El presidente de Estados Unidos había prometido en su campaña terminar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), “el peor acuerdo negociado en la historia de Estados Unidos”. Este razonamiento estaba predicado en la evaluación de que su país perdía, de que no podía competir con México, sus compañías y sus trabajadores, y que Canadá abusaba al mantener cerrado su mercado de lácteos. Además, centraba su valoración negativa en el déficit comercial para con México, sobre todo, y con Canadá.

La dificultad más seria de esta negociación consistía en que Estados Unidos esperaba un resultado asimétrico a su favor, para corregir un balance percibido como desfavorable. En la mesa de negociación, este objetivo se tradujo en sendas propuestas que tenían como fin hacer menos atractivo invertir en México y que el sector privado de ese país bautizó como píldoras envenenadas.

El gran trabajo del equipo negociador de México y la firmeza de Canadá al final permitieron minimizar el daño que hubiere resultado de aceptar todas las demandas del gobierno de Trump como formuladas inicialmente. La realidad también se interpuso: el grado de integración y la interrelación productiva, y el tamaño de mercado que representan Canadá y México (su primero y segundo mercados en el mundo, muy por arriba de cualquier otro país) hacían difícil que el proceso pudiere derivar en la destrucción de una relación comercial y de inversión mucho más profunda de lo que se piensa y de gran importancia política en decenas de estados, muchos de ellos con presencia mayoritaria de votantes favorables a Trump.

La Casa Blanca parece haber invertido una gran cantidad de capital político, tiempo y recursos humanos para obtener resultados marginales. Dado que Canadá y México no representan, en realidad, un problema comercial, cabe preguntarse si dedicar año y medio al TLCAN, más lo que falta por el proceso de aprobación, corresponde a las prioridades que debe fijarse su gobierno en materia de comercio internacional.

No obstante, el gobierno de Donald Trump está convencido de haber ganado la partida y logrado no sólo un cambio de nombre, simbólicamente se borra toda referencia al libre comercio, de que se obtuvieron concesiones significativas para redefinir las relaciones comerciales e influir en acuerdos futuros en todo el mundo.

Desde su perspectiva, este “triunfo” fue posible gracias al uso de la amenaza de modificación de aranceles de nación más favorecida (NMF) bajo la sección 232 en materia de seguridad nacional de la ley comercial de su país. Está seguro de que sin esta amenaza creíble, Canadá y México no hubiesen cedido a las presiones y que seguirá funcionando como un poderoso incentivo para que las futuras inversiones se lleven a cabo en Estados Unidos.

Todos los tratados de libre comercio y la Organización Mundial de Comercio (OMC) permiten, como la sección 232, la imposición de barreras al comercio en caso de un riesgo de seguridad nacional. Esta excepción siempre ha sido considerada no tanto un derecho, sino un privilegio extraordinario y soberano para casos de real emergencia, que debe utilizarse de forma responsable y parsimoniosa por los países firmantes. Es una cláusula equivalente a una bomba nuclear en el ámbito de comercio exterior, que sólo debe utilizarse en situaciones extremas; casos de guerra, por ejemplo.

El uso consuetudinario de la excepción de seguridad nacional rompe con el orden del comercio internacional y pone en duda su supervivencia. El gobierno de Donald Trump, al descubrir sus limitadas facultades (por la Constitución de Estados Unidos y compromisos internacionales) para imponer aranceles a diestra y siniestra, encontró en la sección 232 el instrumento extorsionador para imponer su visión comercial mercantilista al resto del mundo.

Aunque Canadá y México obtuvieron con el nuevo acuerdo ciertas garantías en materia de abuso de la sección 232 para el caso de exportación de automóviles, hasta por un volumen que ahora parece holgado, lo cierto es que la Casa Blanca parece convencida de que podrá seguir utilizando la amenaza de seguridad nacional para corregir condiciones de comercio exterior que encuentre desfavorables, incluido para con sus socios de América del Norte. Y que podrá hacerlo a su total discreción sin importar si existe o no un riesgo de seguridad nacional.

Así, la política comercial de Estados Unidos buscará seguir con una estrategia que, desde su punto de vista funciona: con la amenaza de una investigación de seguridad nacional para automóviles espera conseguir la apertura del mercado de la Unión Europea y el de Japón, para luego enfocarse en el gran reto que representa China.

Las exportaciones de China a Estados Unidos ya han sido sometidas a un conjunto creciente de restricciones: se les aplican no sólo las amenazas de la sección 232, sino que prácticamente todos sus tipos de acero y aluminio enfrentan cuotas compensatorias y se le han impuesto aranceles punitivos a la abrumadora mayoría de los productos, bajo la sección 301, por supuestas violaciones a secretos de propiedad intelectual. Para la Casa Blanca sólo es posible corregir el fuerte desbalance que tiene con China por medio del uso indiscriminado y unilateral de aranceles de importación. La renegociación del TLCAN en realidad tenía como objetivo, en la lógica de Trump, mostrar que la estrategia de rudeza innecesaria, negociar con la pistola en la sien, funciona.

Hay un consenso entre observadores y analistas que es necesario que China modifique muchas de las prácticas nocivas e injustas que quizá tenían un sustento durante su transición del comunismo a una economía moderna y competitiva, pero ya no. Ahora que tiene un éxito evidente es imprescindible se sujete a las más altas disciplinas en materia de comercio e inversión, abra realmente sus mercados, elimine subsidios y financiamiento a decenas de sectores que, por su tamaño, distorsionan mercados en todo el mundo.

La pregunta es si estos cambios se logran con una estrategia plurilateral y/o multilateral de fortalecimiento de las disciplinas de comercio exterior a través de CP-TPP y, sobre todo, OMC, o por medio de una nueva guerra fría y medidas unilaterales de Estados Unidos que puedan acabar destruyendo el sistema de comercio internacional.

De manera perversa, al estudiar los resultados del Acuerdo de Estados Unidos, México y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés) quizá Beijing concluya que pierde menos con concesiones marginales en una negociación bilateral, que sometiéndose a un régimen basado en principios, sin unilateralidad y sin discrecionalidad.

Canadá y México ya hicieron su parte, pero el abuso de la sección 232 sólo puede corregirse en Estados Unidos. Hay ya un caso para un panel de tres jueces en la Corte de Comercio Internacional en Nueva York para declarar su inconstitucionalidad, así como algunas propuestas en el Congreso en Washington. Ya se verá si se atreven a coartar los abusos de Trump. Sin restricciones al uso de esta facultad excepcional, todos los participantes en el comercio global acabarán perdiendo, incluido Estados Unidos que, además, terminará aislado en su estrategia, y también México.

Curiosamente, en términos de flujos de comercio, pero sólo en el corto plazo, el principal beneficio para la economía mexicana vendrá no de la implementación del USMCA, pero de las fricciones sino-estadounidenses. Gracias a ellas, exportaciones mexicanas desplazarán a chinas en Estados Unidos y a estadounidenses en China, al tiempo que México importará más insumos chinos (que ahora no es económico importar a Estados Unidos) para transformarlos en productos terminados en América del Norte. Ahí la llevas, Donald.

Twitter: @eledece

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses