La historia recuerda que la polarización social destruye las democracias, y que hay dictaduras que llegan al poder con votos, pero no se van con votos.

El proceso electoral que vivimos es un paso más en la consolidación de nuestro régimen democrático. Para eso, México necesita fortalecer la cultura democrática como “un modo de vida”, así lo estipula el artículo tercero de nuestra Constitución.

La democracia es un frágil estado de convivencia armónica y de participación ciudadana en la toma de decisiones públicas; y su más pulida representación se destina a la selección de nuestros gobernantes y legisladores.

A 39 días de las elecciones, muchos se esfuerzan en vislumbrar los resultados que habrán de definir el destino del país por lo menos durante los próximos seis años.

Pero si volteamos la mirada al pasado reciente, nos vamos a encontrar con la crónica de cómo los partidos y sus candidatos han utilizado los recursos públicos y tiempos en medios que ofrece el INE, para demeritarse recíprocamente. Estos son ardides de último recurso cuando se carece de argumentos de valor para convencer a los votantes. No obstante, es necesario recordarles la responsabilidad que tienen en cada acto hostil que deteriora los fundamentos éticos de nuestro proyecto democrático.

Así, hemos visto en los mítines políticos, anuncios de campaña y los debates de candidatos y sus representantes un espectáculo de radio o televisión, que nos muestra con qué facilidad los candidatos están preparados para agredir, calumniar, ofender y burlarse entre ellos, sin darse cuenta que en cada acto de hostilidad la democracia queda ofendida y vulnerada.

En algunas encuestas aparecen datos relativos al desencanto con el modelo democrático. Estas referencias tienen más de propaganda que de noticia, no obstante, pueden representar la reacción de las nuevas generaciones a la baja calidad de la contienda, a la tarea distante de los partidos políticos y a las propuestas de los candidatos.

Es pues inevitable que se reconozca que los partidos y candidatos deben reorientarse a la continua difusión de los principios de convivencia dentro de la diversidad y tolerancia dentro de los disensos; sólo así se fortalecen las democracias.

De ahí la importancia de reconocer la educación para la democracia con los más altos valores éticos, como un proceso continuo corresponsable y libre entre partidos, gobiernos y familias, con el fin de consolidar el imperio de la ley, las instituciones y la justicia. Un proceso de educación para la comprensión y exposición de ideas, para el debate, la discusión, y la comparación de opciones, sin despreciar al oponente. Porque en una democracia todas las voces valen, pues nadie tiene toda la razón y nadie está totalmente equivocado.

Latinoamérica ha sido una de las regiones del mundo que ha vivido y vive en carne propia la rapidez con la que las dictaduras destruyen las libertades, persiguen a los oponentes, censuran las ideas, deterioran el nivel de vida. Y también nos muestran el sinuoso camino que significa la restauración democrática.

Es imperativo que se eleve el nivel del debate, para demostrar para qué quiere el poder cada aspirante y para convencer que su propuesta es la que va a dar un paso más en la consolidación de las libertades, las leyes y las instituciones.

Por ello, en los días que quedan de la campaña electoral, los candidatos deben evitar ofender a la democracia y construir diariamente una mayor dignidad a su proceso, porque a final de cuentas ofender a la democracia es faltarle el respeto a la capacidad intelectual del ciudadano.

Rúbrica. ¿Canción de cuna? “…yo soy Cepillín pillín pillín…”


Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

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