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El 9 de diciembre, las estrellas se alinearon a favor de Nicolás Echevarría (Tepic, 1947). De la Secretaría de Cultura federal recibió la noticia que había sido reconocido con el Premio Nacional de Artes y Literatura, en la categoría de las Bellas Artes. El cineasta, guionista, fotógrafo y dibujante por “hoobie” recibe este galardón como un estímulo para continuar con lo que ama hacer: cine.

Ese arte en el que, dice, encontró la manera de darle voz a los pueblos indígenas, un mundo que le ha atraído desde que era niño y que le ha permitido conocer personajes extraordinarios. En entrevista con EL UNIVERSAL, el cineasta habla de su carrera, de su interés por rescatar la parte indígena de nuestro país, de la importancia de reconocer esos pueblos que en pleno siglo XXI siguen padeciendo la injusticia social, así como de las propuestas que están surgiendo en este contexto político para darles voz.

¿Cómo recibió la noticia del Premio Nacional de Artes?

Recibí la noticia el sábado, en palabra de la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda. Me dio mucho gusto, con la conciencia de que, siempre digo que las estrellas se alinearon a mi favor, porque estoy seguro de que hay mucha gente que se merece mucho más el premio que yo, pero las circunstancias, el tiempo, la sincronicidad, como diría Jung, es lo que define que las cosas sucedan o no. Estoy muy agradecido y creo que será un gran estímulo para mi trayectoria como cineasta, para proyectos futuros, espero que esto de alguna manera me haga menos tortuoso el camino de producir películas y documentales, que es lo que me gusta hacer.

Primero estudió arquitectura, luego música. ¿En qué momento optó por hacer cine?

Empecé estudiando arquitectura y lo hice en la Universidad de Guadalajara; lo dejé a los dos años, un poco por una especie de confusión vocacional por un lado y, por otro lado, por el deseo de salir de Guadalajara y explorar nuevos horizontes, sobre todo de venir a la Ciudad de México, para trabajar aquí. Para entonces ya había hecho mis pininos como músico, había formado un grupito de rock, luego uno de jazz. Luego me empezó a interesar muchísimo la música clásica; quería intentar incursionar en ese campo y llegué a la conclusión de que tenía que venir al Conservatorio a estudiar. Por fortuna me aceptaron porque ya tenía una edad avanzada para estudiar música, pero tenía conocimientos autodidácticos. Fui aceptado en el taller de composición Carlos Chávez, donde conocí a Mario Lavista, que fue mi maestro, después mi colaborador y amigo. Estudié en el taller y con el tiempo sentí que era un peso y una responsabilidad muy grande que no podría cumplir y se me acabó la vocación de músico; me fui a vivir a Nueva York y ahí es donde empecé a hacer mis primeros pininos como cineasta. Cuando regresé a México hice mis primeros largometrajes documentales, María Sabina, Niño Fidencio.

Usted conoce bien y ha documentado el mundo indígena. ¿Qué piensa de la situación actual de los pueblos indígenas en el país?

Han sido y siguen siendo marginados. A mí siempre me interesó darles la voz y la imagen, a un mundo que prácticamente nadie pela. Existen investigaciones muy serias a nivel etnográfico y antropológico, pero en el cine hay una riqueza increíble de esta cuestión sincrética, del mudo prehispánico con el cristiano, que es fascinante y que a mí me atrajo desde un principio con mucha pasión. En realidad son personajes muy extraños los que realmente han apoyado al mundo indígena, uno de ellos fue Maximiliano de Habsburgo, quien fue uno de los primeros que tuvo esa mirada externa; también los frailes en la Conquista, pero siempre ha sido una mirada desde afuera los que lo descubren. Maximiliano fue el primero en traducir las lenguas indígenas al español, en crear un Museo que resguardara el arte prehispánico, y apoyó la forma de vida y costumbres del mundo indígena. Duró tres años en el poder, pero dejó esa semilla; desgraciadamente pocos lo han imitado. Actualmente es un desastre y eso está aunado a otros problemas que tiene el país.

Últimamente es muy común oír hablar de los problemas ecológicos que hay en comunidades debido a las mineras o a los desplazamientos…

Ese es un fenómeno mundial, vemos que está pasando lo mismo en Estados Unidos, los territorios protegidos han sido reducidos o quieren reducirlos. En México ha sido un problema gravísimo. Uno de mis alumnos, Eugenio Polgovsky, realizó su último documental, antes de morir, sobre una cascada absolutamente maravillosa en Jalisco, que es como el “Niágara mexicano”, la cascada de Juanacatlán. El grado de porquería y cochinero en que han convertido esa belleza natural es impresionante, se ha convertido en un basurero.

¿Qué es lo que nos está faltando para reconocer a nuestros pueblos originarios?

