Actores sometidos a un mismo guión, los líderes nacionales del PAN, Ricardo Anaya, y del PRD, Alejandra Barrales, se aprestan a sepultar la historia más efímera que haya conocido una coalición electoral en la historia contemporánea de nuestro país.

Lo que hace más dramático el episodio es que ambas dirigencias parecen tener depositada su apuesta al futuro más en la estrategia que marque el gobierno federal —y su brazo electoral, el PRI— que en una lógica propia. Sorpresas eventuales pueden surgir en este escenario, pero sólo gracias a los contrapesos internos en esos partidos, el PRI incluido.

La disidencia priísta frente a Los Pinos no es una presunción ingenua. Se expresó ya de manera discreta, pero contundente, durante las campañas en el Estado de México. El equipo del candidato del oficialismo, Alfredo del Mazo, vio con enorme reticencia cómo desde altos niveles del gobierno se avaló la candidatura panista de Josefina Vázquez Mota, que arrancó su campaña en primer lugar.

Del cuartel general de Del Mazo —quizá auxiliado por áreas sensibles del SAT— surgió la filtración sobre presuntos negocios turbios en la familia de la abanderada panista. El último clavo en el ataúd político de la señora Vázquez Mota lo asestó la PGR de Raúl Cervantes, que no extendió una exoneración sino horas antes de la elección.

Anunciado por ambos personajes a finales de mayo pasado, cuando estaba ya a la vista el desastre electoral en el que incurrirían ambos unos días después, particularmente en el Estado de México, Anaya y Barrales propusieron un “Frente Amplio Opositor” —luego derivaría en “democrático”— para los comicios presidenciales de 2018.

En realidad, buscaban eludir una rendición de cuentas ante sus militantes y al mismo tiempo, mantener con vida sus aspiraciones políticas personales, pues la señora Barrales desea ser candidata de su partido para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, mientras que Anaya pretende la postulación panista a la Presidencia.

Sin embargo, los dos verdaderos protagonistas en la disputa por la próxima sucesión en Los Pinos velan armas ante lo que se estima será un proceso adelantado, que a más tardar en noviembre obligará a todos a abrir sus cartas.

Una de ellos será desde luego el PRI, cuya convocatoria formal para la definición de su candidatura deberá surgir en octubre, a fin de conocer al “ungido” en las semanas posteriores. El otro actor central será Andrés Manuel López Obrador, de Morena, en campaña desde hace 15 años.

A este panorama se sumará el fin de la gestión de Alejandra Barrales, en octubre, y la creciente presión interna sobre Ricardo Anaya para dejar el cargo y asumirse como precandidato. La suma de todo ello hará que las proclamas sobre un frente opositor tengan vigencia por unas cuantas semanas más, tras las cuales PAN y PRD buscarán su propio camino.

En total, esta causa podría no superar los cinco meses de vida. Apenas un mal chiste, si se considera como referencia ineludible en Latinoamérica el caso de la llamada “Concertación” en Chile, formada por una amplia gama de partidos, desde demócratas-cristianos hasta socialistas, que desde 1990 y durante 20 años, condujo la transición democrática en ese país y que aun ahora, bajo la denominación de “Nueva mayoría” y un mayor corrimiento hacia la izquierda moderada, sigue al frente del gobierno con Michelle Bachelet.

Sin embargo, lo que sí parece existir es un plan —arriesgado, pero un plan al fin— del gobierno de Peña Nieto para buscar mantener al PRI en la Presidencia de la República, con un candidato que, con diversas alianzas, logre un mínimo de 33% de la votación; que frene a López Obrador con el mismo 31% de los sufragios que obtuvo en 2012, y que el resto de los partidos, tan dispersos como se pueda, a los que se sumen uno o más candidatos independientes, acumulen algo más que un tercio de los votos.

Por ello es previsible que el PRD vaya con Miguel Ángel Mancera, a quien las encuestas asignan hasta el momento no más allá del 8% de la votación. El PAN como partido se acerca hasta ahora por sí mismo al 30% de las intenciones del voto, por lo que le vendrá bien al oficialismo consolidar la guerra intestina entre Anaya, Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle, que hunda al ganador hasta el 22% de los sufragios, o un máximo del 25% que logró en el mismo 2012. Los independientes, muy probablemente encabezados por Jaime Rodríguez —el cada vez más domesticado Bronco—, alcanzarían, juntos, el 8%.

Tal es el escenario al que el PRI puede aspirar en las actuales condiciones del país, teniendo a PRD y PAN como virtuales compañeros de viaje. Pero lo único que debería tomarse por cierto hoy es que, políticamente, no hay certeza alguna, en nada.

rockroberto@gmail.com

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