A pesar de que el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos fue propuesto por George Bush padre, los principales obstáculos para su negociación y entrada en vigor provinieron de esa nación. La representante comercial, Karla Hills, se opuso a iniciar las negociaciones en forma simultánea a las de la Roda Uruguay en curso; luego feneció la vigencia del procedimiento fast track de los tratados comerciales y hubo que esperar que el Congreso lo renovara; se desató la primera guerra de Irak; surgió una fuerte oposición al tratado; Washington tuvo reticencias a que Canadá se incorporara a las negociaciones con México: en las elecciones de 1992 el TLC fue el blanco de la politiquería domestica; Bush perdió la contienda frente a un Bill Clinton que objetó el tratado y pretendió reabrir las negociaciones y, finalmente, en un nefasto debate el Congreso aprobó el TLCAM. Fueron tantas las dificultades, que México y Canadá llegaron a amenazar con abandonar el proyecto.

Desgraciadamente la historia se está repitiendo, pero bajo circunstancias mucho más adversas. A pesar de los escollos, hace 23 años se creó, optimista, voluntaria y libremente, un novedoso y poderoso bloque comercial destinado a confrontar ventajosamente las inéditas realidades de la posguerra fría. Hoy día, en cambio, se conduce una renegociación forzada por la amenaza de Donald Trump de aniquilar lo que, mentirosa y demagógicamente, califica como el peor tratado comercial del mundo que ha destruido la economía de su país. En años pasados ninguno de los tres países propuso actualizarlo o modernizarlo por temor a que los enemigos del mismo intentaran eliminarlo. Al cumplir sus 20 años de existencia, el Colegio de México realizó un magnifico seminario en el que participaron los tres principales negociadores originales. Al concluir sus intervenciones, el suscrito preguntó si no era ya necesaria la dilatada revisión, a lo que Karla Hills respondió enfática que ello sería muy peligroso.

Esa excesiva cautela acabó siendo contraproducente, pues trágicamente llegó a la Casa Blanca el peor enemigo del acuerdo trilateral, quien, con fines demagógicos, populistas y unilaterales, se ha propuesto desaparecerlo. Después de meses de mezquinos ataques contra el tratado, se verificó la primera ronda renegociadora, pero ante la ausencia de logros o éxitos en otros renglones, el imprevisible oportunista Trump visitó Arizona para revivir su necedad de construir un muro fronterizo y anunciar que, lo más probable, es que dicha renegociación no produzca algo aceptable. Con ello no solo deslegitima, desautoriza y hace irrelevantes las negociaciones y a sus propios negociadores, sino que deja ver que el futuro del TLCAN es incierto, ya que si no se ajusta a sus caprichos, lo abandonará. Ante semejante perspectiva y considerando que la propia permanencia de Trump en la presidencia también es muy, muy incierta -máxime que el próximo año se celebrarán elecciones intermedias que pueden alterar el equilibrio político-, lo mejor sería no avanzar en el proceso y esperar a que se defina lo segundo. Esta conclusión realista se ve reforzada porque igualmente el año entrante se elegirá en México un nuevo gobierno, cuya posición respecto a la renegociación obviamente es desconocida. Por las enormes implicaciones del TLCAN para los intereses nacionales, es muy peligroso modificarlo bajo las presiones nativistas y populacheras de la primitiva ideología trumpiana del “America First” y la arbitraria precipitación impuesta por su caótico, inestable y poco confiable gobierno que, con sobrada razón, el New York Times califica como “un desastre ambulante.” El indignante indulto presidencial al autoritario, ególatra, racista, fascista, xenófobo, antinmigrante y antimexicano sheriff Joe Arpaio, viene a confirmar las torcidas convicciones y simpatías de quien es el principal responsable de conducir las relaciones con México y los mexicanos.

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