Cuándo fue la última vez que un thriller de acción les movió el piso. ¿Cuándo se creyeron tantas muertes violentas de las que solía poner en práctica Harry el Sucio? ¿Se acuerdan de Harvey Keitel en Bad Liutenant, o de Vic Mackey, el policía corrupto de The Shield, que aprovechaba el dinero fácil como parte de una unidad especial, que contribuía con beneficios propios extras como la extorsión, el chantaje y la tortura? ¿Y qué tal el emergente Paul Kersey (Charles Bronson) que, tras superar el asesinato de su mujer e hija, se toma la justicia por sus manos?

En la actualidad, los héroes son otros que se toman muy a pecho su papel de vengadores anónimos, siguiendo códigos y reglas específicas para mantener las franquicias a base de plomo a mansalva. Los nuevos perdonavidas implacables con los malos y negociadores con los buenos tienen nombre y apellido: John Wick (Keanu Reeves), que llega en 2014 como un asesino retirado, encontrándose con una pandilla que le mata todo.

Wick arremete contra todos y, entre tantas balas, la cuenta de muertes se pierde en medio del vértigo de la acción. Lo que uno ve es para erizar a cualquiera que sepa de venganzas anunciadas. Luego, ante un gran despliegue de efectos especiales de primera, algunos dicen que se trata de un thriller “artesanal” cuando, la verdad, se trata de una justa repartición de fierro para el bando rudo.

Mientras la franquicia ya va en la tercera entrega anunciada para el año que entra, el de la cuarta transformación, “Parabellum”, con sólo la promesa de más munición, el veterano Denzel Washington, le baja al kilometraje de las balas en una secuela anodina y reaccionaria a más no poder: The Equalizer 2. El “abuelete” como le dice un maloso en la película, se ha vuelto un conservador armado con un discurso soporífero que nadie se cree.

Ya no queda nada de aquel reparte balas de la primera cinta (2014), a pesar de haber sido dirigido por un Antoine Fuqua, del que después de esta segunda entrega tampoco queda nada, más que los previsibles balazos a bocajarro. Nadie, ni el propio Robert McCall (Washington) es capaz de reaccionar ante este modelo de aburrición permanente. Ni los malos se sienten malos, con este ejemplo de lo soso llevado al extremo. Luego de esta secuela, parece que llegó la hora de la jubilación para este melancólico outsider.

Cómo se extrañan personajes como el de Bad Lieutenant (Keitel), de Abel Ferrara que comete usos y abusos de autoridad agobiado por las deudas, las drogas y el alcohol, y hasta el mismo personaje del remake (Nicolas Cage), de Werner Herzog, que rezuma lo bizarro y hasta enfermo que es en la realidad.

Ahora, los nuevos héroes bizarros operan con y sin uniformes en un vértigo de violencia y escenografía mexicana del narco desatado. Ejemplos, la dupla Benicio del Toro y Josh Brolin, federales confundidos con agentes de la DEA, que si bien dieron muestras de lo que pueden llegar a ser con rifles de alto poder en Sicario, de Denis Villenueve, en la secuela Sicario: Día del Soldado se vuelven más letales, en un ambiente de tensión, violencia y con muertes espantosas. Una cinta dura en donde muchos reciben las balas que se merecen y otro no pero que igual expiran en la refriega. Estos héroes no están fatigados, al menos no éstos.

pepenavar60@gmail.com

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