Detrás de la implosión del sistema de partidos está el votante mexicano. Se cansó de darle oportunidades al PRI y al PAN por lo que volteó hacia la opción que antes le parecía más radical. El viraje tocó a prácticamente todos los grupos sociales. Las encuestas de salida muestran que si en 2006 las personas con educación universitaria respaldaron al candidato de Acción Nacional (46%), para 2018 solo la mitad de ellas (23%) respaldaron al candidato blanquiazul. El PAN solo conserva la asociación con los sectores más pudientes del país pero no a sus votantes. En cambio, AMLO obtuvo esta vez 58% del respaldo del sector más educado del país, cuando 12 años antes solo le otorgaron el 35%.

La historia se repite en otros segmentos ya sea el voto femenino, los jóvenes o estados del norte y sur del país. Ha sido sepultada la arraigada y clásica idea de la lealtad de los grupos sociales hacia un determinado partido. Hoy predomina la volatilidad electoral que se refleja no solo en el cambio electoral de un sexenio a otro sino también en el creciente voto dividido, sobre todo presidente-gobernador. El signo de nuestro tiempo es el voto por las personas y no por los partidos. ¿Cómo llegamos hasta aquí?

Sin pretender ser exhaustivo, podemos identificar tres factores en las últimas décadas que fomentaron la volatilidad electoral. Primero, la fractura de las élites partidistas: cuando los políticos rompen con sus partidos, muchos votantes los acompañan. El PRI ha sido la fuente de cuadros notabilísimos de la oposición, ya sea que se apelliden Monreal, Moreno Valle, Yunes o Gordillo. Pero la fuga más espectacular y efectiva es la que encabezó López Obrador al abandonar al PRD y fundar Morena. Con él abandonaron al partido del sol azteca figuras emblemáticas de ese partido y su base electoral tradicional: los estados gobernados por el PRD pasaron a manos de Morena (CDMX, Tabasco o Morelos).

Un segundo factor que ha roto los vínculos entre el electorado y los partidos es el desempeño gubernamental. Como bien lo vivió el PRI en los años 90, no hay lealtad que sobreviva a una crisis económica. Al desempeño económico deficiente, ahora hemos de sumarle la crisis de seguridad que vive el país desde hace una década así como los escándalos de corrupción. PAN y PRI han sido los únicos partidos gobernantes en México a nivel federal por lo que, en un ejercicio elemental de rendición de cuentas, han pagado los platos rotos por la mala evaluación de sus gestiones. De hecho, uno puede argumentar que el desencanto con el gobierno de Peña Nieto es la raíz de la victoria de López Obrador. Éste triunfó en zonas y entre grupos sociales que en 2012 apoyaron al hoy primer mandatario.

El tercer elemento que explica la volatilidad electoral es el cambio generacional. Casi la mitad del padrón tiene 39 años o menos, es decir, nacieron entre 1979 y el año 2000, lo que incluye prácticamente a quienes se conocen como millennials y post-millennials (nacidos de 1996 en adelante). Este grupo es importante por su magnitud pero también por sus experiencias de vida: las computadoras y el internet siempre los han acompañado y hoy las redes sociales son parte integral de su vida. Quizá más importante, aunque todavía carecemos de estudios detallados al respecto, el internet y las redes sociales se están convirtiendo en los principales medios de socialización política para esta generación. Si en el pasado la familia fue el principal agente de socialización política y transmisor de las lealtades partidistas, hoy queda claro que este papel lo están desempeñando las redes sociales. Lo que no queda claro es qué tipo de valores, ideología y lealtades se están transmitiendo.

En este contexto, la gran interrogante es si Morena podrá transitar del lopezobradorismo al morenismo. El PRD lo intentó pero no lo logró. Una complicación adicional es que ahora López Obrador será quien dirija los destinos del país. Con la responsabilidad viene la rendición de cuentas y el electorado de hoy es impaciente ante resultados que no cumplen con sus expectativas. Más incierto aún es el destino del PAN y el PRI: es difícil anticipar si pueden convertirse en beneficiarios del voto de castigo o si el electorado mirará hacia otro lado, por ejemplo, hacia Movimiento Ciudadano. De ser éste el caso, en seis años podríamos tener la primera elección presidencial en casi un siglo en la que ni el PRI ni el PAN son protagonistas.

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