Pasaba de la una de la mañana cuando llegamos al hotel en Minneapolis , después de la transmisión del Super Bowl LII . El bar estaba abierto y poblado, por lo que pedir un trago era casi misión imposible, pero igual hicimos la luchita y logramos ordenar antes del “last call”.

Eagles por todas partes. Sólo jerseys y gorras verdes veías; claro, las azules con rojo estaban ya empacadas, listas para volver a casa con derrota en la maleta.

En todas las mesas, los apellidos Pederson y Foles se habían transformado en verbos. Nadie creía cómo pasar de un posible retiro a ser el Jugador Más Valioso del último juego de la temporada fuera un viaje sin escalas. Tampoco cómo un entrenador, que hace apenas 10 años trabajaba en una secundaria, era capaz de ganar el primer trofeo Vince Lombardi para la franquicia.

Y sí, la historia de estos Eagles de Filadelfia alcanza niveles mágicos y heroicos, pero hay un detalle que la hace aún más gloriosa y que multiplica sus niveles de grandeza; ese detalle se llama Tom Brady, Bill Belichick y los Patriots de Nueva Inglaterra, los “ricos y odiosos” del barrio llamado NFL.

Se nos acercó un fan de Filadelfia con la copa de vino en mano (por cierto, la traía sujetada como si fuera palo de piñata, pero se entiende, repito, era el “last call” y por ningún motivo quería poner en riesgo su último chupirul de la noche). Nos preguntó de dónde éramos y a quién le íbamos. Cuando le dije que a los Dolphins de Miami, me tiró una mirada de... mmm, pobre wey. Total que platicamos un par de minutos y antes de despedirse nos dijo “ha sido una noche increíble, el título, el estadio, pero sobre todo el rival: Tom Brady... ¡Cómo no estar agradecido con lo que ha hecho por este deporte!”.

Y es cierto. Para dimensionar las conquistas es necesario analizar al adversario. Es por eso que en Filadelfia abrazarán esta memoria por el trofeo en sí, pero en igual medida por haberlo hecho a costa de Tom Brady y compañía. Recordarán ver a su equipo ganar, pero también al grande perder.

Sólo el tiempo dirá si la aventura del pasado domingo habrá representado el “last call” para el mejor mariscal de campo de la historia. Con él nunca se sabe, pero sería oportuno decir que verlo jugar ha sido un privilegio, una delicia.

No sólo ganaron el Super Bowl, hicieron que Nueva Inglaterra no lo hiciera, y eso para cualquier equipo de la NFL tiene grandísimo valor.

Ah, y como detalle, todavía alcanzamos el segundo de la noche. Ya sabe, a tragos gordos y sin hacer buches.

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