El lector debe saber que la mudanzas de los aeropuertos de un lugar a otro es un hecho urbano bastante frecuente en el mundo desde las décadas finales del siglo XX. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) data de los años 40, cuando nuestro país crecía y sabía crear infraestructura para muchos años.

Pero las cosas tienen un límite, como saben los millones de pasajeros del actual aeropuerto y sobre todo, tal como lo saben los 3 millones de habitantes que viven a su alrededor, escuchando el estruendo de gigantescas turbinas cada 58 segundos.

Recientemente la señora Claudia Sheinbaum volvió a un debate crítico de nuestra Ciudad, y como era de esperarse, su postura no está del lado del cambio y la modernización, sino del lado del mantenimiento de las ruinas. Mejor un aeropuerto disfuncional, obsoleto, que ya no genera el desarrollo económico necesario para la Ciudad y sobre todo, que todos los días la hace parecer la más vulnerable del mundo, precisamente por el peligro de miles de aviones que circundan las cabezas de nuestra gente: de nuestra gente más pobre.

Creo que el debate del aeropuerto revela el tipo de izquierdas que competirán en los meses que corren: por un lado, la izquierda que conserva y por otro, la izquierda que provoca cambios sociales y económicos.

He visitado la zona muchas veces y percibo una sensación contradictoria: cierto temor pero también esperanza ante un cambio urbano de tales magnitudes. Y los datos ayudan a entender por qué.

1. En primerísimo lugar, es de subrayar el desplazamiento efectivo de más de 40 mil habitantes que dejaron de residir en el área aledaña al aeropuerto. El área ya expulsa a nuestros ciudadanos, y por la otra, contradice las tendencias poblacionales efectivas que ocurren en la Ciudad de México, que en el mismo periodo mostró una estabilización (un incremento de 245 mil habitantes).

2. El propio aeropuerto —su economía interior— ha perdido valor y ha visto reducir las remuneraciones en casi 40% desde la crisis financiera, a pesar de que se multiplicaron el número de vuelos y los pasajeros atendidos. Así pues, cada trabajador del AICM atiende a 347 pasajeros más al año que en 2001. Con todo y eso, recibe menores remuneraciones reales.

3. La imposibilidad de realizar una amplia inversión física, pública o privada alrededor del AICM. Sea por falta de recursos o por las dificultades y peculiaridades que presentan 710 hectáreas del aeropuerto convertidas en una barrera física, social y económica.

4. La escasez crónica de agua potable y los riesgos cíclicos de graves inundaciones.

5. La industria aeronáutica, logística, mecánica, etcétera, no encuentra condiciones de expansión cerca del AICM, lo que ha expulsado a la actividad económica e industrial.

6. La saturación y sus problemas de movilidad. Como ha documentado el INEGI; más de medio millón de personas que viven en el Estado de México atraviesan con dificultad por el oriente, y 215 mil se quedan a trabajar ahí todos los días.

7. Por las necesidades que imponen la regulación aeronáutica, aquella zona no puede aspirar a crecimientos verticales, pues dificultaría el aterrizaje y despegue de los aviones. El valor del suelo promedio es menor allí que en casi cualquier otra zona. Nueva, cruel paradoja: el suelo más barato de la Ciudad estando a 5 kilómetros del Zócalo capitalino.

8. Se habla poco de este asunto pero resulta vital, un tema recurrente entre los vecinos de la zona: el ruido y la contaminación, el daño a la salud, que es mayor en esa zona, especialmente en cinco colonias que soportan la aproximación de enormes aparatos cada minuto o menos. Todo esto lo he documentado en laopiniondelaciudad.com.

Termino con una afirmación del estudioso Enrique Provencio: “El uso creativo del actual AICM en beneficio de del desarrollo, la renovación urbana y la calidad de vida, sobre todo se potencia... la region central”. Por todo eso, Claudia Sheimbaum, lo que conviene a la Ciudad es transformar ese terreno.

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