Hay quien cree que en el principio fue el diablo. En esa forma de Fausto que también es El maestro y Margarita, Mijail Afanásievich Bulgákov narra la historia de la llegada del diablo a Moscú en el siglo pasado. Sus dos primeras víctimas, dos incautos que lo ignoraban, fueron Mijail Alexándrovich Berlioz, “redactor de una voluminosa revista literaria y presidente de una de las más importantes asociaciones moscovitas de literatos, que llevaba el nombre compuesto de MASOLIT (que quiere decir ‘literatura de masas’, aclara su traductora Amaya Lacasa Sancha) y el joven que lo acompañaba era el poeta Iván Nicloláyevich Ponirev, que escribía con el seudónimo de Desamparado”, al cual el jefe de redacción le había encargado “un largo poema antirreligioso para el próximo número de la revista. Iván Nikoláyevich había escrito el poema y en un plazo muy corto, pero sin forma, porque no se ajustaba lo más mínimo a los deseos de su jefe”. Sería difícil saber “qué había faltado en el artista: si la fuerza plástica de su talento o el total desconocimiento del tema. Pero el resultado fue un Cristo vivo, testimonio de su existencia, aunque con todos sus rasgos negativos”. El jefe de redacción y el poeta creían que no creían en Dios.

Vitali Shentalinski refiere que, en un interrogatorio de la policía política OGPU, Bulgákov confesó por escrito, desinhibidamente: “siempre escribo con la conciencia limpia y tal como veo las cosas. Los aspectos negativos de la vida soviética atraen mi atención en mayor medida porque instintivamente observo en ellos un buen alimento para mis obras”.

Hasta su muerte, en 1940, Bulgákov vivió dominado por el terror a que le robaran o le confiscaran sus manuscritos. Su viuda, Liubov Yevguénievna Belogérskaya, recordaba que “una vez me obligó a que me levantara y, apoyándose en mi brazo, en bata, descalzo, recorrió todas las habitaciones hasta convencerse de que el manuscrito de El maestro y Margarita estaba en su sitio. Volvió a la cama, se colocó erguido sobre la almohada y posó su mano derecha sobre la cadera, como un jinete”.

Shentalinski advierte la paradoja de que Bulgákov quemara algunos de sus manuscritos y que se conservaran en las entrañas de la OGPU.

Desde que decidió que abandonaría la medicina y se dedicaría a escribir, reconocía, como anotó en su diario el 26 de octubre de 1923, que con sus opiniones “es difícil que me publiquen y que pueda vivir...”

Bulgákov sufrió el acoso implacable de los soviets que impidieron la publicación y la representación de sus obras. En una carta le preguntó a Maksim Gorki: “¿Por qué retienen en la URSS a un escritor cuyas obras están prohibidas? ¿Para sentenciarlo a muerte?”

“Todas mis obras de teatro están prohibidas, en ningún sitio quieren publicar una sola línea mía, no tengo ninguna obra en la imprenta, no recibo ni una copeca por derechos de autor, ninguna institución ni nadie responde a mis cartas; en pocas palabras, todo lo que he escrito durante los últimos diez años de trabajo en la URSS ha sido destruido. Para terminar, sólo falta que me destruyan a mí”.

Aunque no abandonó la ironía, Bulgákov, que se consideraba un “escritor satírico”, le escribió una carta al Vozhd, el líder, Iosif Stalin, que, según Shentalinski, había visto Los días de los Turbin 15 veces y “todo Moscú pudo oír los aplausos aprobatorios que emergían del palco gubernamental”, en la que reconocía que “es mi deber luchar contra la censura, sea del tipo que sea y sea cual sea la autoridad que la detente, así como realizar los llamamientos que sean necesarios a favor de la libertad de prensa. Soy un entusiasta partidario de esa libertad y opino que un escritor que pretendiera demostrar que puede pasar sin ella se asemejaría a un pez que asegurara públicamente que puede pasar sin agua...”

Luego de esa carta, como Schostakovich, permanentemente a la espera de ser detenido, “deportado”, desaparecido, Bulgákov terminó de escribir El maestro y Margarita, que se publicó muchos años después de su muerte y de la de Stalin. Algo del origen de ese libro puede hallarse en la lectura de un ejemplar de la revista Bezbózhnik (El Ateo), de la que escribió: “Lo esencial no es el sacrilegio, a pesar de que desde un punto de vista superficial éste es por supuesto desmesurado. Lo importante está en la siguiente idea: Se puede demostrar con documentos que Jesucristo es descrito como un canalla y un delincuente, precisamente él. No es muy difícil imaginar quién ha sido el autor. Este crimen es una vergüenza...”

Sin poder prescindir de la ironía, Mijail Afanásievich Bulgákov, creó una novela que importa un Fausto personal y que depara asombros y sonrisas perdurables en cada lectura. Entre otras cosas, en ella recreò el Evangelio siempre vivo, reveló que su trama eterna también sucedía en Moscú en el siglo XX y reconoció que se trataba de una palabra íntima.

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