La respuesta es sí. ¡Claro que con el frío da más, mucha más hambre! Y tiene algunas explicaciones lo suficientemente “científicas” como para hacer caso a nuestras ganas de comer.

La primera tiene que ver con algo muy sencillo, vil matemática: mantener la temperatura corporal cuando hace frío le cuesta más trabajo al cuerpo. ¿Cómo es que el metabolismo hace ese trabajo? Gastando calorías. Para mantener la temperatura hay que generar calor a través de la “quema” de calorías. Calor- calorías. Ahí es sencillo.

Hay otra razón por la cual podemos tener más hambre en el invierno y es un tema meramente emocional. Hay una especie de depresión asociado completamente al cambio de temporada que se llama Trastorno Afectivo Estacional. Afecta a pocos, pero a esos les pega fuerte (1-3% de la población). Ellos ven alterados su ciclo circadiano, sus patrones de sueño y con ello la liberación de hormonas de hambre y saciedad (grelina y leptina). De hecho, una menor exposición al sol y disminución en la producción de vitamina D en el intestino puede derivar en pequeños estados depresivos, letargo, menos ganas de hacer cosas y menos capacidad de concentración.

Es muy común entonces que, sea por TAE o por frio, durante el invierno tenemos más hambre, pero hambre no de lechugas con pollo hervido sino de pan dulce, chocolate, galletas y cosas grasosas. A esto se suma que, por eventos sociales, pretextos o razones, no hagamos la cantidad de actividad física a la que estamos acostumbrados y eso genere, por un lado menor gasto energético y por el otro, ansiedad.

Así que no hay más que asumir que el riesgo de subir de peso durante los meses de frío es mayor que durante los meses de calor. ¿Qué hacer? Pues iniciar por tenerlo claro y saber que sí sucede. Después identificar si cursas con alguna cuestión emocional que no estés pudiendo manejar (que no necesariamente tiene que ser TAE, pueden ser muchas cosas asociadas a la Navidad, Año Nuevo, etc) y en todo caso, pedir ayuda. Finalmente, hacer un esfuerzo que, si puede sonar sobrehumano en estas fechas, es necesario. Esfuerzo para mantenerte más o menos en orden. Seguir comiendo como debes y tratar de mantener una rutina de ejercicio moderadamente exigente.

Si sientes necesidad de carbohidratos, cómelos pero no exageres. Un trozo de chocolate amargo (80% cacao) puede quitarte el antojo, tiene antioxidantes y menos azúcar que uno con leche. Comer papa al horno o camote siempre será mejor que a la francesa o frita. Prueba el postre, bebe vino o alcohol más fuerte (lo que te guste) pero mézclalo con agua mineral o refresco de dieta y no te pases de dos o tres por día. Eso sí, mantén tu consumo de frutas y verduras de temporada para que, en cuestión de nutrición, estés como debes.

Los días que te sientes ansioso abrígate, bebe agua o líquidos y piensa dos veces antes de abalanzarte sobre el pan dulce con chocolate caliente. No es que no lo comas, pero sí es que te moderes. Eso sí, no te quedes en casa, ¡mantente activo! No sólo quemas calorías, también produces endorfinas que mantendrán a raya la depresión (y el gordito en la cintura).

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