No es la primera vez que ante un descalabro en la relación entre México y Estados Unidos, nuestro gobierno se fractura y sus principales funcionarios optan, cada uno, por jalar agua para su molino.

Cuando la caída de las Torres Gemelas, y luego, cuando la guerra contra Irak, dos hombres muy cercanos a Vicente Fox se agarraron de las greñas porque la rivalidad personal superó la inteligencia de sus neuronas: Jorge G. Castañeda y Adolfo Aguilar Zínser.

Mientras el primero, que era entonces el secretario de Relaciones Exteriores, quería aprovechar la ocasión para estrechar lazos entre los dos países, el segundo, quien fungía como embajador ante las Naciones Unidas, no estuvo dispuesto a transigir con los caprichos del presidente George W. Bush.

Pues lamentablemente la historia se repite, ¡y en qué momento! Nuestra embajadora en Washington, Martha Bárcena Coqui, juega rudo contra el secretario Marcelo Ebrard porque sueña con aprovechar esta crisis para ocupar su silla.

Esta mezquindad cae en la peor de las circunstancias: son horas clave para revertir una amenaza pesada en contra de México.

Frente al chantaje de imponer aranceles impagables a los bienes mexicanos exportados a Estados Unidos, Andrés Manuel López Obrador propuso priorizar la vía diplomática. En la carta enviada el viernes pasado a la Casa Blanca el mandatario mexicano pidió a Donald Trump instruir “a sus funcionarios … (para) que atiendan a representantes de nuestro gobierno encabezados por el secretario de Relaciones Exteriores de México (Marcelo Ebrard), quienes … se trasladarán a Washington para llegar a un acuerdo en beneficio de las dos naciones.”

Resulta delicado que doña Martha Bárcena no quiera atender la instrucción presidencial. Es Ebrard y no ella la cabeza de la delegación negociadora y por tanto este momento es el peor para ponerle cáscaras de plátano al responsable de lidiar con tan penosa situación.

Desde que comenzó esta administración es evidente que la embajadora Bárcena aspira a ocupar la silla del canciller. La pugna incluye a los integrantes de su familia. El pasado martes nueve de abril, un usuario de tuiter —el señor Aaron Trevyzo— escribió: “Marcelo Ebrard un traidor y un hipócrita mentiroso, hijo de Salinas el chupacabras…”

Paradójicamente este mensaje cuenta un solo “me gusta” y es del exembajador Agustín Gutiérrez Canet, cónyuge de Martha Bárcena, y también tío de Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente López Obrador.

En la red hay otros varios ejemplos para ilustrar los aplausos que el marido de la embajadora ofrece a cada critica que ahí se presenta contra Ebrard.

¿Creerán la embajadora Bárcena y su marido que, por ser unos tíos con derecho de picaporte en la casa más poderosa del país, pueden darse el lujo de descarrilar una misión diplomática tan delicada?

El desafío arrojado por Donald Trump podría ser de proporciones atómicas para México: apenas un mensaje en la red el jueves pasado, por parte del presidente estadounidense, fue suficiente para provocar que nuestra moneda se deslizara con brusquedad, que los mercados y la bolsa se pusieran al borde de los nervios, y que medio gabinete volara a Washington para intentar detener al tsunami anunciado.

En este contexto se esperaría la mayor pulcritud política, el mejor oficio diplomático y, sobre todo, la solidaridad más firme por parte de la embajadora Bárcena.

Ella se equivoca al suponer que sus arbitrariedades son invisibles, que sus ambiciones son inocultables, o que el abuso de sus relaciones familiares no tendrá consecuencias.

ZOOM:

Las divisiones en el gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador tienen cada día consecuencias más graves. Él las defiende como virtud de pluralidad, pero ante escenarios como la crisis bilateral, a nadie conviene que el nepotismo juegue ahora como contrapeso a la cadena de mando.

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@ricardomraphael

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