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En 1921 se celebró el centenario de la consumación de la Independencia. El gobierno, en señal de gratitud a los países que vinieron a México para unirse a la ceremonia de aniversario, arrancó los nombres a las calles que la ciudad había tenido durante 300 años y las rebautizó, desde entonces tienen nombres como República de El Salvador y República de Chile. Las calles que no abarcaron el resto de Latinoamérica, conservan el original que refería a personajes ilustres o hacía referencia a edificios importantes, incluso a leyendas. Con este suceso, dice Héctor de Mauleón, empezó el proceso de demolición de la memoria de la ciudad. “El pasado estaba escrito en el nombre de sus calles”, cuenta en entrevista.

“En el siglo XIX los liberales derribaron todo lo que pudieron del pasado colonial, acabaron con templos, con conventos, tiraron todo lo que pudieron, lo que quedó se conservó de milagro. Los habitantes fueron perdiendo su relación con sus lugares. Y en 1921 se quitaron los nombres y se comenzó a separar la vida de la gente con los hechos que ocurrieron en la ciudad, pero en 1928 un grupo de intelectuales convenció a José Vasconcelos de que pusiera plaquitas de azulejo para recordar el nombre antiguo de las calles; también pusieron placas para recordar hechos fundamentales de la historia de la ciudad como la primera calle que tuvo alumbrado público” explica el escritor y colaborador de EL UNIVERSAL.

Los golpes a la memoria de la ciudad continuaron con el deterioro del Centro Histórico, que se acentuó en los años 70; con los terremotos con los que se perdieron edificios, y con la incuria con la que también se perdieron edificios únicos para convertirlos en estacionamientos.

A 90 años de ese esfuerzo por no olvidar y con el objetivo de convertir a la ciudad en una especie de museo vivo, Héctor de Mauleón y el escritor Rafael Pérez Gay le propusieron al Gobierno de la Ciudad de México un proyecto que consiste en colocar 200 placas que den cuenta de la riqueza histórica de las calles y de los edificios que las rodean; así como la publicación de Centro Histórico. 200 lugares imprescindibles, una guía de distribución gratuita con un primer tiraje de 10 mil ejemplares, en la que se podrán encontrar más detalles e historias de algunos puntos e inmubles.

El proyecto fue aceptado y el próximo martes 13 de febrero a las 20 horas y en presencia del Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, así como de funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se ubicarán las primeras placas. Luego, durante los siguientes meses, se colocarán las 200 placas que fueron distribuidas en cuatro cuadrantes y brindan información de sitios y eventos que van del siglo XVI al siglo XX.

La guía, coeditada entre el Gobierno de la Ciudad de México y la editorial Cal y Arena, podrá encontrarse en sitios turísticos de la capital del país.

“Elegimos 200 lugares importantes y emblemáticos, sitios en donde vivieron figuras, ocurrieron hechos histórico que debemos recordar porque les devuelve la identidad a las calles. El trabajo lo divimos a la mitad, cada uno buscó 100 sitios y en muchos casos responden a nuestros intereses temáticos; investigamos en los acervos, en libros de la Ciudad de México, fuimos al detalle en cada dirección, fue un trabajo muy minucioso. El resultado lo entregamos al Instituto Nacional de Bellas Artes y al Instituto Nacional de Antropología e Historia para que lo revisaran; realizaron algunas correciones y otorgaron los permisos para colocar las placas de talavera”, comenta Pérez Gay.

Ahora, los que caminen por el Centro Histórico, en calles como Madero, podrán saber que en el edificio que hoy alberga a un restaurante Vips, existió otro inmueble en el que se hizo la primera demostración pública del cine en 1896; era una droguería llamada Plateros; sabrán que ahí, en el entrepiso, unos franceses enviados por Lumière, hicieron una proyección para periodistas entre los que se encontraban Nervo y Tablada.

“Lo que hemos elegido es muy variado. Por ejemplo, encontramos la historia de Bernardo de Balbuena, un cura de pueblo que quería una canonjía en la Ciudad de México y se vino para acá, pero antes se fue a despedir de una señora, en Culiacán, quien le pidió que le mandara una carta para contarle cómo era la ciudad. Él escribió una para que ella supiera cómo era. La señora vino, profesó en el convento de la Concepción y se convirtió en la primera musa de la poesía mexicana. Nos pareció justo que hubiera una plaquita que dijera que en ese lugar profesó Isabel de Tovar, a quien Bernardo de Balbuena le dedicó Grandeza mexicana, el primer gran poema sobre la Ciudad de México”, cuenta De Mauleón.

Pérez Gay relata que por muchos años buscó el lugar en el que se encontraba el bar La América, el primero de la ciudad que tuvo luz eléctrica y al que iban todos los escritores modernistas como Urbina, Nervo, Tablada. “Charlando con unos amigos que contaban con fotografías, supimos que estaba en una calle que se llamaba Cuajomulco, que hoy en día se llama José María Marroquí, esquina con Avenida Juárez, en donde ahora hay un restaurante de comida chatarra. Ahí también pondremos una placa con esta historia porque no sólo queremos hablar de lugares, sino también que haya una memoria cultural, literaria”.

Este proyecto se ha limitado sólo al Centro Histórico, pero esperan que pueda extenderse a otras zonas de la ciudad como las colonias Roma, Tabacalera y Condesa, entre otras.

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