Anoche, mientras soñaba, se encontraron en mi mente dos personajes de la literatura universal; uno de Flaubert y el otro de Beckett. Y se pusieron a charlar como si vivieran hoy en día. Cuando desperté transcribí el diálogo. Así resultó:

Vladimir: Nos ha caído otro año encima, y yo continúo esperando.

Pécuchet: ¿Qué esperas? Digo, además de la muerte.

Vladimir: No sé, me conformaría con conseguir un poco de cantaridina sudanni, el polvo que se obtiene al triturar a cierto escarabajo del Sudán. La sustancia que hacía del tío Oswald un gran amante. ¿Has leído la novela de Roal Dahl?

Pécuchet: Sí, claro he leído la cantidad
suficiente de libros y me he detenido justo antes de quedarme ciego. Pero dime, ¿quieres ser tú un gran amante? No le veo el caso. ¿Por qué mejor no te duermes y sueñas que eres un gran amante? Así no le haces daño a nadie.

Vladimir: Sólo divagaba. No deseo ser un “gran”, ni un “Don”, ni nada que me haga sentir tan deprimido. Tampoco quiero ser un “Nadie”. Me conformo con estar allí, sentarme y esperar a que algo real suceda. Debo esperar y no ahorcarme con la lengua, ni taparme los oídos, ni correr tras el arco iris. ¿Ya ves que a pese a Beckett mantengo una postura? Es esta maldita época del año.

Pécuchet: No te deprimas, amigo mío. Nada de lo que esperas sucederá. ¿Qué acaso no miras a tu alrededor? ¿Qué se puede hacer con todo eso?

Vladimir: Lo sé, pero las personas como yo tienen que resignarse a esperar y a ser pacientes.

Pécuchet: Yo hoy me decidí y finalmente fui a votar. Sé que no es tiempo de elecciones, pero uno no tiene que esperar a que le digan cuándo o cómo. Yo fui a Chapultepec y puse un papelito que expresaba mi decisión en la oquedad de un árbol.

Vladimir: ¿Y cuál fue tu decisión? Dime, aunque no me interesa gran cosa.

Pécuchet: No recuerdo, pero me imagino que decidí vivir; de lo que estoy cierto es de que una ardilla estuvo a punto de morderme cuando intenté meter mi papelito en el árbol. Creyó que le estaba yo dando de comer.

Vladimir: Se confunden, tal vez los dientes no les permiten diferenciar entre una decisión y un cacahuate. Tienen hambre y quieren llenar la panza a como dé lugar.

Pécuchet: Además, observé a una pareja de humanos revolcarse en el césped. Me dije son Adán y Eva, y no se cansan nunca; parecía que hubieran tomado una fuerte dosis de cantaridina sudanni.

Vladimir: Hay tantas parejas que copulan al aire libre; ojalá gocen y no se enamoren nunca, pues eso es triste, ¿no? Se enamoran y luego... pues se muerden. Están en la misma cama, pero unos prefieren el lado izquierdo y otros el derecho, pero el piso es el mismo y cuando caen se despanzurran igual.

Pécuchet: No, estos seres estaban uno encima del otro. Eva estaba arriba y Adán se retorcía abajo como un gusano. Y reían. Tal vez se protegían de caer y por momentos él fingía ser el suelo y después le tocaba el turno a ella. Rodaban sobre el pasto.

Vladimir: ¡Qué interesante! ¿Tú cuál lado de la cama prefieres?

Pécuchet: Me es igual; y depende si duermo solo o acompañado. Siempre pregunto a mi pareja; hasta he llegado a dormir en el piso. Es cómodo.

Vladimir: A mí también me gusta preguntar, pero ¿quién sabe responder?

Pécuchet: Todos quieren responder, y se ahogan. Y los que saben se resignan a escuchar o leer las noticias.

Vladimir: Yo seguiré esperando. Mientras lo hago recuerdo películas que vi alguna vez. Tal vez estas películas sí sucedieron y han formado lo que ahora soy. ¿Recuerdas, Stalker, Nostalgia o Andréi Rubliov, de Andréi Tarkovski; Los siete samurais, de Akira Kurosawa; La rodilla de Clara, de Éric Rohmer; El séptimo sello, y Un verano con Mónica, de Ingmar Bergman; El cuchillo en el agua, y Tess, de Roman Polanski; Ciudadano Kane, de Orson Welles. Cero en conducta, de Jean Vigo; Sunset Boulevard, de Billy Wilder; o Los 400 golpes, de François Truffaut; Bellísima, de Luchino Visconti; Sangre sabia, de John Huston; La perla, de Emilio Fernández?... bellos relatos de la pasión humana y de su encrucijada ética.

Pécuchet; Sí recuerdo algunas de ellas.. y muchas otras. Tal vez eso fue vivir, como dices. Ahora hay demasiada publicidad, golpes de ciego, ruido, y el ruido nubla la vista. Ya no voy al cine, excepto si está vacío. Las butacas son mis amigas. ¿Has abrazado una butaca?

Vladimir: Sí, he tenido amantes que son como una cómoda butaca y aguardan hasta que la película termine. Sencillas, silenciosas y sabias. Pero vamos, hoy todo avanza muy rápido, alguien abrió la llave del agua y nos ha llegado hasta el cuello; pero no pasa nada; seguiré esperando.

Pécuchet: Después de todo no necesitarás la cantaridina sudanni; basta que recuerdes tus películas, y a Mónica. La vida no es la vida todavía y a nosotros, hoy, sólo nos toca esperar lo peor.

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