Después de dos temporadas en octubre y noviembre de 2021, “ ”, pieza escrita y dirigida por Richard Viqueira, vuelve a ser llevada a escena. La , que ha sido descrita como un “juguete escénico sadomasoquista” y un “arcade escénico interactivo”, emula los locales de videojuegos que fueron populares en la .

Como el nombre y las descripciones dejan ver, en la pieza también se representa una sesión de videojuegos donde el espectador entra, forma parte del dispositivo escénico y se encuentra con una cabina / consola dentro de la cual hay un actor encerrado; al inicio de la función se le dan un par de monedas que él inserte en la cabina y distribuye para convertirse en algo más que un testigo u observador pasivo. A partir de ese momento, él elige el destino de los personajes durante la siguiente hora y media.

“El concepto de la obra es que el espectador pueda manejar seres vivos como si fueran personajes de un videojuego. Para lograrlo hay alrededor de 30 juegos interactivos que están a cargo de seis performers y tienen elementos sadomasoquistas, sexuales, de pelea o de estrategia; los mismos géneros que existen en los videojuegos, pero experimentados por personas que sudan, sangran, y lloran”, cuenta, en entrevista, Viqueira.

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La obra es, en sus palabras, una reflexión sobre las posibilidades del determinismo del libre albedrío: “¿Qué tan libres somos los que jugamos o los que son jugados? ¿Qué tanta libertad poseemos cada uno?”.

Se trata, continúa, de llevar a escena una metáfora de la relación entre Dios y sus devotos o entre un político y sus súbditos. La naturaleza del poder y la libertad; la naturaleza de la escapatoria y el descubrimiento de qué tanta libertad posee el individuo son los temas que Viqueira pone sobre la mesa.

Richard Viqueira regresa con un videojuego de carne y hueso
Richard Viqueira regresa con un videojuego de carne y hueso

Foto: Richard Viqueira

Al terminar la función, ya en la intimidad o solo, el espectador tendrá una tarea frente a sí mismo: el análisis, la introspección, que alguien puede llevarse a su casa, abunda Viqueira, después de haber jugado con tres personas y obligarlas a hacer el ridículo, lastimarlas o gozar a su lado.

“¿Cuál es la toma de conciencia del espectador cuando regresa a su casa? Si tener este poder inmediato o súbito lo llena de placer o, al revés, lo llena de culpa haber abusado de un coto de poder momentáneo que se le dio en la dinámica particular de este juego”.

La obra plantea, entonces, de una forma lúdica, no convencional, temas filosóficos y políticos que no se dan desde “un discurso anquilosado”. Que el espectador alcance las preguntas pertinentes depende, en gran medida, del formato de la pieza: a diferencia de una obra convencional (con una trama clásica que lo más a lo que podría apostar es a romper la cuarta pared) o de una performance, que es espontánea y efímera, “Dios juega videojuegos y yo soy su puto Mario Broz” está escrita a partir de ramificaciones; como en la mayoría de los videojuegos, cada decisión se bifurca de manera exponencial y se convierte en cuatro, seis o 24 situaciones que existen en el libreto. “Los actores ya tienen una pauta que interpretan según lo que decide el espectador y lleva a un desarrollo”.

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Durante la obra / juego, el público también puede obtener recompensas, ya sean nuevas monedas o algo de índole personal que los actores, performers, ofrecen; una lágrima, por ejemplo.

El escenario es, como ya se señaló, una emulación de los arcades de los años 80 y 90, y, en ese recorrido, el espectador decide “cómo quiere participar y qué tipo de relación quiere establecer con un desconocido. Son encuentros que ocurren de un momento a otro y van derivando en lo que pasa en la obra”.

“Dios juega videojuegos y yo soy su puto Mario Broz” tendrá ocho funciones del 2 al 12 de febrero de 2023 —jueves a domingo— en el Teatro Benito Juárez (Villalongín 15, Cuauhtémoc). Los horarios son: 20:00 horas (jueves y viernes); 19:00 horas (sábado) y 18:00 horas (domingo). El elenco está conformado por Valentina Garibay, Nane Aguilar, Omar Adair, Pastor Aguirre, David Blanco, Ángel Luna y el propio Richard Viqueira.

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melc