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Madrid. —Sergio Ramírez recibió en España el premio Cervantes de Literatura luciendo un crespón negro en la solapa, gesto con el que quiso recordar a los 27 muertos en los disturbios de Nicaragua de estos días.

El escritor rompió el protocolo de la ceremonia y abrió su discurso dedicando el premio “a la memoria de los nicaragüenses que han sido asesinados por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando en las calles para que Nicaragua vuelva a ser república”.

Todo en la vida de Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) ha sido una superposición de política y literatura. En unos días que debían haber sido de celebración para él, el domingo se paseó por el centro de Madrid con la bandera de Nicaragua pintada en la mejilla apoyando a sus compatriotas en concentraciones de repulsa contra la ola de represión en el país centroamericano a lo largo de los cinco días que duraron las protestas contra las reformas económicas del presidente Daniel Ortega.

Ayer, antes de recibir su premio en Alcalá de Henares, Ramírez lucía feliz. Paseaba por los jardines de la Universidad junto a su esposa y repetía a los periodistas: “Es la mayor gloria literaria que he tenido en mi vida”. Aun así, la mañana lucía triste, nublada.

Más allá de las menciones a la violencia y una distante revisión de su paso por el gobierno de Ortega como vicepresidente entre 1985 y 1990, Ramírez dedicó el grueso de su discurso a la labor de Cervantes y Rubén Darío como renovadores de la lengua española.

Ramírez recordó que leyó El Quijote de la mano de su madre, que era profesora de Literatura, y que aquello marcó su destino. Sobre Rubén Darío dijo que “es el fundador del país”, felicitándose porque en Nicaragua ese honor se le pueda atribuir a un poeta y no a un general: “Él fue quien nos dio la esencia a través de las letras”.

El escritor quiso tender puentes entre los dos autores, planteando que el mismo efecto perturbador que tuvo la llegada en 1605 al puerto panameño de Portobelo de un puñado de ejemplares de El Quijote lo ejerció en 1888 la aparición en España del poemario Azul de Rubén Darío, responsable de modernizar el viejo castellano. “Tres siglos después de Cervantes, él devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos, una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe, de donde yo también vengo, porque Centroamérica es el Caribe”, dijo.

Tras sus años de formación en ese poder de la lengua para construir mundos, el autor recordó que, igual que Cervantes, tomó cierta distancia de la literatura para dedicarse a otras tareas, en su caso la política: “Tuve otras cosas de las que ocuparme, dejé la pluma y las comedias”. Y que fue sólo el alejamiento del poder lo que le permitió culminar su vocación de escritor.

Los discursos (el de Ramírez, el del rey Felipe VI y el del ministro de Cultura español, Iñigo Méndez de Vigo) recordaron al recientemente fallecido Sergio Pitol, premio Cervantes de 2005 (“Mandamos un homenaje desde aquí a él, a su familia y a su México querido”, dijo el rey) y, sobre todo el magisterio que otro mexicano, Carlos Fuentes, ejerció sobre Ramírez.

Méndez de Vigo relató una gran coincidencia: en 1987, Fuentes recibió el Cervantes en la misma Universidad de Alcalá mientras la prensa española publicaba un gran elogio que acababa de escribir sobre el libro de Ramírez Castigo divino, que Fuentes describió como “la gran novela de Centroamérica”. Destacó que aquél fue “el dedo del Cervantes señalando a su sucesor”. Treinta años después, la profecía se cumplió.

Desde que Jorge Guillén recibió el primer premio en 1976, otros 41 autores han sido homenajeados en Alcalá el día de la muerte de Cervantes y de Shakespeare. Además de Fuentes y Pitol, lo recibieron los mexicanos: Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Fernando del Paso.

Ahora el jurado indicó que Ramírez merecía el premio de 2017 “por aunar en su obra la narración y la poesía y el rigor del observador y el actor, así como por reflejar la viveza de la vida cotidiana convirtiendo la realidad en una obra de arte, todo ello con excepcional altura literaria y en pluralidad de géneros, como el cuento, la novela y el columnismo periodístico”.

Por la tarde, el nicaragüense comenzó en Madrid la tradicional lectura ininterrumpida y pública de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, acto que se celebra cada año para conmemorar el Día Internacional del Libro.

Ramírez leyó, como es tradicional, en el madrileño Círculo de Bellas Artes, el primer párrafo del Quijote, que se “conoce de memoria”, aseguró el autor.

“Esta novela es una maravilla convertida en letras, que me ha acompañado toda la vida”.

En la lectura del famoso libro siguieron funcionarios de gobierno español. Además habría enlaces telefónicos y videoconferencias con lectores de Puerto Rico, México, Rusia, Polonia, Jordania, Cuba, Marruecos, Rumanía, Polonia, China, Paraguay, Grecia, Panamá y Reino Unido, entre otros países. 

***Con información de EFE

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