La expectativa, cada vez más probable, de que termine el TLCAN tal como lo hemos conocido hasta ahora, ha abierto en la opinión pública una muy amplia gama de preguntas y también de temores sobre la probable vuelta a una economía cerrada y protegida. Las preguntas más relevantes las han tratado de modular los especialistas haciéndonos ver que aun sin el esqueleto comercial norteamericano México puede seguir siendo una economía abierta protegida por el marco regulatorio de la OMC.

Las expresiones de empresarios y observadores de la vida pública apuntan a que el ocaso del instrumento comercial firmado en los 90 abre el imperativo de repensar la situación mexicana y la insoslayable realidad que se deriva de no tener un ancla externa como la del tratado. Tendremos una transición de varios años y México dependerá de sí mismo y eso a muchos les da vértigo porque no somos un país que haya disuelto muchos nudos que esperábamos se desatarían con el libre comercio.

Para el consumidor final muchas de las ventajas del tratado pudieron materializarse en la disposición de una muy variada gama de productos de consumo y alimentarios. Una de las consecuencias de esta oferta fue una reducción dramática del contrabando de miles de productos que iban desde la mantequilla en lata hasta refrigerados quesos amarillos. El mercado mexicano, previo a la apertura, no era el idilio que los nacionalistas revolucionarios proclaman. Era un mercado tristón en el diseño de las mercancías, en la calidad de los productos y en el precio. Las campañas gubernamentales que promovían lo hecho en México chocaban con la evidencia de que los productores internos parecieran dominados por una incapacidad de innovar tecnológicamente, una relativa pereza por fomentar la excelencia (provocada por la protección del mercado interno) y los precios inalcanzables. La mayor parte de los productos de consumo durable eran más caros y menos atractivos que los disponibles en el mercado norteamericano.

La apertura significó poder comprar a precios muy similares a los que se consiguen en EU en el mercado legal, lo cual trajo como consecuencia la modernización del sector comercial que, junto con el masivo ingreso de productos chinos, tuvo un efecto indirecto en la mejora del poder adquisitivo del mexicano. Sandalias y ropa importada (de ínfima calidad pero bajo precio), permitió a mucha gente abastecerse en supermercados estilo norteamericano y vivir el sueño de un consumo convergente con los vecinos y así dejar de suspirar por los coloridos envoltorios de sus chocolates o el hermoso empaquetado de sus productos lácteos. Parece increíble pero hasta la fecha la industria mexicana sigue poco preocupada por la mercadotecnia y la comunicación, pero ese es otro tema.

No creo que sea sensato imaginar que México volverá a los tiempos de la fayuca y a la protección de su mercado interno para favorecer a un grupo de empresarios que consiguieron hacer convergente sus intereses con el proyecto nacional. Creo, sin embargo, que ante una eventual terminación del TLCAN tiene que abrirse una nueva etapa de libre comercio en la que el consumidor pueda beneficiarse directamente del mismo y no solamente mediante los grandes importadores. Pienso, por ejemplo, en la necesidad de ampliar un comercio electrónico, que requiere de una modernización del servicio de correos y paquetería, que permita al consumidor mexicano comprar productos en EU de manera directa, sin tener todo el aparato de agentes aduanales y aranceles que hoy todavía impiden al consumidor de a pie beneficiarse directamente de un mercado abierto. Idealmente comprar por internet un producto en EU debería ser igual a comprarlo en Tlaquepaque.

Las plataformas tecnológicas facilitan hoy que productores, distribuidores y consumidores se conecten en la red. Si los gobiernos, en lugar de establecer trámites y regulaciones, permiten que la gente compre de manera libre y eficiente en donde más le convenga, la apertura tendrá mucho más profundidad en el cuerpo social y a la larga más mexicanos se beneficiarán de una economía legal y legítima y no tendrán que recurrir, como en el pasado, a suplir por la vía de la ilegalidad la rigidez de un modelo comercial que durante años permitió un crecimiento importante, pero a costa del dinero del consumidor.

Analista político.
@leonardocurzio

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