Hay estilos diferentes para ejercer gobierno, estamos acostumbrados al político acartonado, aburrido, adarme de emoción, impertérrito hasta el sopor, o sea: estamos acostumbrados a los políticos de hueva, de mucha, mucha hueva.

El éxito de figuras políticas heterodoxas en el mundo radica, justamente, en el quiebre de ese arquetipo, sin importar necesariamente izquierdas o derechas o una inclinación populista o liberal, hoy nos enfrentemos a una comunicación de doble vía contra una forma tradicional de hacer el trabajo desde un confinado escritorio.

Hace tiempo, poco antes de los desastres que sacudieron la región, tuve oportunidad de ver a Quirino Ordaz Coppel, gobernador de Sinaloa, recorrer calles de su natal Mazatlán, no era una visita programada, era más bien algo relativamente común ahí pero muy extraño de atestiguar en otros lugares: sin escoltas, sin chofer, acompañado de su familia, el gobernador caminaba tranquilo o manejaba su camioneta saludando, escuchando reclamos de frente, felicitaciones o francas mentadas de madre, “al Quirino” lo conocen en los mercados y en los puestos de la calle, abiertamente lo aprecian o le regatean apoyos pero, cosa curiosa, la gente se lo dice en la calle, de forma abierta, sin miedos ni miramientos.

Ordaz Coppel no era el favorito para llegar a ser gobernador de Sinaloa, no fue delfín de nadie y, ciertamente, tuvo que luchar a contra corriente para convertirse en uno de los pocos gobernadores del PRI que quedan con posibilidades de futuro, a diferencia de su propio partido.

Cuando Javier Valdez fue asesinado en Culiacán, el gobernador dio la cara inmediatamente, se tragó protestas, la justificada y legítima ojeriza popular y lo entendió como una exigencia para resolver el crimen y ponerse a trabajar en materia de seguridad, donde quedan aún muchos pendientes, ninguno omiso, ninguno oculto.

Quizá la clave en el éxito de los políticos que vienen es su aversión al maquillaje, aceptar los problemas de frente y bajarse de un pedestal para trabajar en conjunto con su sociedad y dar, de la misma forma, resultados conjuntos con ambos esfuerzos.

Aceptar un reclamo, una crítica, una pregunta agresiva, entender el papel de la oposición, no sentirse más, no sentirse menos, hacer la chamba y salpicar el éxito… ¿es tan difícil? sí, parece que sí.

Éxito que se contabilice, que se sienta, que perdure. No éxitos electorales y ya, esos serán pasajeros, caerán justo en el momento en que los triunfos les parezcan a los ganadores eternos e inmarcesibles.

Fácil: comunicación de doble vía y la piel bien gruesa, se dice fácil.

DE COLOFÓN.— Neta, Trump es muy mala escuela para seguir sus pasos en comunicación institucional.

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