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El bailarín mexicano Erick Montes ha tenido una gran trayectoria internacional, la cúspide de su carrera ha sido como intérprete de la compañía neoyorquina Bill T. Jones/Arnie Zane Dance Company, considerada como una de las más innovadoras de los últimos años por abordar temas como el racismo y el sida, así como por la incorporación de elementos multimedia como la narración oral y el video. Tras cumplir un ciclo de 12 años, se retiró en 2015 de ese agrupación dirigida por Bill T. Jones. Desde entonces se ha dedicado a fortalecer su propia compañía y a colaborar con otros bailarines y coreógrafos.

De visita en México, el intérprete que fue la imagen publicitaria del Museo de Arte de Filadelfia o de una marca reconocida de zapatos, habla en entrevista sobre su carrera y sobre la necesidad de crear puentes que permitan que los artistas regresen al país para compartir con las nuevas generaciones.

“Los puentes están diluidos, no sé por qué, quizá porque uno mismo no los quiere construir para no enfrentarte a cuestiones políticas o porque no hay quién los ofrezca. En mi experiencia, creo que falta un equipo de trabajo que los construya o los fortalezca. Un amigo me dijo que cuando me fui, le dio mucho gusto porque me quería, pero también le dio coraje; creo que esa reacción también la tuvo la familia y la comunidad dancística, fue como si hubieran pensado: ‘pues él ya está allá’. Y en mi caso pensé que yo podía hablar de los mexicanos allá, pero de pronto un día miré hacia atrás y no había nadie, es decir, sí hay gente que está trabajando, que está haciendo coreografías, pero no estamos unidos; no hay comunidad ni instituciones que permitan esa unidad”.

Su caso se suma al de otros artistas mexicanos que han tenido exitosas carreras en el extranjero, como Luisa Díaz, quien luego de laborar en el Béjart Ballet de Lausanne regresó al país y tuvo que picar piedra y tras un par de años logró ser invitada a ser maestra en el Ballet de Jalisco; o hay artistas a quienes se les ha visto poco, como a Alondra de la Parra o Rolando Villazón, quien no ha regresado en más de 10 años a México.

Montes ha tenido críticas muy positivas de prestigiosos medios como The New York Times, suma 20 años consecutivos de carrera internacional como intérprete, 18 años como colaborador en proyectos coreográficos y 14 años como coreógrafo.

La colaboración con Bill T. Jones/Arnie Zane Dance Company fue fructífera, pero quiso buscar otros proyectos y por cuestiones administrativas terminó en un juicio laboral, que ganó. Por tradición, los intérpretes pueden seguir bailando las obras de la compañía en universidades y pueden volver a las filas, pero ante el antecedente legal no le ha sido posible volver a bailar las obras del repertorio de esa compañía. “Me quedé con un sabor extraño. Fue un proceso largo de despedida, a los 10 años yo empecé a sentir que debía irme, luego vino toda esa cuestión de que los administrativos no cedían en algunos derechos que yo tenía; pero con la compañía yo quedé muy bien, terminé con funciones muy bonitas”.

Alguna vez dijiste que en México habrías sufrido mucho.

Creo que me refería a que deseaba bailar otros estilos que no había aquí. Yo trabajaba mucho, así que si me hubiera quedado también habría estado muy bien.

¿Y lograste todos los estilos que deseabas?

No, llegué al lugar en el que pude conectar mi intelectualidad con mi fisicalidad. Pensaba que lo único que quería era bailar y bailar, además tenía la mirada en Europa porque se decía que allá la situación era menos compleja que en Estados Unidos, pero también porque había mucha influencia de gente como Nacho Duato, Jiri Kylian. Al final llegué con Bill T. Jones, un coreógrafo que trabaja con un bagaje cultural muy sofisticado, su compañía me exigió hacer una conexión con el método, con el análisis. En México había trabajado temas sociales con Barro Rojo, pero con Bill tuve que aprender cómo se habla de la diversidad a partir de características específicas, entender qué implicaba bailar desde la perspectiva de un afroamericano.

