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El domingo 9 de febrero de 1913, cuando los rebeldes encabezados por Bernardo Reyes llegaron al Zócalo capitalino y enfrentaron a las fuerzas del presidente Francisco I. Madero, en la plaza había algunos civiles paseantes y otros que salían de misa. Ahí, en la retaguardia de ese enfrentamiento también terminaron apostados varios fotógrafos que al ver el repentino ajetreo que se suscitó no dudaron en disparar  con sus cámaras para retratar esas escenas que marcarían el inicio de uno de los episodios más sangrientos de la Revolución mexicana, la Decena Trágica. Hoy, esos diez días de enfrentamientos en la capital son considerados por los historiadores de la fotografía como uno de los momentos más retratados de esa revuelta del siglo XX.

¿Quiénes eran esos fotógrafos? ¿De dónde salieron tantas fotografías de ese momento? ¿Cómo se apostaron en los diversos puntos de la ciudad  o cómo  se infiltraron en las tropas sublevadas para retratar  lo que pasaba en ambos bandos?  A más de  un siglo de ese episodio que marcó  la historia del país, los historiadores Rebeca Monroy Nasr y Samuel Villela reúnen en un  libro textos de 14 especialistas que ofrecen algunas pistas y reflexiones sobre el tema.

"La imagen cruenta. Centenario de la Decena Trágica", editado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), recoge y abunda en las ponencias que diversos especialistas ofrecieron en un coloquio organizado en 2013, en el marco del centenario de  ese episodio que culminó con la muerte de Francisco I Madero.

En sus páginas, ilustradas con fotografías de acervos conocidos o colecciones privadas poco exploradas, el libro busca reconstruir la historia detrás de esas imágenes  que, por un lado,  “muestran una  cotidianidad alterada”, una ciudad que se fue asolada por las balas. "Hay una foto de Manuel Ramos muy elocuente, muy fuerte, donde se ven los cuerpos de civiles tirados, la luz todavía rasante, debió ser como a las 9 de la mañana… Salían de misa, algunas escenas son impactantes porque hay civiles muertos que están detrás del poste de luz, seguramente los veían sólidos y pensaban que refugiándose ahí no les iba a pasar nada”, refiere la historiadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH en entrevista. 

Las múltiples fotografías que hasta ahora se conocen de esos diez días de enfrentamiento en las calles también permiten recrear la forma en que se desarrollaron los acontecimientos, sostiene la especialista. “Es posible hacer un recorrido visual, ves cómo los fotógrafos se van trasladando a otros espacios esa mañana, salen con sus cámaras a hacer el levantamiento visual de los acontecimientos, primero en el Zócalo, el enfrentamiento con Bernardo Reyes, luego en la Alameda”.

El trabajo que entonces realizaron fotógrafos profesionales o aficionados, fotoperiodistas o la gente que trabajaba en los estudios, también  marcó un parteaguas en el desarrollo de la  fotografía y el fotoperiodismo del país y en el mundo, añade Monroy Nasr.  “Es un relato muy ilustrativo porque vemos cómo se va modificando la actitud de los periodistas, de los medios, de los fotógrafos; se ve cómo se da el tránsito de la fotografía rígida, de estudio, a este tipo de fotos”, indica. 

“Es interesante cómo los fotógrafos van captando esos momentos, Sabino Osuna, Manuel Ramos, Hugo Brehme, que salió sin la cámara y luego regresó a fotografiar los edificios dañados”, añade. Por eso, Monroy Nasr y  Samuel Villena no dudan en señalar que los fotógrafos de la Decena Trágica marcaron tendencia en el mundo. “Todos estos elementos  en materia fotográfica se sucederían años después en la fotografía live. Fotografía que en Europa marcó sus acentos en lo cotidiano de la guerra, en lo espontáneo de las actitudes, en la aparición de rostros y personajes inéditos que cubrieron las páginas de diarios y revistas mucho antes que en otros lugares del orbe. Eso hay que mostrarlo, porque es el antecedente de la fotografía “directa” u “objetual”, sostienen los autores en el texto introductorio del volumen.

Esas imágenes fueron publicadas en su momento en las revistas ilustradas y en los diarios. Por ejemplo, Eduardo Melhado y Samuel Tinoco laboraban para Novedades y La Semana Ilustrada, respectivamente; Abraham Lupercio para El Imparcial, Ezequiel Carrasco para Revista de Revistas, Manuel Ramos para El Mundo, Antonio Garduño para El Diario, y Gerónimo Hernández para Nueva Era.

Otros autores visuales de ese momento fueron Heliodoro J. Gutiérrez, Aurelio Escobar y Sabino Osuna. Hoy, esas imágenes se encuentran resguardadas en diversos archivos, tanto públicos como privados, algunos conocidos y otros casi inéditos. 

Entre los ensayos incluidos en este libro destaca uno de Miguel Ángel Berumen, en el que se muestran escenas del interior de las casas bombardeadas. También se incluye  uno de Carlos Martínez Assad, quien  aborda las vidas paralelas de Bernardo Reyes y Francisco I. Madero. Un ensayo del historiador Pedro Salmerón trata de indagar quiénes fueron los maderistas leales en la Decena Trágica; Martha Eva Rocha, en cambio, habla de dos  profesoras y propagandistas leales a Madero, María Arias Bernal y Eulalia Guzmán, para ilustrar la lucha de las mujeres en el maderismo.

En esas páginas hay también textos de Samuel Villela, quien abunda en las fotos y los fotógrafos del cuartelazo. Esther Acevedo rescata del olvido una pintura de Madero  del artista Fernando Best Pontones, mientras que Rebeca Monroy Nasr hace un análisis de las imágenes de Victoriano Huerta y de la militarización de la  viuda en la ciudad. 



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