Si tuviera que elegir una palabra para describir el clásico regio, ésta tendría que ser: pasional.


Viví más de 10 años en Monterrey. Me bastaron unas cuantas semanas para saber por qué se les conoce como la mejor afición de México. Palpitan el futbol como ninguna ciudad. Allá no existen América, Chivas, Pumas o Cruz Azul. Asistir cada jornada y apoyar es religión. Comprar el abono para el año futbolístico te otorga estatus y se convierte en una sana costumbre sabatina ir al Uni o al BBVA.


En el momento que llega el clásico regio, todo se paraliza: las casas preparan desde muchos días antes la carne asada. Ver familias en las que Tigres y Rayados se mezclan es habitual; en los trabajos, las apuestas son normales. Los días previos no se habla de otra cosa más que del derbi.


Al jugador extranjero que arriba, después de dos minutos en el aeropuerto, se le pregunta qué sabe sobre el acérrimo rival. Cuando la liga da a conocer el calendario del torneo, la gente pregunta: ¿Cuándo es el clásico? Para ese día, no se acomodan bodas, bautizos y demás convivios.


La final me emociona. Me tocó ver clásicos por el descenso y hoy vivir el contraste me da mucho gusto. La disputa por el título es más que justa. Imagino lo diferente que es la semana más importante en la historia del futbol regio. 
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