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En el archivo del escritor Paco Ignacio Taibo II hay, por lo menos, una docena de historias por contar. Hay cientos de notas tomadas por aquí y por allá. Hay una investigación rigurosa de cada tema que le interesa o que llama su atención. Existe un cuento de ciencia ficción que lleva alrededor de 10 años queriendo ver la luz. No hay prisa. Cada personaje, cada historia aguarda su turno. Todo ha salido en su momento.

Así fue con El olor de las magnolias, una novela que aborda la historia de unos campesinos italianos en Veracruz al final de la dictadura porfirista. Y con La libertad, la bicicleta, en la que retrata un periodo en la vida de su padre, Paco Ignacio Taibo I, como joven periodista deportivo, cuando escribía crónicas de ciclismo en pleno franquismo.

La época de campaña ya ha quedado atrás. Fueron tiempos vertiginosos. Estuvo envuelto en dos polémicas importantes: sus comentarios sobre Alfonso Romo, y cuando se le acusó de llamar a la expropiación de bienes privados. Pero la escritura, asegura, libera.

Ahora está entusiasmado con los dos libros que se han publicado en una misma edición de editorial Planeta. Y sobre las controversias escribió un largo texto en La Jornada.

Hoy, dice, el tema está zanjado: “Esa etapa ya se cerró. Habrá otras polémicas, pero espero que sean sobre hechos concretos. O sea, ya no lo que se vio en algunos medios, en donde sacaron de contexto declaraciones mías para confrontarlas con Andrés Manuel López Obrador. Esa guerra sucia terminó y ellos perdieron. ¿Qué vamos a hacer con la reforma educativa? Vamos a discutir. Algunos pensarán que hay que seguir camino, otros pensaremos que hay otro camino y vamos a discutirlo en público. En principio, reitero lo que escribí: Pleno apoyo al gobierno de Andrés y de Claudia Sheinbaum, pero tengo mi derecho a tener visión crítica”, dice.

—¿Cómo fue visitar su memoria, en busca de recuerdos sobre su papá?

—Hace mucho tiempo que quería escribir esto, era una de esas historias que sabía que un día tenía que contar pero me faltaba un elemento. Cuando mi madre me entregó los archivos con las carpetas en donde mi padre tenía sus recortes, me di cuenta de que había faltantes, mi papá les metía tijera de manera arbitraria a los archivos, faltaban crónicas. Pensé que no podía escribir si no leía las crónicas completas. Tenía el problema de que no estaban en las hemerotecas. Así que tuve que aprovechar los viajes a la Semana Negra, la última, para sacar los archivos de dos años de crónicas sobre ciclismo. Esto permitió juntar mis memorias, las historias que mi padre me había contado, con sus reportajes en el ciclismo. Era una historia muy loca: un joven periodista que ahogado por el franquismo decide encontrar la libertad en las crónicas ciclistas. Mi padre nunca se había subido a una bicicleta, nunca había hecho periodismo deportivo, tenía 32 años y se metió a la locura de un mes, cubriendo una vuelta ciclista, escribiendo sobre las rodillas en una máquina portátil, al sol, ante accidentes, en el mundo interior del ciclismo.

—¿Y qué descubrió de su padre?

—Descubrí que era como yo pensaba: estaba muy loco. Encontró una manera de llevar al periodismo deportivo, una manera literaria de narrar. Que El olor de las magnolias le llevó bastante tiempo. ¡Uff! Más de 10 años. Esto a mí me pasa mucho. La idea surgió cuando estaba presentando un libro en Nápoles, pensé que era una ciudad extraordinariamente literaria y tomé notas de los barrios. Luego encontré una historia suelta sobre migrantes italianos que habían venido a México por órdenes de Porfirio Díaz para poblar. Junté todos esos elementos y vi que había una novela. Todos los días se me ocurre una nueva historia, la empiezo a armar, la dejó y de repente...

—¿Usted decidió no ser el próximo secretario de Cultura de la Ciudad de México?

—No lo decidí. La historia salió como salió. Mi compromiso era llegar hasta formular un programa, lo hicimos juntos (con Alfonso Suárez del Real) y ahora le toca a él ejecutarlo. Ahora estoy vinculado a cosas más concretas, como la reconstrucción del trabajo de la Brigada para leer en libertad, con planes muy ambiciosos para llevar ferias de libro a donde nunca ha habido una.

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