Estar en contacto con ellos. Yo lo he hecho siempre y los admiro. Me he dedicado a descubrir personajes maravillosos, como Santos de la Torre, el de mi última película Eco de la montaña, un indígena que realmente sufrió una enorme injusticia. El Presidente Zedillo regaló al Presidente Jacques Chirac un mural de él que sigue todavía en París; asisten a la inauguración los presidentes y una comitiva de funcionarios de la cultura y no invitan al artista. Así empiezo mi película, pero decidí que no fuera una crítica a esta situación, sino una manera de ensalzar a este maravilloso personaje y tratar de hacer entender a los funcionarios de lo que se pierden por no apreciar a gente que tiene un nivel maravilloso de sabiduría, gente que es capaz de plasmar en un mural sus creencias, su filosofía, toda su mitología y su concepción del universo. Y no se trata de ensalzarlos sólo porque son indígenas, sino que, como el caso de Santos de la Torre o de María Sabina, son gente absolutamente increíble que no tienen la misma cultura que nosotros, pero poseen otro tesoro, que es su propia cultura y que hemos ignorado totalmente.

Ahora, en este momento político, con Marichuy está surgiendo una propuesta de representación de los pueblos indígenas. ¿Qué posibilidades ve en esta propuesta?

Que esté en aparador me parece increíble. Sobre las posibilidades, creo que no tiene muchas. Me parece que está muy bien el apoyo que tiene de la gente, incluso muchos intelectuales ya le dieron su apoyo.

¿Y qué opina del panorama político actual?, ¿Cómo ve usted a los candidatos?

Pues apenas está por verse, ¿no?. Apenas está arrancando esto, habrá que esperar la propuesta que realmente tiene cada uno para el país y ya veremos por quién votamos.

¿Cuáles considera que deben ser las propuestas para mejorar el país?

Son problemas enraizados. El problema, por ejemplo, de la corrupción y la injusticia social. La desigualdad tan enorme que existe en México, como en todo el mundo, donde el capital está en manos de pocos, a costa de la miseria y pobreza de millones.

Hablaba de la gran capacidad que hay entre los pueblos indígenas para crear, para hacer arte, y que los hemos ignorado totalmente. ¿Qué nos falta para identificarnos con ese mundo?

Primero hay que entender que somos parte del mundo indígena. No hay que considerar al indígena como una cosa que está fuera de nosotros. Yo tengo un abuelo materno que es zapoteco puro. Todos somos producto de una mezcla de españoles, en general con indígenas, entonces, creo que nuestro primer error es considerar que estamos fuera de eso, que no es nuestro mundo. Pero lo vivimos, está dentro de nosotros, en la comida, en la forma de ser, en las tradiciones, la misma Virgen de Guadalupe, que se festeja estos días, es producto de ese mestizaje. Negar esa sangre indígena que hay en nosotros, es una de las cosas que hay que ir corrigiendo.

¿Cómo inició su pasión por el mundo indígena?

Nací en Tepic y desde niño estaba acostumbrado a ver a los huicholes en la plaza, vendiendo sus artesanías. Tengo una tía, mi tía Emilia, que era pintora. Ella se dedicó mucho tiempo a dibujar a los huicholes, entonces tenía de alguna forma esa cercanía con ellos porque los veía en la plaza, pero al mismo tiempo había una lejanía porque era un problema llegar a donde ellos vivían, que era en la sierra; en esa época había que volar en avionetas muy rústicas porque no había carreteras. Mis primeras incursiones, mi interés por la religión y la cultura indígena nace en esos primeros encuentros, en mi natal Nayarit.

Ha dicho que Judea, con la que comenzó su exploración del mundo indígena, es una de las mejores películas que ha hecho. ¿La sigue considerando así?

Quizá no de mis mejores, pero sí es de mis obras más entrañables. Admiro, con esta falsa modestia, a ese otro Nicolás, con esa audacia y originalidad que ya envidio; ojalá tuviera ese espíritu de renovación y de audacia para hacer una película, como la tuve en esa época.

¿Qué ha cambiado?

Me he vuelto un cineasta mucho más ortodoxo, mucho más formal; le doy más importancia a la investigación, a profundizar sobre los temas, y a veces es mejor tener una mente un poco más libre y no estar atado en esta camisa de fuerza de tener demasiada información sobre un tema.

¿Se exige más?

Yo me exijo más, pero eso no quiere decir que me haya convertido en un mejor cineasta, para nada. Al contrario, tengo un historial de frustración, de muchos proyectos que no he podido realizar; ojalá en lo que me quede de vida realice al menos uno.

¿En qué proyectos trabaja?

En varios, pero soy muy supersticioso y no me gustaría hablar de ellos.

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