Antes de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el comercio entre México y Estados Unidos se regulaba por el sistema generalizado de preferencias (SGP). Dicho programa establecido en 1976, como parte del Ley Comercial de Estados Unidos de 1974, permitía al gobierno de Estados Unidos otorgar preferencias arancelarias a ciertos países en desarrollo, las cuales, se encontraban sujetas a renovación después de cierto tiempo.

Así, el SGP le daba plena libertad a Estados Unidos a condicionar la renovación de preferencias existentes u otorgamiento de nuevas a cuestiones comerciales o no comerciales. No había reglas. Estábamos sujetos al capricho o al chantaje. El comercio podía ser tomado como rehén para que Estados Unidos obtuviera concesiones en otros temas de la agenda bilateral.

El TLCAN cambió esto. Se pactaron reglas claras para el comercio de bienes y servicios con Estados Unidos y, con ello, se dio certidumbre a los flujos comerciales y de inversión. Disciplinas que se reforzaron con las normas acordadas en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC). En ambos instrumentos se establecieron mecanismos de solución de controversias en caso de que se violaran las reglas pactadas. Se acababan las acciones unilaterales y la agenda comercial no volvería a ser rehén de asuntos de otra índole.

Y así operamos por casi 25 años. La relación comercial nunca ha sido fácil pero siempre fue autocontenida. Las cuestiones comerciales se resolvían en una mesa en la que únicamente se sentaban autoridades de comercio. Dialogábamos y, si no se podía resolver el asunto, recurríamos a mecanismos de solución de controversias. A pesar de una agenda política y social bilateral amplia y compleja, los problemas comerciales siempre corrieron por cuerda separada.

Eso se acabó el viernes pasado. Que no haya duda. El aumento unilateral de los aranceles (no tarifas) a todos los productos provenientes de México es violatoria de la obligación de no incrementar aranceles contenida en el artículo 302 del TLCAN y el artículo I del GATT de 1994, así como de la obligación de que los productos mexicanos no sean discriminados frente a productos de otros miembros, prevista en los compromisos de la OMC.

Del acuerdo alcanzado, en el ámbito comercial, llaman la atención lo siguiente. Primero, nada señala que el chantaje no volverá ocurrir. Ni siquiera una declaración política o un compromiso en el sentido que Estados Unidos no impondrá aranceles ilegales por un periodo definido. Segundo, la declaración de Trump del sábado por la mañana en la que señala que México se “comprometió a empezar a comprar grandes cantidades de productos agrícolas a Estados Unidos”.

De ser cierta esta declaración, en primer lugar, sería interesante saber cómo dicho compromiso sería compatible con el principio de la nación más favorecida que obliga a México y a Estados Unidos a extenderle cualquier ventaja a todos los demás miembros de la OMC. Pero más importante, surge la pregunta: ¿Qué obtuvo México comercialmente a cambio de esto?, ¿un mejor acceso al tomate mexicano a Estados Unidos?, ¿una excepción de la aplicación de leyes antidumping de Estados Unidos a productos mexicanos?, ¿el que Estados Unidos terminé su bloqueo de elección de jueces que tiene al mecanismo de solución de controversias de la OMC al borde del colapso? Por último, ¿cuál es la señal que está acción envía en relación con la aprobación y eventual entrada en vigor del Tratado México—Estados Unidos—Canadá (T-MEC)?

Fuimos torpes.

Nos pasmamos ante el chantaje y amenaza. No hubo una estrategia. No usamos nuestras mejores armas contra el chantaje, que eran el derecho y una relación comercial que se construyó por más de dos décadas. Negociamos contra nosotros mismos. No dejamos que nuestros aliados en Estados Unidos (que no son pocos) operaran por nosotros.

No entendimos que el problema no era nuestro, sino un problema en Estados Unidos en el marco de una presidencia cuestionada y ávida por ganar adeptos en vísperas de una elección. No confiamos, o por lo menos exploramos la posibilidad, en que el país pudiera sortear una tormenta arancelaria con tal de no ceder al chantaje o amenaza.

El precedente es terrible. No sólo le dimos la receta al chantajista para obtener lo que quiera de México, también le facilitamos su reelección. Bienvenidos al mundo del chantaje y la amenaza.

Profesor Titular. Facultad de Derecho. UNAM.
Ex-Juez del Órgano de Apelación de la Organización Mundial del Comercio.

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