La importancia de la comunicación visual en tiempos de la saturación de los medios ha cambiado los discursos de los medios, las instituciones, los gobiernos y las personas. Un tanto surge una propaganda para reforzar la hegemonía —la preponderancia sobre los otros—, otro tanto el esfuerzo por sobresalir, otro más el sensacionalismo, pero la suma de todo es centrar la visión sobre el yo, sólo una manifestación más del ego.

Debemos reconocer que las redes sociales han fomentado la predominancia visual de la comunicación, como ningún medio lo había logrado antes, desde el cine mudo, lo cual resulta en la construcción del mensaje y la formación de imágenes, discursos y reforzamiento de identidades en el receptor o consumidor.

Pero el factor tecnológico no es el único que aporta a este fenómeno; la globalización, el acceso a los medios, la saturación, la sociedad del conocimiento y más han aportado a estos fenómenos. En general, una sociedad menos jerárquica y de mayor tamaño aporta más espacios de expresión, pero a la vez menos oportunidades para sobresalir. De esta paradoja surge un egocentrismo tecnológico, capaz de utilizar los espacios más sutiles para dar voz a los que dicen no tenerla, para reforzar las personalidades reprimidas, posicionar el alter ego relegado o simplemente una nueva diversión basada en el escándalo y tolerada por la sociedad.

El impulso de los escritores, comunicadores y artistas por crear, transmitir o comunicar con la controversia, el contraste y el color (rojo de preferencia) como herramienta de comunicación trae una energía como vitamina —C de preferencia— a los medios. En las noticias, por ejemplo, sobresalía el que adquiría, comentaba y publicaba la nota en primer lugar; era una cuestión de tiempo. Así el que llegaba primero era el mejor y era la referencia. Actualmente, el tiempo no es el único factor, ni los recursos, todo está en la audiencia, ¿cuántos likes tiene lo que escribiste o publicaste?, la calidad, el contenido y el compromiso pierden sentido ante una creatividad malentendida. A los ojos poco críticos, el “mejor” es el que lo dice más “chistoso” o del que todo mundo —relativo por supuesto— habla.

Entre los que buscan predominar surgen otras tendencias, entre ellas están los más extremos que jalan la tolerancia de la audiencia al límite y basta encontrar una justificación al discurso virtual, como modelos y actrices, que explotan el límite del escote hasta donde la moral del público aguante. O los comunicadores, que utilizan palabras altisonantes por usarlas solamente, escudados en justificaciones “como la gente habla” o “a la gente no le importa y se les hace divertido”. Sin pecar en una moralidad excesiva, la sociedad se ha convertido en una comunidad más tolerante y, uno no está de acuerdo, hay tanta oferta en los medios que no es necesario quejarse, simplemente cambiarse al espacio de consumo que maneje formas y mensajes que no tolere.

En este extremo encontramos a los posmodernos, quienes aprovechan el escándalo potencial de la violencia para encontrar su huequito entre muchas cabezas iguales, los que quieren llamar la atención con el discurso de una violencia dominada y una clara posición de poder. El que sale en sus posts a enseñar un arma y regresar a formas y modos primitivos.

Para algunas corrientes sicológicas, portar un arma implica reforzar una posición de poder y retornar a mensajes tan elementales, por ejemplo, el “tamaño es lo relevante” o el tipo de arma, que entre más exótica es mejor. Es un posicionamiento que aprovecha el miedo para imponer respeto, tal como una manifestación de pertenecer a una élite, que la mayoría de nosotros desaprobamos. En la infancia de una nación como la nuestra, el caudillo tenía un arma que era salvadora, que imponía respeto al enemigo y orden.

Hoy día, muestra otras cosas ante todo el reconocimiento social (positivo o negativo) del que porta una pistola de forma pública, aún siendo un miembro de las fuerzas públicas o del Ejército.

Los jóvenes que se fotografían con un arma larga buscan este reconocimiento social, el ser vistos como “valientes” y que no están en los límites sociales, puesto que “ellos si se atreven a enseñar su arma” como advertencia de su potencial violento. Pero la violencia genera violencia.

Contar con un arma de fuego es una posibilidad real para muchos mexicanos. Los que viven en las zonas rurales necesitan esta herramienta para subsistir, pero a la vez es una advertencia del potencial destructivo que sus portadores tienen en la mano y al ser publicado en una red social, prácticamente es una amenaza a los que no reconozcan su posición social. La sicología como ciencia ha demostrado que la imagen de una pistola siempre conlleva un pensamiento violento, del que la porta y del que la usa.

Cualquier arma mostrada en una imagen es una invitación a la violencia, quien la ve desarrolla un pensamiento agresivo, contra el que la porta, contra la tecnología y contra la sociedad. La supuesta predominancia adquirida por el que aparece con ella en la foto puede desatar una guerra mediática, una competencia estúpida por mostrar “su arsenal” o en el mejor de los casos un sentimiento y urgencia por relegar al violento, puesto que en el fondo siempre somos seres compasivos y buenos. El que busca el reconocimiento social, a través de estas imágenes, puede lograrlo, pero siempre temporalmente, alguien rescatará de su cerebro y mente primitiva la oportunidad de tomar esa posición al mostrar una mejor arma, más grande y efectiva. Inevitablemente, terminando violentado, expuesto y disminuido, lo contrario a la intención de predominancia.

El reto o desafío que presentan los jóvenes portadores de armas en fotografías en las redes sociales son esfuerzos poco-efectivos para mantener una posición relevante en su comunidad y normalmente traen más preguntas que respuestas, ¿de dónde la sacó?, ¿qué quiere demostrar?, ¿no se le ocurre una forma más tonta de salir herido? Lo siento, sin un afán de moralidad extrema, no es un camino ni una alternativa.

Los modelos de rol sociales destacan desde la paz y el bien, y no de la violencia. El objetivo siempre será alejarse del ser violento y aplaudir a los que construyen y no destruyen, a los que incluyen y no excluyen.

Académico de la Universidad Iberoamericana

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