Los malos gobiernos se sienten a sus anchas gobernando para sociedades no educadas. De esa forma imponen, cambian a su antojo lo que pertenece a todos, y practican el solipsismo político. Como Zeus, manipulan desde las alturas los hilos de las marionetas humanas. Un buen gobierno, en cambio, necesita de ciudadanos educados que lo critiquen, le respondan, lo presionen y lo obliguen a ser cada vez más eficaz y justo. Por lo tanto, tal gobierno tiene obligación de procurar y estimular la inteligencia de sus gobernados (las personas). ¿Pero dónde se encuentran estos supuestos seres educados que desde su individualidad y autonomía pelearán por sus derechos y se rebelarán contra la opresión y el dogmatismo latentes? ¿Ustedes los alcanzan a ver? Yo no les veo ni el polvo; parece que se han marchado a un no-lugar y que su memoria se ha trocado en un laberinto de tradiciones mal entendidas, frases de mercado, lecturas mendigas y entre cortadas, e ideales brutos que son incapaces de explicar con cierta soltura o coherencia: “Nuestra vida es la confusa respuesta a preguntas que hemos olvidado dónde —o por qué— fueron planteadas (P. Sloterdijk). La memoria de lo que no pudimos ser también cimienta nuestro futuro, como sugiere el filósofo Manuel Cruz en La flecha (sin blanco) de la historia.

Escribió Amartya Sen, en su Idea de la justicia: “Preguntar cómo van las cosas y si pueden mejorar es una parte ineludible de la búsqueda de la justicia”. Una práctica tan sencilla parece imposible de realizar en México; cualquier buen gobierno (sujeto que es a la vez objeto) observa, pregunta, escucha, discute, hace evaluaciones profundas y serias, y después toma decisiones que van a afectar a personas, vidas, familias, etc. Y lo hace para fundamentar un progreso necesario o remediar una lacra o un mal común. No llega y se impone dando manotazos, transformando lo real en nueva hipótesis, pasando por encima de las personas comunes. Gobierna sin encarnar la verdad fundamental o el horizonte único. Una actitud así se extraña y por ello hay que obligarlo a reconocer su papel de sirviente y de vehículo del pacto común, de mayordomo y gentil instancia, de trabajador y actor contundente a la hora de impartir justicia y ejercer la legalidad. ¿Pero quién lo obliga a todo ello? Si la educación pública no hubiera perdido la guerra contra el entretenimiento, y la imbecilidad mediática, estaríamos más protegidos: demos debilitado, lo llama Giovanni Sartori en Homo videns; y escribe allí mismo: “Cuando se dicen en la pantalla las tonterías crean opinión. La desinformación se alimenta de dos distorsiones: premiar la excentricidad y privilegiar el ataque y la agresividad. Cuanto mas descabellada es una tesis, más se promociona y se difunde”. La educación general y pública es crucial, pero dada su debilidad es entonces la cultura (las artes comprendidas) la acción política que divulga los bienes de la civilización, la tradición y la memoria; la que promueve la crítica; cultiva la diferencia: alienta la creación y conversación entre entidades distintas; invita a las personas a sorprenderse, a aprender de la complejidad de un mundo que apenas si logramos atisbar en su aparente sencillez y nos conmina a respetar a las minorías mientras éstas impulsen el bien humano, intelectual, artístico, ético o social; es esta definición de cultura el sedimento para construir lenguaje, casa, país.

Dime qué importancia da el gobierno de un país en crisis a la cultura y te diré hacia donde dirige sus propósitos y si le interesa promover una democracia social incluyente y progresista. Nadie va a callar a los artistas, puesto que no son artistas por elección, sino por vocación, impulso y honestidad. En este momento los artistas y productores de bienes culturales son uno de los medios más sólidos para procurar la inteligencia del ser humano común (en ausencia de una educación formal enérgica). Cualquier funcionario involucrado en la zona cultural debe convencer al político o al gobernante distraído o ensimismado, de lo crucial y preeminente que resulta no humillar ni menospreciar este aspecto del todo, puesto que la obligación del gobernante es promover la crítica de las acciones sociales, y no gobernar sólo a animales bípedos sin conciencia del mundo. Tener paciencia, olvidarse de cambios espectaculares; mover secretarías —por ejemplo— o cambiar por antojo y ocurrencia no es bueno ni conviene si antes no se pregunta, se estudia el caso, se escuchan críticas y se llevan a cabo las conversaciones y, en consecuencia, los movimientos adecuados. No queremos que pinten la taza del baño, sino que comiencen a arreglar las tuberías, carajo. Trasladar la secretaría de cultura a Tlaxcala, el estado más pequeño del país, podría ser una forma simbólica del desprecio y un mal presagio (y lo afirma un admirador de Desiderio Hernández Xochitiotzin). Espero no sea el caso. ¿Dónde están las verdaderas señales motivadoras? Se tiene que reestructurar y unir ética y funcionalmente la federación quebrantada, la confianza del ciudadano: hay que combatir la violencia y el crimen para disminuir el miedo. La cultura y las artes definen los cimientos de cualquier buena sociedad. Cualquier izquierda social comenzaría por allí: no por el respeto a sus ideas, sino a las ideas. He visto con aprobación a los nuevos gobiernos. No decepcionen a los ilusos desde antes de haber comenzado sus funciones. Desde el cuartel general, todavía en calma. 15 de octubre del año 2018.

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