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La ex residencia oficial de Los Pinos, ahora Complejo Cultural, ha sido un enigma que a lo largo de los años se ha buscado resolver sin éxito. Desde el 1 de diciembre se abrieron sus puertas. Sin embargo, aún falta por abrir todos los cajones y los armarios para tratar de reconstruir la memoria histórica de uno de los emblemas del presidencialismo mexicano. Mientras eso ocurre, se ha convertido en un espacio que hasta ayer registró 190 mil visitantes y, de seguir con este interés y si se suma el periodo vacional, se podría llegar a casi un millón de personas en un mes, provenientes de toda la República, que buscan ver de primera mano ese capítulo opaco de nuestra historia moderna.

En el Portal de Obligaciones y Transparencia está ese intento por descifrar a Los Pinos y concentra las decenas de preguntas que la sociedad ha planteado a través de solicitudes de información. Las respuestas que en distintos momentos ha dado la Oficina de la Presidencia de la República están dispersas, algunas fueron declaradas inexistentes y otras están escondidas en una documentación pública escrita con lenguaje complejo y burocrático.

Sin embargo, es posible saber, por ejemplo, que el servicio de mantenimiento y conservación de Los Pinos costó casi 10 millones en 2012, que el sistema de riego y tratamiento de agua potable es uno de los gastos constantes que se ejerce para mantener los amplios jardines del recinto, en 2010 costó casi 3 millones este rubro. También hay datos como que el mantenimiento del parquet de una sola sala de la residencia para un mes costó 41 mil pesos en 2009.

Y que existió un circuito cerrado con 66 cámaras que costó 20 millones, que Los Pinos necesitan de un control de plagas para insectos y roedores, y fumigación, que la jardinería estuvo a cargo del Estado Mayor Presidencial y que hay diferentes tipos de árboles entre los que predominan los fresnos, pinos, álamos y cedro blanco, y plantas como azaleas, aralias, camelinas, bugambilias y rosales, y que incluso se buscó certificar el espacio como un “inmueble verde”.

La Secretaría de Cultura, a cargo de Alejandra Frausto, es ahora la responsable del espacio. Se solicitó a Comunicación Social que se proporcionara la información disponible hasta ahora sobre si existen archivos documentales y fotográficos que den cuenta de la historia de Lo Pinos desde 1934, si hay inventarios sobre los bienes muebles que han sido utilizados en la ex residencia, si habrá ahorro por concepto de gastos domésticos y del personal que atendía a sus habitantes, cuáles serán otros rubros en los que se podrá ahorrar, si cambiarán los sistemas de seguridad y de alarmas, si se generarán otro tipo de gastos dada la nueva naturaleza del espacio. Y, sobre todo, se preguntó si existe un proyecto para recuperar la memoria histórica del espacio durante su periodo como residencia oficial. Al cierre de la edición no se obtuvo respuesta.

Mientras se abre la información sobre este capítulo de la historia, los miles de visitantes tienen casi la misma reacción ante el espacio. Al entrar y contemplar lo que les parecen lujos y excesos, no cabe en sus rostros algo más que asombro e indignación en la misma medida. Se maravillan y se horrorizan ante la opulencia.

Morbo y furor por Los Pinos: ¿cuánto cuesta mantenerlo?
Morbo y furor por Los Pinos: ¿cuánto cuesta mantenerlo?

Mira con desdén la suntuosa Casa Lázaro Cárdenas que se alza frente a sus ojos. “Nomás de ver el comedor o su sala de cine… y nosotros no tenemos ni una televisión”, lamenta.

La historia de Armando Hurtado y su esposa, Patricia Escalante, ambos residentes de la Ciudad de México, es distinta. En la época que Armando asistía a la primaria “El Pípila”, ubicada cerca de Los Pinos, veía entrar y salir gente trajeada por los portones, y le daba curiosidad saber qué hacían allí dentro. “Me sentaba en el barandal y me quedaba pensando: ‘¿qué hay adentro? Me gustaría conocer’. Ahora tuve la oportunidad, y me pareció maravilloso”, dice entre risas.

Ahora Armando es jubilado del IPN y está casado con Patricia Escalante. Los dos fueron vecinos de la colonia San Miguel Chapultepec por más de 23 años; ahí se conocieron. Él recorrió Los Pinos interesado en la parte estética: “Vine a ver los muebles y la parte arquitectónica de las casas. Es muy bonito todo”. A Patricia estar en Los Pinos le trae muchos recuerdos, pues de niña estudió en una primaria de la industria militar porque su padre fue miembro del Escuadrón 201 y visitaba ocasionalmente el complejo: “Teníamos un poco más de acercamiento a este lugar que otras personas porque veníamos a los eventos nacionales”, recordó con nostalgia.

Afuera, ayudada por uno de sus 15 hijos que empuja su silla de ruedas, justo antes de atravesar por el Paseo de la Democracia, Manuela Sánchez, de 85 años, admira los jardines donde los 14 mandatarios pasearon con sus familias y donde ahora decenas de niños juegan en las fuentes, jóvenes pasean de la mano y se toman selfies y adultos caminan con asombro.

De familia humilde, Manuela dice que nunca pensó visitar el recinto, y que al saber que se abriría al público deseo tener la oportunidad de ir para saber cómo era ese sitio casi desconocido para todos los mexicanos. Una cosa le sorprendió, es mucho más grande de lo que imaginaba.

Los ocho integrantes de la familia López Soto se detienen para tomarse la foto del recuerdo. Han llegado de Nayarit, Tuxpan, comunidad afectada por el Huracán Willa, a la Ciudad de México, tras 12 horas de viaje, con dos objetivos: venir a ver al Presidente de la República y conocer la casa donde vivió Enrique Peña Nieto y su familia. “Fue muy buena idea de López Obrador abrir Los Pinos, uno se queda sorprendido porque es muy diferente lo que ellos tenían a como vivimos nosotros allá, en donde apenas la vamos librando”, dice Adolfo López.

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