Primero de septiembre del 2017, Al Ávila gerente general de los Tigres recibe a los medios en uno de los dugouts del Comerica, la noticia no es fácil de digerir todavía, hay muchos cuestionamientos al respecto, justo cuando la temporada está a punto de finalizar llegó a su escritorio una oferta irrechazable por una de sus estrellas, Astros quiere a su pitcher y en una difícil pero necesaria decisión, debe dejar ir a Justin Verlander.

Houston corrió el riesgo, apostó por Verlander sin saber lo que procedería las siguientes semanas, la temporada llegaba a su fin, la decisión no era fácil, la transacción implicaba mantener el contrato que el pelotero sostenía con Detroit por 28 millones de dólares para las dos siguientes temporadas, sus números distaban de sus momentos cumbre, era su última llamada para aspirar a algo más que la postemporada, era justo lo que necesitaban y él también.

Después de 12 años se despidió de su casa, llegó a los Astros después del devastador paso del Huracán Harvey, cuando los ciudadanos de Houston en lo que menos pensaban era en deportes, justo cuando una ciudad buscaba esperanza, él se las dio, era el tipo de lanzador que se requería en la lomita para enfrentar momentos de presión porque él ama jugar así, era el indicado para llevar al equipo por segunda ocasión a la Serie Mundial, porque no acepta las derrotas; sí, Verlander llegó tarde para convertirse en héroe, pero seguro para aspirar a un primer campeonato mundial. 

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