“Con la iglesia topamos, Sancho”, le dice Don Quijote a su fiel escudero. Lo mismo le podría decir su fiel escudero al presidente Putin, a la hora de la ruptura de relaciones entre el Patriarcado de Moscú y el Patriarcado de Constantinopla, a propósito de Ucrania. ¿Qué pasó? En el marco del conflicto entre Rusia y Ucrania que estalló en 2014 en forma violenta, con la anexión de Crimea por Moscú y luego la desestabilización de las provincias orientales de Ucrania, los adversarios han utilizado las Iglesias como batallones de refuerzo. El gobierno ruso dispone de la autoridad religiosa del Patriarcado de Moscú que afirma ser el de “todas las Rusias” y cuenta a Ucrania entre aquellas; el gobierno de Kiev, que no se había metido en asuntos religiosos antes del conflicto, por la sencilla razón de que en Ucrania hay muchas Iglesias cristianas, entre las cuales tres ortodoxas, ha conseguido el apoyo de la Iglesia Ortodoxa de Ucrania, la del Patriarcado de Kiev. Aquella, históricamente subordinada a la autoridad espiritual de Moscú desde 1686, acaba de conseguir del Patriarcado de Constantinopla su independencia, con la cancelación de la medida de 1686, otorgada en aquel entonces por el mismo Patriarcado.

Hay que viajar en el tiempo para entender lo que acaba de pasar y lo que podría ocurrir. Érase una vez una Iglesia cristiana universal y única establecida en los dos imperios romanos, de Occidente y de Oriente; en aquel entonces no había un gobierno centralista, sino una confederación de Iglesias autónomas, regidas por sus patriarcas, todas en comunión sacramental. El obispo de Roma —tal era su título— no era más que un patriarca entre otros, el patriarca de Occidente, no tenía más autoridad que sus colegas de Antioquia, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla: cuando mucho le reconocían una “primacía de honor” porque en Roma había terminado su vida Pedro, el primer jefe de la principiante Iglesia, así como Pablo. El concilio ecuménico (es decir, universal) era la autoridad suprema, convocada únicamente en caso de necesidad. Era demasiado bonito para durar. En el siglo XI, Roma y Constantinopla se excomulgan recíprocamente; en el siglo XVI, la Reforma protestante acaba con la unicidad de la Iglesia latina.

Esas dos crisis hacen sentir sus efectos hasta la fecha en Europa central, porque el surgimiento de los Estados modernos vino a complicarlo todo. En el siglo XVI dos entidades políticas se enfrentaban en esa región, la Moscovia del zar y la gran confederación de los reinos de Polonia y Lituania; si la Moscovia era 100% ortodoxa, la muy tolerante confederación alojaba judíos y protestantes, ortodoxos del patriarcado de Kiev, católicos romanos y, para complicar más aún, greco-católicos. Estos últimos, ortodoxos de lo que hoy es Ucrania, deseosos de escapar a una Moscú que empezaba a desmembrar la confederación, reconocieron la autoridad del Papa romano, a cambio de conservar sus usos y costumbres. Stalin, para congraciarse la Iglesia rusa, después de haberla casi aniquilado, acabó de un plumazo con los greco-católicos, dio sus templos al Patriarcado de Moscú y deportó su clero.

A la hora de la perestroika y de la independencia de Ucrania, esa Iglesia resucitó y reclamó sus templos; también salió de las catacumbas una Iglesia ortodoxa independiente fundada en los años de la persecución bolchevique, y el metropolitano Filaret, a pesar de su pasado de fiel servidor del régimen soviético, se separó de la Iglesia ortodoxa rusa. Saldo: tres Iglesias ortodoxas agarradas de la greña, una apoyada por Moscú, la otra por Kiev y la tercera contando los puntos. Falta mucho para una reconciliación entre Rusia y Ucrania y la ortodoxia no ayudará para nada.

Cajón de sastre.

Permítaseme que sea parcial; invito a los chilangos a ir al teatro del Centro Cultural Universitario (UNAM) para ver una extraordinaria obra La gran familia, por la Compañía Nacional de Teatro. Ese musical escrito por los hermanos Claudio y Alberto Lomnitz, con música de Leonardo Soqui, restituye con una asombrosa verdad la historia de la gran familia de Zamora y de “Mama Rosa”.

Investigador del CIDE

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