Imaginé esta conversación. ¿O la soñé? Es posible que la soñara porque hoy puedo decir que en mí la realidad terminó venciendo a la imaginación, y que me es imposible crear una entelequia o fantasía que pueda oponerse a los crímenes que se cometen a diario contra jóvenes en, por ejemplo, el Estado de México. Apenas hace varios días una joven fue encontrada atada, vejada, muerta en el fondo de una barranca en Chimalhuacán. La justicia no se hará presente, es claro. Y quien la exija es ingenuo, sufrirá todavía más y hará del mundo un lugar más inhumano. ¿No sería mejor aceptar el destino e ir como una res al matadero? Bueno; lo que soñé es lo siguiente: una pregunta y tres respuestas: “¿A dónde se ha ido Dios?” “Es posible que continúe durmiendo”. “Sus ayudantes, los seres humanos; vaya runfla de holgazanes; ellos sí que tienen la culpa”. “Se ha vuelto un fanático del Teatro del Absurdo”. Creerán que es imposible soñar preguntas y respuestas de esta forma, pero si aceptamos que Coleridge soñó un fragmento de Kubla Khan, poema que escribió al despertar de un largo sueño, entonces podemos ser fieles a cualquier fantasía. Hace 40 años, en Nostalgia del absoluto, George Steiner escribía que los más recientes sistemas o tendencias filosóficas eran una manera de llenar el vacío de la teología. Hoy podríamos decir que las filosofías, fragmentarias, regionales, asistemáticas, anecdóticas, académicas son un intento por llenar el vacío de la filosofía sistemática que a su vez intentó alguna vez dar respuestas a todas nuestras preguntas. En mi opinión, el problema se ha complicado, pues ya no sabemos hacer preguntas tampoco; masticamos cuestionamientos aprendidos y reaccionamos de forma automática a ciertos estímulos premeditados; en ninguna época del mundo se vivió tal auge de comunicación inmediata o audaz; y, sin embargo, entre tanta pregunta vil, maniática y banal las respuestas han quedado en el aire; o las imponen quienes tienen el poder para hacerlo. Hoy las preguntas proceden a las respuestas, y si dudan de mi aserción basta que observen un debate político o un comercial de televisión. Las preguntas ya no tienen por qué ser profundas, sino divertidas. La diversión se presenta imponente como una obligación metafísica al zoológico humano. Si el bípedo implume no se divierte es que ha nacido con fallas de origen. Me pregunto: ¿para qué quiere divertirse la res que va al matadero? ¡Por eso mismo!, me respondo; desea un momento de esparcimiento para aliviar la tristeza que cubre su presente y su futuro. ¿No les causa un pesar profundo la risa del criminal? Sí, pero se ha ganado su risa ya que ha pasado por encima de las ideas de justicia, bondad o misericordia: el tiene un derecho que se ha ganado a pulso: el derecho a la inmundicia y a la impunidad. En cambio, el inocente que ríe despierta un dolor casi insoportable. No sabe que sobre él pende un afilado cuchillo que pronto pondrá punto final a su risa cándida e ingenua.

Si Nietzsche creía que la filosofía era la añoranza de llegar a casa; hoy en día tal casa se ha derruido y convertido en escombros. O quizás hoy ese llegar a casa sea que tal candidato gane unas elecciones o que un equipo de futbol triunfe en un partido y clasifique a otro torneo que lo llevará a otro torneo y así hasta que los esqueletos de todos sus fanáticos se encuentren, felices, bajo tierra. Allí ondearán sus banderas, en el infierno de las raíces, los tubérculos y la humedad: no es otra la metáfora de su felicidad. Absueltos de la religión, de la filosofía y ahogados en el pantano espumoso de la comunicación el humano ya no existe, sino como redundancia y extensión de los lugares comunes más lucrativos, mensos y deshonestos que uno pueda imaginar. No soy pesimista, porque no puedo definirme por medio de una sola palabra. Sólo quisiera que los contemporáneos se dieran la oportunidad de hacerse preguntas sencillas y extenderlas hacia los acusados. “¿Usted vive de matar y vejar a los otros?” “¿De donde obtuvo, señor candidato, sus privilegios?” “¿Cuántas generaciones de su familia gozarán del dinero que usted tomó del erario público?” “¿Usted cree que sus costosos zapatos lo hacen superior a otras personas?” “¿Por qué se ríe, hoy, que han asesinado a varios jóvenes, en el país que usted dice amar”. Lo sé, pareciera que estas preguntas dibujan de antemano la respuesta, pero son las preguntas que hoy deseo hacer a sabiendas de que ni la teología, ni la filosofía ni la política —ética—, van a responderlas. Hoy serán los voceros del mercado quienes nos colmarán de respuestas y nos sepultarán con ellas. Y entonces uno podrá conocer a fondo lo que significa la soledad.

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