“¿A qué viene usted a esta vida?” “¿Yo?, a pelear, a estar a disgusto y a ser feliz unos segundos. ¿Y usted?” “¿Yo?, a guardar silencio, acomodarme, conformarme e intentar ser feliz siempre que se pueda.” Fue entonces que un tercero interrumpió aquel diálogo y dijo: “Al menos ustedes dos saben a lo que vienen a esta vida y lo pueden expresar tan fácilmente; yo pronto moriré y no sé qué carajos hago aquí, ni para qué vine, ni de dónde vengo; todo me sucede sin mi participación.” Hasta aquí el pensar de los sujetos 1, 2 y 3. No duden que podría haber sujetos 4, 5 y 6 ,o más, pero creo que por este día tres son suficientes. Uno viene a dar pataletas; otro a conformarse y el otro no tiene idea. Entonces los imagino compartiendo un departamento: son roommates, rumis o rumeits, etc… Tienen menos de treinta años y su economía camina más o menos por el mismo rumbo. Pertenecen a cualquiera de los géneros sexuales hoy a la carta, pagan la misma cantidad de renta y llegaron a conocerse y a convivir debido a la intermediación de una empresa dedicada a ello (hoy para ponerse los calcetines requieres de una empresa, una aplicación telefónica y saber navegar en el espacio virtual). Así es, aunque el origen de la palabra navegar tenga que ver con montar en un barco, hoy navegan incluso los que no conocen el mar. La inmovilidad del inteligente es abrumadora e incluso los huesos serán pronto una carga: a la basura los fémures y los metatarsos: la pura plasticidad.

¿Cuándo se ha visto que el director del zoológico y sus asesores coloquen a los antílopes en la jaula de los monos? Sería un despropósito. Debido a ello los rumis deben tener la mayor similitud posible; haciendo a un lado la paradoja de que son precisamente los iguales quienes terminan aniquilándose entre sí con tal de no ser iguales. Vaya, vaya, con este humanismo habitacional. Y me pregunto: pese a sus semejanzas, los sujetos 1, 2 y 3 antes descritos se encuentran ahora viviendo bajo el mismo techo mientras —suspiran— llega el momento de rentar o comprar una casa o departamento que no deban compartir con desconocidos. En el año 2000 poco más del 6% de los hogares en México estaban ocupados por roommates —según el Censo de Población y Vivienda—, y en 2010 esa cifra se amplió al 9 %. Seguramente en 2020 se nos revelará que la cifra aumento al 15% o más de los hogares mexicanos: hogares, mazmorras, ergástulas o depas, como se dice ahora también con tal de ahorrarse una sílaba (hasta en eso somos pobres; ahorramos sílabas). Estas son estadísticas que cualquiera puede consultar, pero las haré a un lado, pues no me fío de las conclusiones que algunos obtienen de ellas. Hoy en día los locos y los peores gobiernan el mundo armados de estadísticas que los convierten en “inocentes” dioses de la estocástica.

Los sujetos 1, 2 y 3, tienen concepciones de su estadía en el mundo muy distintas entre sí, pero lavan los platos, utilizan el baño o invitan amigos según un acuerdo previo. Envidio su flema y esa capacidad de extraña convivencia. Me imagino a un fascista, a un comunista y a un anarquista turnándose para lavar los platos en un depa. La cuestión es que ya no hay ideologías —también de eso se encargan hoy en día las empresas y los partidos— y a lo más que se llega es a tener diferencias de opinión. Y cierto día el sujeto 3 le dice al sujeto 1: “Ya sé para lo que vine al mundo; para odiarte y aniquilarte”. O, al contrario, el sujeto 1 le dice al sujeto 2: “Tú y yo somos el complemento ideal”: Y se acabó el rumiato pues comienza el romance o “rumance”, o “ya se jodió”. Yo que nací amargado, o me amargaron, me incliné desde joven a mantenerme alejado de mi tribu. Prefería, si era posible, estar al lado de los viejos o de los distintos. Recuerdo que, hace casi 30 años, me encontraba en Piazza Navona, en Roma; y escuché a un grupo de jóvenes mexicanos cantar Cielito Lindo junto a la fuente de Bernini; y no pude soportarlos. Me acerqué a ellos y los increpé. Debí decirles algo muy ofensivo a juzgar por lo que aconteció después. Hice mal, por supuesto, aunque no dudo que también me habría incomodado descubrir a un grupo de franceses cantando una canción de Édith Piaf a un lado de lo Indios Verdes. Tal vez por esta causa rehuía en aquellos tiempos a las ciudades estudiantiles como Salamanca, Coimbra, Montpellier, etc.. pues tenían un aire de familiaridad que me desagradaba (aclaro: yo no tenía dinero, viajaba y dormía en las calles como he narrado varias veces). En Coimbra pasaba buena parte de mi tiempo mirando al Mondego y sus aguas espectrales en vez de añadirme al revuelo juvenil y estudiantil de la ciudad. Por el contrario, Machado de Assis (1839-1908), en Memorias póstumas de Brás Cubas (Editorial Sexto Piso ha publicado recientemente el libro), escribe que Brás se hallaba en Coimbra “entregado al romanticismo práctico y al liberalismo teórico, vivía en la fe pura de los ojos negros” y se le conocía por ruidoso, superficial y jaranero. Y además deseaba “prolongar la universidad durante toda la vida.” En fin, de ello no deben preocuparse los rumis, puesto que muchos de ellos —gracias al “justo y equitativo” estado económico de nuestro país—, envejecerán al lado de extraños, de sujetos 1, 2, 3, 4, 5 y así hasta expandir el big bang sicológico en todas direcciones.

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