¿Con Bill descubriste tu parte creativa?

No, entendí que los procesos son importantes. Recuerdo que en Barro Rojo, Armando García nos decía que el proceso no existía, que era importante el momento y eso nos ayudó a bailar porque en ese momento se daba la transformación, al menos es así como lo viví y como lo recuerdo. Después aprendí con Bill que el mensaje importa tanto como la manera en la que lo dices. Todo el tiempo teníamos que hablar del proceso. Aprendí que mi cuerpo debe moverse como se me pide, no como mi instinto me indica.

Cuando terminas con la compañía, ¿qué siguió para ti?

El teléfono no sonaba, no me mandaban correos y empecé a preguntarme qué haría. Entré en un proceso medio oscuro. Así que empecé a mandar lazos a México, lazos que no pude enviar antes porque con la compañía no se me permitía. He venido constantemente al país, pero no ha sido fácil. Dejé la compañía en noviembre, decidí descansar y en enero, ante la incertidumbre, me puse hacer una coreografía. Además, por supuesto, hice otros proyectos con diferentes coreógrafos. No me quedé sin trabajo, las cosas empezaron a salir, pero en febrero de 2016 empecé con Erick Montes/Danceable Projects; además soy parte de una asociación sin fines de lucro que ayuda e impulsa a artistas. El año pasado trabajé con seis bailarines, hicimos muchas cosas. Me he clavado en crear cosas basadas en el movimiento. Lo más reciente es una obra de 45 minutos que se llama OTHERWISE, presentaré 15 minutos en el Movement Research at Judson Church y en mayo la estranaré. Por ahora nos mantenemos de donaciones privadas, espero estar más en México, no lo sé, quiero obtener mi ciudadanía.

¿Volver a México no es opción?

No lo sé. Mi chico me dice que tal vez deberíamos mudarnos, no lo sé. Ahora siento una energía diferente en la Ciudad de México, en estos días que he estado aquí veo que la gente cede su lugar a las personas que lo necesitan, eso en Nueva York no ocurre; me gusta tanto que un extraño te diga “provecho” cuando estás comiendo, extraño tanto eso, es un Erick que también soy yo. Y en la cuestión laboral, no lo sé, quizá cuando me fui di por hecho muchas cosas. Ahora estoy en un momento en el que debo chambearle, podría bailar con quien quiera bailar conmigo pero porque nos gusta. A veces me peleo con la danza, pero la verdad es que lo sigo disfrutando, me permite ver en qué estoy. Me he dado cuenta de que hay muchas comunidades que están haciendo muchas cosas, pero no se están viendo unos a otros.

Ahora tienes más experiencia y la madurez te da otras cosas.

Sí, definitivamente me muevo diferente. Ha habido una transformación padrísima, Bill me dio una escuela, me dio una voz y me enseñó que no debo caer en las modas, me enseñó que soy un mexicano, que soy latinoamericano y que tengo mi propia historia y mi propia voz. Ahora me gusta la improvisación y estoy en ese momento, estoy buscando una constante; antes de que el cuerpo se pierda en su forma física estoy experimentando. Tengo muy definido que quiero gozar lo que hago, lo que digo, quiero que mis bailarines estén también gozando lo que estamos haciendo. De pronto tengo dudas, me pregunto para qué hago lo que hago si existen tantos coreógrafos, para qué estoy haciendo obras si no hay chamba. A veces uno tiene debates consigo mismo.

¿Algo cambió con la llegada de Donald Trump?

No, creo que estamos viendo el verdadero racismo. Se hizo más evidente lo que ya era normal. Las cosas han sido muy fuertes, creo que las familias están sufriendo mucho. Sin embargo, esto ha pasado en otras presidencias, cuando han deportado a mucha gente. Es bien frustrante ver a México desde Estados Unidos, porque sólo llegan malas noticias, como si aquí todo fuera un desmadre. ¿Cuándo van a cambiar las cosas? Yo no me formé en la Julliard, soy un mexicano que se preparó en su país.

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