La semana pasada, en mi ya largo afán por entender el carácter de mi Mandatario, procuré explicar que su amor al poder compensa con creces su desprecio por la riqueza, sus pompas y sus obras, ya que el único boato que le interesa es el ejercicio del poder.

Va de la mano con un curioso paternalismo, que se hace cada vez más evidente. Percibí de nuevo este rasgo de carácter entre una de las muchísimas escenas del intenso melodrama que protagoniza en su perpetua lucha contra el mal y en favor del bien, batalla que a duras penas se suspende entrada la noche sólo para reiniciar, tantálica, al amanecer de la mañana laboral.

Sucedió durante la reciente ceremonia en la que el Mandatario lanzó en Tlapa, Guerrero, el “Programa de pensión para personas con discapacidad”.

Llegó nuestro héroe (algo de Cristo y Rama, algo de Gilgamesh y Robin Hood) a ese remoto sitio paupérrimo en tres camionetas blindadas, luego de siete horas en la carretera. Luego vino la lenta procesión rumbo al estrado, en la que el Mandatario charla con el pueblo afín, posa para las selfis, recibe las flores, impone las manos a los niños, apapacha a las damas, se palmea las espaldas con los hombres, resuelve conflictos agrarios y dice palabras esperanzadoras.

Navegadas las olas civiles (porque a nuestro héroe le gusta que su mano izquierda sepa lo que hace la derecha), AMLO Superstar entra a escena entre los coros de sísepuedes y la algarabía de los sicofantes. Y lo disfruta a ojos vistas: es el primer lujo del héroe cuya “cartilla moral”, por orden suya, no incluye la modestia.

Se acerca al micrófono el gobernador local, un priísta torvo llamado Astudillo, pero un niágara de mentadas y chiflidos wagnerianos le impiden largar su perorata perentoria. Tan bochornosa es la cosa, que nuestro héroe opta por hacer un milagro. Ya se dirige al podio, ya le quita el micrófono al Torvo y meneando el dedo admonitorio dice con furia contenida:

“Hay que portarnos bien. Ya acabó la campaña. Ahora es el gobierno. Y tenemos que ser respetuosos de las AU TO RI DA DES!” (así, silabeado). Y agrega: “No se resuelve nada a gritos y a sombrerazos. ¿Qué decía Juárez? Que todo por la razón y el derecho, nada por la fuerza. ¿Nos vamos a portar bien?, ¿vamos a escuchar con respeto al ciudadano gobernador?, ¿sí o no?”

Y el pueblo (chin) responde: ¡NO! Ante tal dilema, el Mandatario se pone juarista y razona: “¡A ver, que levanten la mano los que no quieren que hable el gobernador!” Y casi todas las manos se alzan. Decepcionado agrega: “¡Bájenla! ¡Que levanten la mano los que sí quieren que hable el gobernador!” La levanta su comitiva y unos destanteados.

Y mientras espera su sentencia, el Torvo se come a cucharadas su profunda humillación.

Para salir del atolladero en que se ha metido, convertido en un instantáneo IFE, el Mandatario decreta entonces como Sancho: “¡Es un empate!” Y como su dedo tiene el voto preponderante, concluye democrático: “¡Va a terminar de ofrecer la bienvenida el gobernador!” Y dicho lo cual, para cumplir con el protocolo, el Mandatario rubrica rugiendo (literalmente): “¡Me canso gansooo!”, que es el nuevo equivalente republicano del decreto real.

Y el Torvo, profundamente humillado, balbucea con reflujo una micro bienvenida resignada.

Ya en su discurso, el héroe saca la canasta y anuncia que gracias al nuevo Programa, un millón de compatriotas con discapacidad recibirán 1,274 pesos mensuales. La ovación, faltaría más, es por fin unánime y él la agradece, modesto. ¡Es el padre del pueblo, el parens patriae, el neoTata!

Para terminar anuncia que: “Me tengo que ir porque mañana voy a estar en Anenecuilco, donde nació el dirigente social más importante de este país, Emiliano Zapata Salazar” (a nuestro héroe le gustan los dobles apellidos).

Tardará siete horas para volver a Palacio. Y como no tiene avión, “me tengo que ir por carretera”. Lo bueno, agrega, es que así no se cansa y aprovecha el tiempo “porque un presidente tiene que aprovechar su tiempo.” Y lo bueno de emplear 15 horas en ese viaje es que “así me doy cuenta de cómo están los pueblos, como están los caminos, y si vengo en helicóptero nunca me entero de nada”.

Pues no.

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