Monterrey, NL. —En uno de los muros del se exhibe un cuadro de Picasso titulado Agnus Dei —una naturaleza muerta con la que el español plantea una continuidad a la famosa obra de Francisco de Zurbarán—, que se ha expuesto en el Grand Palais de París y en el Museo Guggenheim. Podría asumirse que la pintura es un préstamo del Museo Picasso (Barcelona) o que viene de la bodega de algún prestigioso museo como el (NY), pero la realidad es que el lugar de reposo de esta obra de arte es a un lado de una cama, en una habitación en algún hogar de la Ciudad de México. Y no es el único tesoro de arte que reside en esa casa y que ahora ha viajado a Monterrey para su exhibición.

Se trata de la exposición Ecos de lo eterno: un viaje de la modernidad hacia lo contemporáneo, que exhibe 140 piezas de una de las colecciones privadas del país más destacadas. Esta es la primera vez que la familia propietaria —que pide mantenerse en anonimato— acepta exhibir en un mismo espacio la mayoría de su colección, tras 10 años de negociaciones.

La muestra presenta obra de artistas como Marcel Duchamp, David Hockney, Wilfredo Lam, Roberto Matta, James Metcalf, Marc Chagall, Anselm Kiefer, Francis Alÿs, Fernando Botero y Allen Jones; así como de artistas nacionales como Diego Rivera, Miguel Covarrubias, Vicente Rojo, Francisco Toledo, Nahui Ollin, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Gabriel Orozco, Arnold Belkin, Leonora Carrington y Pedro Friedeberg. Trabajos de todos estos artistas forman parte de esta colección de arte familiar que inició hace 70 años.

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La exhibición —que estará abierta hasta el 7 de enero— marca un hito para el museo regiomontano porque en los últimos 20 años es la tercera vez que un Picasso se exhibe al público de la región; es raro exhibir arte de David Hockney en el país y es “trascendental” —dice Taiyana Pimentel, directora del museo— que una de las pocas pinturas de Marcel Duchamp que sobreviven, Femme neu aux bas noir, se exhiba en Nuevo León.

“El museo tiene el rol de acercar al público a obras que no habían sido vistas. Son piezas de una colección privada que decoran tal cual la casa de una familia, entonces el rol del museo es ser el nexo entre coleccionista y el público. Ahí también entra nuestra investigación, para acercar la historia detrás de estas piezas, historia que no sólo le compete a una familia, sino a todos”, explica Nínive Vargas, historiadora de arte por la Universidad de Columbia y asistente curatorial del MARCO.

Parte de esa historia es la historia del arte moderno y la influencia de los artistas europeos en los mexicanos. “Estamos intentando construir una historia a partir de fragmentos de arte del siglo XX”, declaró Pimentel a. Entre esos fragmentos se encuentra la pintura de Duchamp.

Una de las tantas ilutraciones que hizo Covarrubias para Vanity Fair. Foto: Frida Juárez / El Universal
Una de las tantas ilutraciones que hizo Covarrubias para Vanity Fair. Foto: Frida Juárez / El Universal

Los 12 Picassos que se exhiben en la muestra también cuentan otra parte de esta historia del arte; la mayoría fueron hechos en distintas técnicas, como telar, mosaico y cerámica. Vale la pena destacar este dato, pues son obras que el artista español hizo durante la época en la que se revalorizaron las artes aplicadas.

Otro aspecto destacado es la sala dedicada a Miguel Covarrubias, donde se pueden ver sus facetas como caricaturista de Vanity Fair, su trabajo de investigación en Bali y sus ilustraciones del barrio de Harlem. Se trata de la colección privada más grande de Covarrubias.

Una pieza que destaca en la colección es el estudio (o boceto) del mural del Castillo de Chapultepec Retablo de la Revolución, hecho por Juan O’Gorman. La obra, hecha en papel y carboncillo, mide 4.50 por 6.35 metros, dimensiones con las que se cubre toda una pared. Sólo hay dos estudios de este mural, uno pertenece a la familia Slim, pero es de menor tamaño. Trasladar la pieza suena igual de titánico como sus dimensiones. El papel está pegado con adhesivo a un lienzo, se despegó y desengrapó y fue enrollado para empacarlo.

“Es un enrollado calculado de forma en la que no se doble nada”, detalla Vargas. El rollo —descrito como “monumental”— viajó por tierra acompañado por escoltas.

Green Table, de Allen Jones, tiene el rol de la guardiana de la colección de arte. Foto: Museo MARCO
Green Table, de Allen Jones, tiene el rol de la guardiana de la colección de arte. Foto: Museo MARCO

Una vez en el museo, donde tuvo que entrar por la puerta principal, se armó el lienzo de nuevo y el boceto fue sometido a restauración, pues estaba arrugado previo al viaje. “Se le hizo un restiramiento. Con la estirada se protege el dibujo, el papel y hace que luzca como debería verse. Se estiró, con mucho mucho cuidado, de poquito a poquito”, detalla Vargas. El proceso requirió a cuatro personas y les llevó dos días concluir el trabajo.

Más allá de sus dimensiones, el estudio de Retablo de la Revolución es impresionante porque no sólo forma parte de un edificio histórico y hace registro de un momento histórico del país, sino que deja ver un poco sobre la forma de trabajar de O’Gorman, gracias a las notas que hizo el artista.

Agnus Dei, una de las 12 obras de Picasso que se exhiben en Monterrey. Foto: Frida Juárez / El Universal
Agnus Dei, una de las 12 obras de Picasso que se exhiben en Monterrey. Foto: Frida Juárez / El Universal

Fuera del cubo blanco

El “hábitat natural”, por así decir, de estas obras es en una casa viva, donde la familia se reúne, come, convive, trabaja y duerme. Las obras se mezclan con las fotografías familiares, libros, souvenirs y muebles del hogar —incluso algunas obras de arte son muebles en sí. Si bien ahora se encuentran dentro de las paredes blancas del MARCO, el diseño de la museografía fue pensado para emular los espacios de la casa donde las obras no son tratadas con solemnidad, sino como piezas de las dinámicas familiares, como si se trataran de las queridas figuritas de porcelana que heredó una abuela o el póster que se compró en un museo durante un increíble viaje.

Los dueños de estas obras se han apropiado en su totalidad de las piezas. Por ejemplo, una sala diseñada por Pedro Friedeberg no está prístina, pues los muebles en la casa cumplen con su función y son usados.

Otro ejemplo es la mesa-escultura de Allen Jones, Green Table. Esta serie de piezas del artista inglés ha causado polémica desde los años 70, porque coloca a maniquíes de mujeres vestidas en látex, en la sumisa postura: arrodillada y con el vidrio encima para que sea una mesa. Es como si la obra insinuara que hay que recargarse en las mujeres. Sin embargo, cuando los dueños de la colección adquirieron una de estas piezas, la resignificaron. La mujer no está en el suelo, está en el techo del comedor y no tiene la carga de un objeto, sino que se le asignó el rol de guardiana de la colección de arte, que vigila desde arriba.

¿Cómo será crecer con acceso a decenas de obras de arte de forma tan cotidiana?, ¿cambiará la forma de pensar de alguien que todos los días amanece junto a un Picasso?, ¿los dueños de la colección ya habrán memorizado cada una de esas pinturas o aún descubren nuevos detalles? Son algunas preguntas que surgen cuando uno recorre Ecos de lo eterno.

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