Hay de marchas a marchas. Y quién si no tú, querida ciudad, vas a saber de aquello. El Paseo de la Reforma se vuelve escenario de, al menos, unas tres manifestaciones a la semana. Claro que hay días más ocupados donde convergen una por la mañana, un par cerca del medio día y una bien entrada la tarde. Todavía no se da el caso de que se traslapen, pero no falta mucho. El punto, dejando a un lado el contexto, es que hay marchas que no se parecen a las habituales. La que sucedió hace exactamente una semana, el 8 de marzo, bien puede representar una de ésas fuera de la norma, y se puede hilvanar con otras también atípicas cuyo denominador común es el reconocimiento de la mujer como un ser humano dotado de los mismos derechos, oportunidades y libertades que los hombres. Ni menos ni más.

Y es que, siendo chilango, uno le va agarrando pericia a esto de las manifestaciones, querida capital. No sólo a esquivarlas cuando uno no puede unirse o no simpatiza con la causa, sino a leerlas, a descifrarlas. En ese arte, que va más allá de “¿y ahora por qué marchan?”, radica el oficio de sentir la franqueza y veracidad de una manifestación.

Porque, en ese cuerpo colectivo que asemeja a una serpiente cuyas plumas son pancartas, banderas y mantas, se le puede hallar el sentimiento con el que se desplaza del Ángel al Centro. Las hay con exigencias laborales, con promesas de campaña incumplidas, las que reclaman desde el derecho a la vida como el de elegir gobernantes. Sería ingenuo calificar una mejor que otra, pero uno no necesita ser parte del contingente para sentir lo que esa serpiente siente.

Tomemos dos ejemplos claros. La marcha del 17 de septiembre, que viajó en contrasentido con meta en la PGR, y la de hace siete días con cúspide en el Zócalo.

Aquel domingo de septiembre, que ahora parece tan lejano por razones tectónicas, cientos de mujeres avanzaron en una caminata luctuosa y cargada de furia. No era para menos: los asesinatos de Mara Castilla y Lesvy Berlín Osorio calaron hondo en un país donde el feminicidio se ha vuelto normal, estúpidamente poco sorprendente.

Poco antes de la una alcanzamos al contingente, entre la Glorieta de Colón y el Senado. Una andanada de tambores anunciaba desde antes que se acercaban. Al unirnos, una especie de canto apache y rítmico le daba voz a una serpiente encabronada, que reclamaba una sola cosa: justicia. Alumbraba un sol potente y el ambiente no era el de esas otras marchas donde suenan las jaranas y las consignas rimadas graciosas. El aire duro que sacudía esas banderas moradas era más franco y solemne que el desfile militar el día anterior. Qué importa cuántas marcharon. Estamos tan viciados de eficiencia numérica, de una absurda cuantofrenia, que parece que somos un inventario de botellas de champú, o granos en una balanza. Y eso somos, pero granos de a libra. De ésos que pesan más juntos.

El jueves 8 de marzo había tonos diferentes en la serpiente colectiva. Sus plumas moradas y pancartas con mensajes contundentes manaban un sentimiento del mismo coraje que el de septiembre. Conviene apuntar que esta vez los contingentes estaban mucho más organizados, y la longitud de la serpiente fue bastante mayor. Y aunque la conmemoración no alude directamente a gritar basta a los feminicidios, el sentimiento se resume en uno solo: respetar la vida de las mujeres y construir juntos un mundo donde los peligros, los desafíos y los prejuicios no sean mayores por la variable de género. Las consignas, sin embargo, no olvidaron esas heridas que traen cargando desde septiembre y desde hace mucho más. Es su cuerpo y ellas deciden cómo darle vida y con quién. Es tan evidente el principio por el que luchan que avergüenza saber que construimos este sitio donde tienen que marchar para evidenciar la desigualdad.

Tus chilangos también caminan, ciudad. Al menos de a poco en el terreno de madurez ideológica. Claro que sigue habiendo quienes ven la marcha que conmemora la pelea feminista en todos los ámbitos como si fuese un monumento más al que se le toma una foto. Pero se va ganando terreno, al menos en entender por qué se lucha, objetivo fundamental, creo yo, de quienes buscan hacer eco en la sociedad de una causa. Las discusiones en redes hoy tenían bandos claros: el de quienes felicitaban con flores y aves a las mujeres en su día y aquél que se lanzaba presto a dejar las flores para otro día y recordar que se eligió el 8 de marzo para no olvidar un día en el que especialmente se machacaron a palos sus derechos. A lo mejor no hemos llegado a la empatía y entendimiento profundo del problema y de las causas de este piso parejo en lo laboral y de este mundo tan tenebroso en la seguridad pública de las mujeres. Pero al menos, quiero pensar, no nos es indiferente. No es una marcha de las que uno no sabe bien ni de dónde vino.

Esta vez sólo la vi pasar, porque al lado del camino de vez en vez se aprende más. Y le regalé a esa serpiente de hace una semana el mismo sentimiento que el del 17 de septiembre. Un orgullo inmenso por vencer el miedo y pegar de gritos, por saber que tenemos la oportunidad inmensa generacional de ser recordados por hacer lo necesario para que la igualdad deje de ser un motivo de marcha.

A lo lejos, todavía se escuchan los tambores. Los de aquel domingo, los de ese jueves y los de siempre.

TELEGRAMA:

Hacia un mundo que no busque cederle el paso a una mujer sino hacer el camino más ancho para avanzar lado a lado. #DíaInternacionalDeLaMujer

Escritor e investigador del CIDE
@elpepesanchez

Google News

Noticias según tus intereses