Ante la fundamentada probabilidad de que el resultado del próximo domingo no lleve a José Antonio Meade a la Presidencia, la “nomenklatura” del PRI se halla en la deriva entre diversos escenarios, que van desde el reclamo de un triunfo a toda costa, a la venganza contra supuestos o reales culpables de una eventual derrota, hasta la reconstrucción partidista desde sus añosas raíces.

Como un fantasma que recorre grupos de trabajo, atraviesa manifestaciones públicas y se enquista en conversaciones con interlocutores diversos, el escenario de una nueva expulsión de Los Pinos, en condiciones mucho más desventajosas que nunca en su historia, está provocando en la jerarquía del Institucional una especie de síndrome de pérdida profunda. La negación va por delante; a ello suele seguir la furia y, al final, un estado de serenidad en el que se sanan heridas y se renuevan propósitos.

Líderes políticos de diverso signo, analistas y periodistas que han acudido a reuniones privadas con dirigentes e incluso con el propio Meade Kuribreña coinciden en describir esas escenas como una especie de limbo en el que la línea discursiva apunta a la certeza absoluta del triunfo, con un entusiasta desdén hacia las señales en sentido contrario: desde el desplome en las proyecciones de votación en estados que renovarán gubernaturas hasta el contundente promedio de las encuestas publicadas por empresas sólidas.

Cuando se profundiza más en la consulta, los personajes del priísmo dan a entender que todo está listo para emprender una operación partidista que incluirá el funcionamiento, partidista y del gobierno Peña Nieto, de una poderosa maquinaria electoral que no está a la vista. “Uno se imagina al comandante de una batalla esperando la entrada en acción de un ejército que no existe más que en su imaginación…”, refirió uno de los asistentes a esas conversaciones de alto nivel.

En auxilio frecuente de estas visiones acude siempre la referencia de que en todas sus presentaciones públicas el presidente Peña Nieto luce sereno y de buen ánimo. ¿Cómo podría estarlo si asumiera que la debacle está tocando a la puerta?, se dice. Aun más, ello se confirma a la vista del rosto, de suyo inmutable, de Luis Videgaray, sin duda el hombre con mayor cercanía al mandatario.

No falta, desde luego, el veterano dirigente priísta que, con pragmatismo propio de mejores tiempos, desestima las encuestas y apuesta a que la noche misma de la elección quedará claro que el PRI seguirá en el poder. Con distintos actores, pero parece la misma película del 2000, con el triunfo del PAN y la estupefacción priísta al ver en televisión antes que a ninguno de los candidatos al entonces presidente Ernesto Zedillo felicitando al “licenciado Vicente Fox” por haber ganado los comicios.

Pero en el PRI hay otro rostro, el de los dirigentes que están ya en busca de los responsables de lo que se anticipa como una noche negra para el oficialismo, que sigue estancando en el tercer lugar de las encuestas. Disputando el segundo sitio, sí, pero al menos 15 puntos porcentuales atrás del puntero, lo que puede representar 10 millones de votos, de acuerdo con las previsiones de participación.

Como en el 2000 también, ese grupo apunta su dedo índice hacia Peña Nieto y su círculo, lo mismo el ex secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, que el citado Luis Videgaray y a todo lo que tenga un barniz tecnocrático o, peor, aroma al Estado de México.

Ese segmento de la jerarquía priísta descarta tajante que Osorio Chong pueda asumir en esa eventualidad la conducción del partido que emerja de un escenario que puede incluir, adicionalmente, una derrota en ocho de las nueve entidades en donde se disputará gubernaturas, así como fracciones en el Congreso federal tan famélicas como nunca han sido vistas.

Estas mismas voces no dedican tampoco mucha atención a la figura del gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo, que por la magnitud de su estado y por su cercanía con Peña Nieto seguramente será un personaje a seguir de cerca en un proceso como el que parece avecinarse.

En contraste, en estos mismos contornos se menciona reiteradamente la figura de Manlio Fabio Beltrones como alguien en quien puede recaer el consenso para conducir al nuevo PRI que surja de la travesía del desierto que supondrá encontrase a sí mismo.

Tras la derrota que como presidente del PRI le tocó experimentar en el 2016, Beltrones Rivera optó por un notable bajo perfil aun entre sus cercanos, ámbito en el que se multiplicaban versiones de bloqueos y traiciones desde el primer equipo presidencial que le impusieron al político sonorense una de sus mayores humillaciones en su dilatada trayectoria política.

Hay por último voces que llaman a la autocrítica, a la comprensión de lo que ocurrió y a retomar el camino comprendiendo la ola en cuya cresta parece haberse trepado con destreza López Obrador. Este es, por ahora, el rostro más oculto del PRI.

rockroberto@gmail.com

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