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Simétrico, elástico, grácil, Mikhail Baryshnikov (69 años) impone respeto con su cuerpo. Este año recorrió el mundo con Letter to a Man, espectáculo perturbador, inspirado en los Diarios, de Vaslav Nijinsky. Visualmente magnética, la obra es dirigida por Robert Wilson, con quien Baryshnikov ya había integrado una dupla creativa que agotó localidades en tantas ciudades del mundo con One Woman, acompañados por Willem Dafoe.

En noviembre, en Barcelona, habló de la obra y de su trabajo.

Letter to a Man es una odisea por una galaxia expresionista que se hunde en las memorias y en las anotaciones que el eximio bailarín Nijinsky escribió durante su permanencia en un hospicio mental.

—¿De qué modo se vincula usted con Nijinsky?

—Tenía algunas ideas muy modernas. Era un pacifista, definitivamente. Era una persona profundamente religiosa.

—¿Y es usted religioso?

—No. Crecí en una sociedad atea, pero creo en las cualidades excepcionales de un hombre y en la divinidad. Soy agnóstico en mis creencias, pero no ateo. A la vez, creo que ser practicante significa realizar un ejercicio espiritual, algo que es muy cercano a cualquier proceso creativo y tiene que ver con aspectos usuales de la psiquis de los hombres.

—¿Existe un vínculo entre la religión y el arte?

—Un pintor, un bailarín, un escultor, cualquier persona que esté vinculada a una búsqueda estética requiere de una inspiración. Si excavas dentro de las motivaciones de estas personas, ese concepto está allí presente, con una motivación que puede ser interna o externa.

—¿Le teme a la muerte?

—Como todos, imagino. Le daré la bienvenida a la muerte si es inmediata. Me gustaría morir sin sufrimiento, preferentemente en medio de la noche, dormido.

—¿Le teme a la locura? Sus dos espectáculos junto con Robert Wilson versan sobre este tema.

—No lo sé. Claro que la locura inspira a los escritores, pero no sabemos qué es ni qué experimentan. Nadie en realidad volvió de la locura al mundo de los cuerdos y nos lo contó. Eso es lo interesante de esta literatura. En el caso de Nijinsky, imagino que él no controlaba esos trances, lo que pensaba ni lo que sentía. Era obsesivo, escribió esos diarios en sólo seis semanas en Saint Moritz, en Suiza. Estos pasajes donde todo es poético, coherente y bello, y, a la vez, todo se rompe como pedazos de porcelana.

—Mencionaba la fragmentación en la obra de arte. Usted también es fotógrafo, y una de sus musas es Pablo Picasso.

—No en el sentido cubista. Me interesa que las fotos que hago estén fuera de foco y usar distintas velocidades de la luz. Me interesa la imperfección en el movimiento, como si pudiera captar esa especie de inhalación de las personas antes de que comiencen a hablar.

—Se cansa de tener que...

—¿De hablar con la gente? Sí (risas).

—Le iba a preguntar si se cansa de explicar constantemente el método de su arte. No le gusta dar entrevistas, ¿es así?

—Es que no tiene sentido. Son las cosas que hacemos para vender entradas; si no, no daría entrevistas. Cada uno sabe muy poco de la vida en general. Incluso yo, que trabajé toda mi vida en danza y en teatro, no sé nada de ella.

—¿No sabe nada de la vida?

—Nada de mi trabajo que se vincule a mi vida. No hablo de mi vida privada, pero de lo que estamos hablando, de trabajo, sí. Creo que hay algunas cosas que digo que no son necesariamente la realidad. Mucho de lo que digo no es cierto.

—Hasta ahora, ¿fue honesto conmigo?

—No. Al menos no en la mitad de lo que dije. Es que voy pensando las cosas durante el proceso en el que las voy diciendo. No quiero ser aburrido ni estúpido. Me estoy cuestionando a mí mismo mientras hablo contigo. Es como un ‘ping-pong’. Me haces una pregunta e intento contestar. Durante mis respuestas aparecen también otras ideas que quizá no tuve antes tiempo de pensar. No digo que lo que respondo sea exactamente así. Quizá hoy en la noche, en la habitación del hotel, pueda pensar un poco más y diga cuán estúpido fue lo que te dije; o no, por el contrario, que piense que dije algo interesante.

El periplo. El bailarín divide sus días entre Nueva York, donde dirige el Baryshnikov Art Center en la zona de Hell’s Kitchen, y donde tiene su casa a orillas del río Hudson, y también en su propiedad en la cálida República Dominicana.

Hace 40 años, luego de una gira por Canadá, el famoso bailarín decidió no regresar a la Unión Soviética con el resto de la compañía del Ballet Kirov tras pedir asilo político. Desde entonces no ha vuelto a pisar su país, una tierra que no le inspira nostalgia.

Es, para muchos críticos, “el bailarín más perfecto” de todos los tiempos, epíteto que las masas desconocían cuando ingresó en Sex and the City para interpretar a la pareja de Carrie Bradshaw, apodado de modo poco original ‘el ruso’. El papel le valió el ascenso a un nuevo peldaño, muchas veces enclenque, de la fama, que se llama popularidad y a Baryshnikov nada seduce.

Su arte se mide y valora sobre el escenario y no por su verborragia e intermitencia en las redes sociales, de las que despotrica. Padre de cuatro hijos (Alexandra, con Jessica Lange, y Peter, Anna y Sofia, con su actual mujer, Lisa Rinehart); su madre fue pieza fundamental para que a través del arte hallara la libertad en un régimen opresivo.

—Recién decía que no sabe nada de la vida, ¿y del arte? ¿No hay algo que haya aprendido tras tantos años de trabajo?

—Soy una persona que practica un arte. Es una obsesión, una enfermedad. Alguien elige a esas personas para que tengan ese talento y, con disciplina, puedan unir esas piezas. ¿El talento es inteligencia o es un impulso interior? No lo sé. Ojalá pudiese ser más espontáneo.

—Vive en Estados Unidos, conoció al presidente Barack Obama. ¿Cómo es vivir en estos momentos en los Estados Unidos?

—Cuando Hillary Clinton perdió, mi esposa, algunos amigos y yo, quienes pertenecemos al centro y definitivamente a la izquierda, nos sentimos deprimidos. Estamos tratando de recuperarnos, de no permitir que la depresión nos detenga, porque esta situación es muy triste. Estamos desesperanzados, tenemos aún cuatro años más por delante.

—¿Cuál es su opinión de Vladimir Putin?

—No respaldo al presidente ruso. Eso lo sabe todo el mundo. Es todo lo que me gustaría decir al respecto.

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