Atrás han quedado las discusiones bizantinas, en el sentido de están regresando los discos de vinil. Falso: el vinil no sólo nunca se ha ido sino que su retorno en esta era digital parece estar más fuerte que nunca.

Y no me refiero a discos clásicos de otras épocas como las reediciones Beatles o de los Stones, que siempre ha estado en el candelero. Sino que, prácticamente, cualquier hijo de vecino en el negocio musical en el que predomina lo digital (no por mucho tiempo según vaticinio de los expertos, el vinil se está imponiendo por su calidad musical, nada perfecta).

Cualquiera sabe que el sonido primigenio en la música comenzó con los discos de vinil en cualquiera de sus formatos existentes: Long Plays, Extended Play (parece que inventados en México, con cuatro temas) y sencillos de dos piezas. Más tarde, cuando se inventó el disco compacto, la perfección era tal que nadie daba crédito a la exquisitez y pureza del sonido. Simplemente nadie se la creía. Y surgieron las disyuntivas: que si el sonido que uno oía era tan perfecto como para no creerse, que no podía haber ese tipo de sonido libre de impureza, sobre todo para los quienes se iniciaron auditivamente con los discos de vinil que, exigían además otro tipo de ritos como el toque y a contemplación de sus portadas, leer sus notas informativas y, por último, sorprenderse de sus adelantos en diseño de exteriores y fundas interiores.

El auge —porque nunca se fueron moviéndose en caminos alternativos— se debe en parte a la añoranza del scratch. Ese sonido tan particular que, ni el más peinado, remasterizado puede todavía con él, con esa sensación primigenia de oír ese sonido tan particular que antecedía a cualquier melodía grabada en sistema análogo o estéreo. Por eso, a mí no me vengan con que el vinil ha regresado, cuando siempre ha estado presente, aunque operando casi desde las sombras. Y más ahora que los que compraron sus primeros discos prensados en México de rock (no sé: los Locos del Ritmo, los primeros de los Beatles, madrugados hábilmente por Musart, cuando le pertenecían a EMI, a $ 19.90 y $ 39.90, respectivamente, y así por estilo) los pueden recuperar.

La única compañía que tienen materia gris en el SDN de sus label managers, hasta el momento, parece ser Sony Music México, por sobre probados chambones, que nada más no dan paso sin huarache digital y que parece estar muy de acuerdo con la moda de: no hay más camino que el de las descargas digitales. Pobres diablos, nunca han estado ubicados.

Por eso, con la mano en la cintura Sony les come el mandado y cualquier iniciativa de mostrar cordura en lo que queda del negocio discográfico. Sin dárselas de genios, pero sí con un esmerado sentido común, la disquera del perrito potencializada por los japoneses sacó recientemente dos discos de Zoe, que seguramente les agradecerá el “Madaleno del Rock”: León Larregui, más que su encontronazo publicitario con el alcoholímetro (Globo de Oro en YouTube). El Homónimo Zoe y el Rocanlover Zoe, hechos e importados desde Alemania. Uno de ellos (y esto es un guiño para sus fans) con portada inédita.

Los Amantes de Lola han sido otros agraciados al ver la reedición en vinil de su primero y homónimo álbum. Jumbo, la gloria del mejor rock que se hizo en una época en Monterrey es otro de los imprescindibles que no hay que perderse.

pepenavar60 gmail.com

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