiembre, a las 17:00 horas, para celebrar su trayectoria durante la “Gala Ramón Vargas, 40 Aniversario” en el Palacio de Bellas Artes. También lo acompañarán la soprano María Katzarava, el Coro y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, y Luis Miguel Sánchez, en la dirección coral, así como Iván López Reynoso, en la orquestal.

El tenor Ramón Vargas.  Foto:  CORTESÍA LUIS CHAPA, Archivo EL UNIVERSAL.
El tenor Ramón Vargas. Foto: CORTESÍA LUIS CHAPA, Archivo EL UNIVERSAL.

Si pudiera verse a sí mismo en 1983, ¿qué se aconsejaría?

Dame consejos y dime cómo tengo que encontrar el camino. En esta vida no te vas a arrepentir de lo que fallaste, sino de lo que no intentaste. Hay que intentar las cosas; a veces salen y, a veces, no, pero lo peor que puede pasar es quedarse con cosas en el tintero y ni siquiera haberlo intentado. La vida se va en un instante, y cuando volteas ya no eres un joven, dejas de ser la atracción y tienes que tomar las cosas en su momento y ser coherente.

¿Cuál es el mayor riesgo que ha tomado en su carrera?

Decidir quedarme en Europa. Me fui en 1986 para estar en un concurso internacional de canto y saber cuál era mi nivel real como cantante. Jamás pensé que yo iba a ganar. Había ganado concursos en México, no a nivel internacional. Yo me fui a valor mexicano. La vida me dio sorpresas, me quedé en Europa y ya no regresé. El segundo riesgo importante lo tomé un año después, en 1987, cuando me dieron un contrato fijo para el Teatro de Lucerna; ahí me pagaban mensualmente, me quedé casi tres años. Pensé: estoy seguro, pero a lo mejor aquí me quedo, tengo que probar otros vuelos y otros lugares. Dejé el contrato fijo, con un pasaporte mexicano y me arriesgué a ser freelance, un cantante libre, para que me invitaran a cantar en producciones, que es lo que actualmente hago.

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¿Qué le hubiera preguntado su yo de los años formativos?

¿Cuál es el secreto para tener una carrera tan larga, una longevidad? Al final, son ya más de cuatro décadas. Celebro 40 años en Bellas Artes, pero debuté el año anterior: son 41 años. El secreto es la pasión y siempre estar activo, queriendo aprender más. Acabo de debutar, hace una semana, en el rol de Don José en Carmen, que es tan popular y yo nunca había cantado este rol. En noviembre debuto también en la ópera Norma, de Bellini, y el rol se llama Pollione, el tenor; una ópera del bel canto puro. Sigo aprendiendo cosas, ya me cuesta más trabajo, pero estudio más tiempo y no me echo para atrás.

Ha hecho más de 70 roles, ¿cómo eligió lo que va a presentar en la gala?

Hay muchas obras que ya no canto. Casi todas las de mi amado Rossini, que fue el principio de mi carrera; algunas cosas de Bellini, aunque ahora voy a contar el Pollione en Norma. Pero ya no los canto más porque se salen de mi rango. Los cantantes somos como los boxeadores, vamos por categorías de peso, no por ser un tipo de peso eres mejor boxeador que uno completo. En mi carrera, que ya es larga, mi voz pasó de ser un peso ligero a uno medio. Hay roles que yo hacía cuando era joven y que ya no puedo cantar, como El barbero de Sevilla, La Cenicienta, de Rossini o La sonámbula, de Bellini y otras obras que son demasiado agudas y no me quedan cómodas. Ahora me quedan mejor las obras de peso medio. No soy un peso completo, no soy un dramático y nunca lo seré. Hay que conocer los propios límites y respetarlos. Eso es otro secreto.

¿Cuál es el mayor reto para un cantante mexicano?

