“La mayor parte de la vida es tan tediosa que no vale la pena comentarla; y lo es a todas las edades. Cuando cambiamos nuestra marca de cigarrillos, nos mudamos a otro vecindario o nos enamoramos o desenamoramos estamos protestando de un modo tan frívolo, como profundo, contra el tedio indisoluble de la vida cotidiana.” Me hallé frente a este párrafo en Crucero de verano, la novela póstuma de Truman Capote, manuscrito hallado entre sus papeles personales y que su abogado permitió se publicara una vez que el escritor había ya muerto. Es probable que Capote no deseara que se publicara esta obra, ¿pero que pueden hacer los muertos en contra de los vivos si éstos se solazan brincando sobre la tierra que alberga el pasado y su memoria? Grady, personaje central de la novela se dice a sí misma: “Si me muriera, todo esto seguiría existiendo sin mí. Conchas de mar en la marea. Barcos que zarpan y se alejan.” Y así sucedió una vez que Capote murió en 1984. Todo continuó caminando sin él, incluso una de las novelas que no deseaba publicar. El tedio que, a cierta edad, causa el hecho de continuar vivo es un tema central en la literatura, pero carece de sentido cuando no logra transmitir al lector la gravedad de su peso, su consistencia de animal moribundo, su desgraciada melancolía y aburrimiento. La humanidad va dando tumbos de una crisis a otra —dice André Glucksmann aludiendo a Sócrates—, esa es su permanencia. La crisis no está en el tiempo, sino que es el propio tiempo. Pese a que Sócrates sabía que sus argumentos o pensamiento jamás llegarían a puerto, él continuaba bregando en el ir y venir de la conversación y de las ideas; se oponía a los poderosos pese a saber que su oposición culminaría en una absoluta derrota. En la interpretación que Glucksmann hace en Los dos caminos de la filosofía, Sócrates exclama: “Yo ponía enfermos a los poderosos, a todos los poderosos, tanto si eran demócratas como oligarcas, de izquierda o derecha, como hoy dicen ustedes. Yo los avergonzaba, a los biempensantes, a las almas infladas de certezas, a los conformistas de toda índole… No he corrompido a la juventud, la he mantenido despierta… Los filósofos de mi especie ni tocan tierra, ni planean en los cielos. Son de un extremo al otro curiosos mamíferos en crisis que se alojan en la aporía.” Me he extendido en el párrafo anterior porque yo no he leído a Platón —o interpretado a Sócrates— de otra manera, sino como el fabulador conceptual de un futuro que nunca llegará, como un poderoso atleta que corre el maratón porque desea que su derrota sea, al menos, bella y poco tediosa.

Acerca de Bartleby, ese amanuense que interpretó al personaje menos animado de sus novelas, Herman Melville escribió: “Era un hombre a quien perjudicaba la prosperidad.” Y si me atrevo relacionar a Sócrates (personaje de Platón) con Bartleby (personaje de Melville), actores de la cultura occidental separados por siglos y tareas, es porque mientras Sócrates practicaba la gimnasia retórica, vital y filosófica —sabiendo que nunca obtendría un confort mundano o la satisfacción de haber encontrado algo— , Bartleby prefería no hacer nada más de lo necesario pues estaba consciente de ser una cosa en el mundo, un pato en el estanque que prefería mantenerse arrinconado en la paz del agua inmóvil y rancia de una humanidad cuyo movimiento aviva la desgracia y la inmolación. ¿Son las pasadas interpretaciones mías cuyo interés es evidente? Sí, y lo digo en pocas palabras: el tedio puede acompañar tanto al que intenta hacerlo todo, como al que prefiere no hacer nada.

No es conveniente hacer emerger hoy al tedio de su guarida, ni alardear en su nombre, pues existe tanto ser humano entusiasta y gimnasta de la cosa pública (de la política ordinaria y de sus vaivenes) que uno resulta ser el amargado, el inconsciente, el quejumbroso y el apático apátrida. Yo los conmino a continuar con su agotadora tertulia, pues seguramente su dios llegará y alumbrará esta sociedad lastimada hasta la médula. A mí me atraen las novelas que no parecen novelas y la política que no parece política; el resto es parecido a ir borracho al hipódromo; puedes quedarte dormido cuando tu caballo cruza la meta. Yo los invitaría a instalarse cómodamente en el tedio y desde su butaca ser testigo de que nada cambiará en los próximos años, pero no lo haré; al contrario, les sugeriré instalarse en la aporía (sin salida racional, sin lugar en la lógica) de Sócrates y poner enfermos a los poderosos y a todos aquellos que dicen poseer la solución, la verdad y el camino adecuado. Y ello aunque al final estas personas nos aniquilen o nos devuelvan al tedio inactivo y a la marginalidad. ¿Me he dado a comprender? No, seguramente, pero lo he intentado.

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