El guarura es un hombre que trabaja de guardaespaldas, y no quien dispara por la espalda al sujeto custodiado.

Adolfo Lagos Espinosa, director general de la empresa Izzi, perdió la vida por culpa del guarurismo, un mal insoportable de la élite mexicana.

Durante la segunda mitad de la década de los sesenta, del siglo pasado, el presidente Gustavo Díaz Ordaz subió a la Sierra Tarahumara para encontrarse con líderes rarámuri. Lo hizo acompañado de un cuerpo de escoltas altos y fornidos, casi todos pertenecientes al Estado Mayor Presidencial.

Los hombres sabios recibieron al mandatario diciendo: “sean usted y sus wa’rura bienvenidos”. Arrigo Cohen afirma que wa’rura es un término rarámuri utilizado para referirse a los jefes políticos; así que la calurosa acogida fue dirigida a Díaz Ordaz y sus demás jefes.

Los escoltas de ese presidente habrán reído con el apelativo y probablemente ellos se encargaron de que el término gua’rura entrara al léxico del poder mexicano.

No era imaginable, sin embargo, que con el tiempo tales personajes fueran a adquirir tanto poder. Hoy no hay integrante de la élite política o económica mexicana que quiera prescindir de un séquito de guaruras con físico de Goliat y armados, a la Schwarzenegger en la película Terminator.

En México calcule usted cuántos guaruras acompañan a un personaje antes de averiguar de quién se trata. Indague si sus hijos, esposa, suegra, nanas y demás parentela tienen agentes asignados a su seguridad. Pregunte si sus jóvenes vástagos van a los antros acompañados por un nutrido grupo de jefazos.

Si quiere saber cuán relevante es una boda, contabilice los carros de guaruras estacionados fuera del festejo; no se sorprenda si también halla hordas de estos señores en los bautizos y las primeras comuniones. Cuando el simpósium de guaruras se antoje incontable es porque hay políticos en la reunión. Entonces felicítese por haber pagado a tiempo sus impuestos; gracias al esfuerzo de su trabajo toda esa gente puede presumir poder traducido en carros ostentosos y gladiadores notables.

Pocas élites tienen tan mal gusto como la mexicana. En esto seguimos siendo medievales. Para que sea rey, el fulano debe ir acompañado de una extensa corte. Argumentan con hipocresía los practicantes del guarurismo que no es de su gusto verse rodeados por tanto individuo rapado, ni tanto fierro peligroso; dicen que es la inseguridad del país lo que obliga a ese desplante de arrogancia oligárquica.

Pero hay evidencia para saber que es tan riesgoso traer un guarura como llevar encima una pistola: en caso de emergencia nadie puede saber cómo va a terminar la cosa.

Como ejemplo, la triste tragedia de Adolfo Lagos Espinosa, empresario al que le gustaba hacer ciclismo en el campo, hasta que sus guaruras pegaron nueve tiros y uno le arrebató la vida.

La historia va así: Lagos andaba de paseo montado en una bicicleta cuyo valor rondaría los setenta mil pesos. Dos raterillos salieron de detrás de una nopalera para robarle el vehículo de pedales. Tan novatos eran que no se percataron de que, detrás del sujeto asaltado, había un carro con guaruras.

Más novato fue el cuerpo de seguridad porque, en vez utilizar la fuerza de manera proporcional, se puso a tirar en contra de los asaltantes, y también del señor Lagos.

Los delincuentes están vivos, pero acusados de asaltar a un ciclista. En cambio, el asaltado está muerto, por culpa del impune guarurismo.

ZOOM: El guarurismo es otra expresión de la impunidad mexicana. El Estado es responsable por solapar este mal y también nuestra élite, por confundirse, como los rarámuris en época de Díaz Ordaz.

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@ricardomraphael

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