El mayor reto para un cantante es volverse cantante. Suena como una perorata, pero no lo es. Las voces se confunden con un instrumento muy hermoso, como un gran piano. Es un error pensar que por tener ese gran piano, alguien ya es pianista. El reto es tener la disciplina para dominar el instrumento; volverte un experto en frasear, en pronunciación, estilo, clase, en todo lo que se necesita para volverte un cantante. Nada más con la voz porque hay que poner todo lo demás: la actuación, la interpretación. Es un trabajo muy arduo, difícil.

¿Y no es un reto universal?

Desde luego, pero no podemos comparar las infraestructuras de los alemanes o los estadounidenses con las nuestras. Nosotros tenemos unas infraestructuras que necesitan todavía desarrollarse o tener más. También hay mucha afición a la ópera en México, pero desde luego que hay menos que en Alemania.

Alemania es el país donde más ópera se consume, es más o menos del tamaño de Chihuahua y tiene quizá 90 teatros activos. Es impresionante la capacidad que tienen de producir; desde luego, necesitan cantantes para ello. Producen e importan muchos cantantes. Es una realidad que en México no tenemos y no podríamos tener porque no tenemos esa tradición, a pesar de que en México hay muchas voces muy buenas y cantantes de excelencia.

Un joven cantante alemán tiene más posibilidades de desarrollarse que un joven cantante mexicano. Hay mucho talento en México, en la gala estaré muy bien acompañado por los jóvenes del Estudio de la ópera en Bellas Artes. Eso para mí es sensacional, es un buen acierto ese tipo de encuentros con los jóvenes y un veterano como yo. La ópera en México tiene mucho talento, pero falta infraestructura en México, es un tema que he hablado mucho, desde que me fui de México, antes de que fuera director. Sabemos por dónde va el tema, no hay mucho que decir. Lo importante es crear la educación; darle sentido a todos los artistas que hay en México y darles un fundamento realmente educativo para que a la gente le guste la ópera, que vuelva a pedir ópera y se haga más ópera. Algo como la ley de la oferta y la demanda. Tiene que haber un parteaguas para que se tomen manos a la obra.

La mezzo-soprano letona Elina Garanca (i) y el tenor mexicano Ramón Vargas. Foto: EFE/HERBERT P. OCZERET, Archivo EL UNIVERSAL.
La mezzo-soprano letona Elina Garanca (i) y el tenor mexicano Ramón Vargas. Foto: EFE/HERBERT P. OCZERET, Archivo EL UNIVERSAL.

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¿Qué opina de la censura y la corrección política?

No se deben cambiar las motivaciones. Otelo es un cantante de raza negra. Todo el juego de la obra se basa en la inseguridad de un hombre que vive en un mundo de blancos y que es alguien de raza negra, muy poderosos a nivel político y, sobre todo, como guerrero, era un personaje importante. La obra tiene esa base, no la puedes cambiar. ¿Cómo vas a cambiar Madame Butterfly? Las óperas en general nos enseñan la realidad humana y la confrontación de las realidades humanas en la historia. Nos enseñan lo que estuvo bien y lo que estuvo mal. ¿De qué habla La traviata? De una chica que era un personaje central en una época en la que ella era una prostituta de lujo y en la que el papá del novio, del enamorado, lo considera vergonzoso y se entromete. Eso sigue siendo real, hay familias muy controladoras. No podemos negar las realidades, si las negamos quitamos nuestra historia. ¿Por qué se va a negar? Hay que reflexionar sobre estas realidades.

¿Qué le falta a usted a estas alturas?

Busco todavía cosas en el arte y la música, que me motivan a seguir cantando después de tantos años. No sé qué es, pero invierto mi tiempo, mi energía y mi salud para que yo pueda seguir buscando mi verdad en la música y en la ópera. Había un escritor alemán que decía una frase hermosa; dice que las personas que son felices en el mundo son las que han logrado sus sueños infantiles. Yo me considero una de esas personas.

Foto: CORTESÍA LUIS CHAPA., Archivo EL UNIVERSAL.
Foto: CORTESÍA LUIS CHAPA., Archivo EL UNIVERSAL.
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