Después de años de haberlo calificado como el peor de los acuerdos jamás firmados, después de toneladas de tinta derramada en análisis, horas de programas de televisión y meses de diplomacia, la decisión de Trump ha sido tomada. Washington abandona el acuerdo nuclear con Irán. Pero, ¿qué significa esto? ¿Estamos ante una inescapable alternativa entre aceptar a un Irán armado nuclearmente o una guerra entre EU y Teherán? No aún. Explico algunos elementos para comprender en qué punto nos encontramos y qué podría pasar a partir de ahora.

Como escribí el sábado, el acuerdo con Irán no es un tratado vinculante sino una serie de términos pactados por siete partes que los mantienen con vida a cambio de que las otras partes hagan lo propio. En este caso, Trump ha decidido que EU deja de cumplir con su compromiso: la suspensión de sanciones (además de que impone nuevas). Pero el hecho de que una de esas partes decida abandonar el convenio no supone de manera automática que las otras seis lo harán también. Eso podría ocurrir, pero también podría no ocurrir. Primero tenemos la propia decisión de Irán, quien teóricamente podría mantener sus compromisos a cambio de que los países europeos, además de Rusia y China, no se sumaran a las sanciones estadounidenses. Esto no nulificaría, pero sí limitaría el impacto de las sanciones que planea imponer Trump. Solo China concentra 45% del comercio exterior iraní, en contraste con menos de 1% que concentra Washington, y esto sin mencionar la cantidad de actividad comercial que Teherán mantiene con Rusia y con los países europeos, o el papel que juega la City de Londres en las transacciones financieras que lleva a cabo la República Islámica. Ese escenario, por supuesto, podría generar una brecha enorme entre Washington y sus aliados europeos quienes, a partir de este punto, estarían adoptando una política distante de la Casa Blanca. Más aún, incluso si los países europeos deciden seguir a Washington y abandonan del acuerdo, el peso de China y de Rusia para mantener a flote la economía iraní podría ser fundamental.

Ahora bien, Irán podría también dejar de cumplir con sus compromisos del pacto, y reanudar su actividad nuclear en distintos grados. Recordemos que de las 19 mil centrífugas reportadas, Irán en la actualidad mantiene unas 5,000 en operación y ninguna de ellas enriquece uranio a más del 4% (para una bomba atómica, se requiere enriquecer uranio a niveles de hasta 90%). Teherán podría solo reestablecer su operación nuclear de manera limitada, o incluso reactivar su nivel de enriquecimiento previo al acuerdo (20%), argumentando que no fue la República Islámica quien abandonó el tratado. De esa forma, podría hacer sentir ciertas consecuencias por la decisión de Trump, pero al mismo tiempo mantener abierta una puerta para reanudar negociaciones con quien quiera leer su mensaje de relativa “moderación”. O bien, Teherán podría lanzarse de lleno a enriquecer uranio al nivel suficiente para armar bombas atómicas. Tras el convenio nuclear, Irán se había deshecho de 10 toneladas de uranio enriquecido, suficiente para fabricar unas 7 u 8 bombas. En este punto, Teherán podría ponerse la meta de volver a producir, al menos, ese material que ya tenía. Eso, según se decía en aquél tiempo, le colocaría a solo unos tres meses de tener varias armas nucleares.

Por consiguiente, dependiendo de cómo se muevan todas las variables anteriores, podríamos estar enfrentando en mayor o menor grado, las siguientes repercusiones:

1. Es muy probable que, en Irán, se fortalezcan las posiciones de los más duros, aquellos quienes desde un principio estaban en contra de negociar con Occidente. Esto debilitaría la posición de Rouhani, un conservador pragmático que defendía la necesidad de construir mejores relaciones con Europa y EU. Ello todavía tendría un mayor efecto dependiendo del impacto de las sanciones estadounidenses sobre la economía y si, como ya hemos visto antes, esto provoca descontento popular y manifestaciones masivas en el país. Sin embargo, para aquellos que han predicho o incluso promovido el final del régimen, deben considerar que esa no es por ahora la probabilidad más alta. Por el contrario, la repercusión más probable tras estas circunstancias es que las Guardias Revolucionarias mantengan e incrementen su posición (en lo económico y en lo político), y que las fuerzas más conservadoras del país vayan paulatinamente ocupando mayores espacios.

