Diego y yo, de Frida Kahlo, que fue subastado por Sotheby’s en Nueva York, es uno de sus autorretratos más poderosos, pero también de los menos advertidos de acuerdo con el investigador e historiador del arte Luis-Martín Lozano, quien lo define como el último cuadro que tiene esa entereza creativa, conceptual, intencional de la pintora.
Es una obra que tan pronto como la hizo, se envió fuera de México —sólo se vio otra vez en el país en una exposición en 1983—; fue el último de una serie de retratos de busto que pintó en esa década, cuando además —y poco se ha hablado de ello— acababa de perder a su otro gran amor: Josep Bartolí.
Estas circunstancias en que creó la obra y los significados de su contenido —no siempre explícito— son analizados por Luis-Martín Lozano, quien es el editor del libro Frida Kahlo. Obra pictórica completa, que acaba de publicar Taschen.
La pintura fue conservada por sus dueños originales hasta 1990, cuando fue vendida por Sotheby’s por un millón 430 mil dólares a la galería Mary Anne Martin.
Ahora regresó a Sotheby’s para una segunda subasta. Luis-Martín Lozano analiza los significados de la obra, por encima del impacto en el mercado del arte mundial.
“Yo diría que toda la producción de Frida está imbuida en algún elemento sobre su personalidad creativa: no es la representación física o biográfica de los acontecimientos sino la que se construye de sí misma, y esto nos plantea la conceptualidad del autorretrato”. Al revisar Diego y yo, se refiere a elementos del contexto: cuándo fue pintado, cómo fue pintado, para quien fue pintado y, por otra parte, lo que tiene la pintura.
Es un cuadro relativamente pequeño (mide 29,8 x 22,4 cm); y fue pintado para los coleccionistas Florence Arquin y Sam Williams, en junio de 1949. “Frida y Diego habían entrado en contacto con Florence Arquin, una estadounidense cuya personalidad todavía me causa escozor: pintora, escritora, viajera, recorre Latinoamérica tomando fotos, y financiada por instituciones como Federal Art Project. Viaja por Brasil, México y otros países; toma fotos, pero su proyecto nunca se publica.
Describe que Diego y yo en su factura es bellísimo: “Está pintado como si fuera un cuadro flamenco, con esa pincelada pequeña y corta de Frida, como un esmalte; cada pelo del enredado cabello fue pintado con delicadeza; los ojos, las lágrimas, el rostro de Diego es un extraordinario retrato. Le puso todo el empeño, capacidad e intelecto… Es como una especie de manifiesto. Quiere dejar dicho algo. Tiene una profunda intencionalidad”.
Diego está en el nombre del cuadro, y en la frente de Frida como un tercer ojo, “señal de inteligencia”. Hay tres lágrimas, tres dolores ¿qué significan? La obra muestra y oculta.
El periodo de los 40 es de los mejores en su obra, pero al final de esa década comprende que no es feliz: “Se da cuenta de que ella, la persona, no es Frida, el personaje del que Rivera está enamorado, y de que juega este rol de compañera inseparable”.
Cita unas palabras del texto que escribió Frida en el marco de exposición de Diego en Bellas Artes, ese 1949: “Quizá esperen oír de mí lamentos de ‘lo mucho que se sufre’ viviendo con un hombre como Diego. Pero yo no creo que las márgenes de un río sufran por dejarlo correr, ni la tierra sufra porque llueva, ni el átomo sufra descargando su energía… para mí, todo tiene una compensación natural. Dentro de mi papel, difícil y oscuro, de aliada de un ser extraordinario, tengo la recompensa que tiene un punto verde dentro de una cantidad de rojo: recompensa de equilibrio”.
Lozano explica: “El cuadro nos está diciendo que por doloroso que sea lo que está viviendo, por dolorosa que sea la distancia entre ella y Diego, son equilibrio, un mismo ser... aunque le provoca dolor porque en ese acuerdo conceptual, artístico, anímico no es enteramente feliz”. También al revisar los archivos, Lozano encuentra que en ese año, Frida perdió a otro de sus grandes amores: Josep Bartolí.
Para el investigador, en la obra hay un ejercicio conceptual y ese es uno de sus grandes méritos: “Es muy avanzado ese planteamiento de que el artista no sólo es lo que quiere decir sino lo que no te dice. Lo que sucede aquí es una deconstrucción del personaje y eso como postura intelectual es muy adelantado para los años 40. Para un artista convencional, con prestigio, reconocimiento, su trabajo es el reflejo de sus logros, no el reflejo de su negación.
Ella desde los 20 construye un discurso artístico, intelectual, sobre sí misma; una historia de amor con Rivera que hace eclosión cuando ella descubre que la engaña con su hermana; logra reconstruirse, decide que es feliz con él, lo perdona y siguen adelante en 1940. Nueve años después, los dos son los pintores más reconocidos, viven en este mundo imaginario que es la Casa Azul, son compañeros, colegas, solidarios, pero hay una parte emocional que no está recibiendo Frida —y tampoco Rivera—; la depresión en que vive Frida impacta en Rivera; se involucra con Emma Hurtado... Frida se va volviendo más susceptible emocionalmente, cada vez más frágil en su salud. No se vuelve a recuperar después del 49; ese año es el último aliento creativo”.
44,4 MILLONES DE DÓLARES es la marca para una artista mujer en subastas, con Jimson Weed/White Flower No. 1, de Georgia O’Keeffe, en 2014.
Los récords
En 1990 fue la primera obra de un latinoamericano que rompió la barrera del millón de dólares, luego se vendió a un coleccionista particular.
La marca que este 16 de noviembre fijó Kahlo es de 34.9 millones. Antes era de 8 millones, en 2016, con Dos desnudos en el bosque (la tierra misma).
La marca en subasta de arte latinoamericano es de Rivera con Los rivales, vendido en 2019 por 9.8 mdd.