Abundaron los comentarios en la prensa de la semana pasada sobre el cuarto aniversario del crimen de Iguala, donde desaparecieron 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa. No es para menos. Es un crimen con un alto grado de horror inhumano y decantada vesania, una mezcla atroz de violencia bruta, nulidad moral y disparate mental.

La exigencia de justicia, que es menester acrecentar, volvió a detenerse en la enumeración de perpetradores: los posibles, los probables y los plausibles. Pero nuevamente desdeñó un ingrediente crucial en cualquier investigación judicial seria: entender por qué están las víctimas en el sitio y en la hora en que son victimadas.

“¿Quién los mandó?” fue, en efecto, la pregunta que hicieron los padres de los 43 muchachos, movidos por ánimo justiciero y elemental sentido común. “Pienso ya en pedir cuentas a los líderes estudiantiles por haber llevado a mi hijo a realizar acciones fuera de la escuela”, como declaró Epifanio Álvarez en noviembre de 2014.

Van cuatro años, pero ni la CNDH, ni el GIEI, ni la PGR ni nadie se ha dignado a contestarles. No sólo eso: los padres aceptaron la conveniencia de no hacer más la pregunta. “Ya habría tiempo”, cuando aparecieran los muchachos, para averiguar quién los mandó, dijeron.

Don Epifanio juzgó que “fue el Estado”, dejó la pregunta incómoda y fue nombrado vocero de los padres por Vidulfo Rosales, jefe del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan (y abogado de los padres) y por el líder Felipe de la Cruz, padre de un normalista que sobrevivió milagrosamente la noche de Iguala, por lo que “yo estoy muy agradecido con Dios”, como declaró en gira por Nueva York. Un Dios inescrutable que ignoró a los otros padres...

Sí, ya he escrito sobre el asunto. Y sí, lo hago de nuevo y volveré a hacerlo, pues creo que los padres de los 43, en la prolongada pesadilla en que viven, siguen haciéndose esa pregunta en voz baja, lejos de sus líderes y abogados y solidarios bienpensantes. Es inevitable, pues la pregunta “quién los mandó” sigue al “¿por qué?” que se hace quien pierde a un hijo, golpe “como del odio de Dios”.

Sí hay respuesta: los envió la Federación de Estudiantes Campesinos de México (FECSM) propietaria de las 17 normales rurales que restan en el país; la FECSM cuyos líderes (cómodos en su anonimato, ufanos de proclamarse “semiclandestinos”) son amos y señores de la vida, los sueños y las esperanzas de los normalistas rurales de todo México.

Tienen potestad para ordenar a los muchachos que cometan ilícitos, que roben autobuses y secuestren a sus choferes, bloqueen autopistas, invadan casetas de peaje y cobren cuotas “voluntarias” a los usuarios, incendien gasolineras en Chilpancingo. Potestad para ordenarles que se suban a un autobús a media noche para ir a la UNAM a aporrearse con los anarkos. Y, desde luego, potestad para enviarlos a Iguala a sabiendas de que es una plaza especialmente caliente, un hervidero de Guerreros Unidos y Ediles Coludidos.

Y los muchachos deben obedecer sin chistar, como narra en youtube David Moreno Palacios, “pelón” de la normal de Tenería, capturado como porro en la UNAM y obligado a confesar públicamente, con detalle, cómo se obedece a la FECSM en las normales.

Desde que solicitan ingreso a las normales deben callar y obedecer. Sobrevivir una semana de abusos y torturas, buceando en las sentinas (dos jóvenes murieron sólo este año) y memorizando consignas de Mao. Y callan y obedecen porque si no lo hacen son expulsados con cero en conducta. Y callan y obedecen porque reciben hospedaje y alimentos, y porque quieren cantar cosas de amor en la rondalla y graduarse con su smocking azul y con su anillo y lograr su plaza y entrar a la CNTE y todo.

En días recientes la FECSM ha agudizado su activismo. Los habituales cierres y bloqueos y cobros en carreteras, pero sobre todo el ataque al cuartel del 27 Batallón en Iguala (que dirigió por cierto Felipe de la Cruz, el líder distinguido de Dios). Y hace dos días, envió a los normalistas a Tenancingo y a Ixtapan de la Sal donde secuestraron 64 autobuses y 64 choferes respectivos. (Como también vandalizaron otros 20 autobuses se canceló el 90% de los viajes, lo que perjudicó sólo a 12 mil personas.)

Pero hubo que hacerlo, pues los normalistas necesitaban los autobuses para viajar a México a festejar el 2 de octubre. El mismo objetivo que tenían, hace cuatro años, otros normalistas que fueron enviados a Iguala…

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