2. Más aún, como dijimos, es probable que en esta ocasión sea mucho más difícil para Washington establecer un régimen de sanciones coordinado internacionalmente como en el pasado, lo que en su momento fue quizás el factor determinante para orillar a Teherán a negociar. Por el contrario, quizás las diferencias entre Trump y sus aliados europeos se hagan más evidentes con el tiempo. Ello podría ocasionar que el impacto de las sanciones sea importante, pero limitado, otorgando con ello un margen de maniobra a Teherán para planear y decidir cómo responde y a qué velocidad implementa sus respuestas.

3. Adicionalmente, Rusia y China podrían ahora emplear el tema iraní como arma para seguir peleando sus propias luchas contra Washington. Ninguno de esos dos países tiene incentivos económicos, mucho menos políticos para abandonar a Teherán en este momento. Por el contrario, Moscú y Beijing podrían caminar precisamente en la dirección contraria (incrementando su actividad económica y respaldo a la República Islámica) si ello beneficia a sus intereses y de paso vulnera los de Washington. Esto no significa que el Kremlin o China deseen ver a un Irán nuclearmente armado, pero hay un importante margen de maniobra aún con el que se puede jugar, sobre todo si Teherán opta por alguna de las alternativas intermedias como reactivar su actividad nuclear de manera parcial. En todo caso, esas dos potencias podrían convertirse en las auténticas mediadoras entre Irán y Occidente, lo que intentarán cobrar con concesiones en otros temas.

4. En cuanto a los escenarios de conflicto armado, también hay varios. Primero tenemos la posibilidad de enfrentamientos mayores entre Irán e Israel. Este tema, como lo hemos abordado otros textos (ver: https://bit.ly/2HJxbmk), está caminando ya por dos rutas paralelas, vinculadas, pero diferentes. De un lado, Israel está buscando contener la presencia militar iraní en Siria, lo que ya ha desatado choques directos que podrían ir creciendo hasta confrontar a ambos países de manera cada vez más abierta muy independientemente de la cuestión nuclear. Del otro lado, regresa a la agenda la posibilidad de que Israel eventualmente opte por atacar las instalaciones nucleares iraníes como en su momento lo hizo contra Irak y contra Siria. Esta última alternativa, al menos hasta 2015, no era logísticamente viable; hasta ese entonces, el estado judío no contaba con la tecnología para penetrar las instalaciones nucleares subterráneas ubicadas en Irán. Es por ello que Netanyahu tenía que confiar en Washington para llevar a cabo esa tarea. Convencer a Obama de hacerlo, por supuesto, le fue imposible. Claro que con Trump las cosas cambian, pero para que Estados Unidos se embarcara en una operación militar de semejante tamaño, hay demasiadas variables a tomar en cuenta—desde las finanzas hasta la política interna en EU, o los riesgos de que la operación se le salga de control como en otras aventuras similares—y Washington no está contemplándolas en este momento. Aún así, es importante valorar que, abandonado el acuerdo nuclear, todas esas variables empiezan a moverse dentro de una lógica distinta a la que tenía lugar mientras el convenio se encontraba vigente.

5. Por último, debemos también considerar que, dependiendo lo que Irán decida hacer acerca de programa nuclear, es probable que veamos detonarse en Medio Oriente una carrera armamentista y una proliferación nuclear de dimensiones difíciles de prever. Irán no es solamente enemigo de Israel (país que ya cuenta con capacidad atómica), sino de muchos otros países de la región, algunos de quienes ya han manifestado que desean tener su propio armamento nuclear.

Ya lo dije el sábado y lo repito acá. A pesar de la muy conocida opinión de Trump, de acuerdo con una enorme cantidad de analistas, políticos, e incluso militares (lo que incluye a su propio secretario de defensa, Jim Mattis, o a una gran parte del establishment militar israelí), el pacto nuclear entre Irán y las potencias tenía varios huecos y defectos, pero estaba funcionando en lo esencial. Había una nada corta ventana de tiempo (8-13 años) para negociar la corrección de esos defectos. Lo que ocurre es que el estilo de negociar de Trump consiste en demandas maximalistas y en crear condiciones adversas para la contraparte, a manera de adquirir una mucho mejor posición para obtener concesiones. Pero es importante entender que cuando se trata de relaciones entre estados, Donald Trump no es necesariamente el genio negociador que dice ser, ni sus tácticas funcionan siempre como él lo piensa. Ahora, solo queda esperar que todas las partes sepan leer el margen de acción que aún resta, y puedan evitar las peores consecuencias de lo que hoy se está echando a andar.

Twitter: @maurimm

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