El pavoroso temblor que volvimos a padecer el 19 de septiembre pasado evidenció una vez más los colosales poderes desperdiciados de México: la sorprendente y encomiable capacidad de organización y de indiscutible sacrificio y riesgo demostrada por la sociedad mexicana y por el gobierno, justo es reconocerlo, durante estos últimos siniestros días de dolor y luto nacionales, constituye una muestra palpable e indiscutible de las metas inimaginables a las que podríamos acceder los mexicanos si nos tomáramos todos de la mano para construir el país que creemos merecernos.

Por diferentes lugares aparecieron hombres y mujeres, jóvenes y hasta niños, para integrar grupos de rescate de personas atrapadas en los escombros. Surgieron por doquier brigadistas, unos acompañados con perros dotados de olfatos mágicos para localizar gente sepultada entre toneladas de concreto y varillas de acero retorcidas. De golpe se formaron cadenas de ciudadanos, organizadas por otros ciudadanos de a pie, dispuestos a remover piedras de los inmuebles colapsados. Alguien surtía agua en botellas regaladas por los capitalinos para saciar la sed durante las faenas agotadoras. Otros obsequiaban comida o donaban dinero confiando en su buen destino. Soldados, policías y transeúntes, todos se sumaban al esfuerzo de salvación de las víctimas entre quejidos de horror. México unido como un puño.

Ahí estaba presente el México de una pieza, el México poderoso que no se rinde, sino se crece al castigo y a la adversidad. Al México que se compadece y lucha desinteresadamente por la vida y por la salud de los demás. En el mundo entero somos un ejemplo de solidaridad, según publican los diarios internacionales.

El México generoso, el de la buena fe, el mejor México de todos, el mismo que lamentablemente se desperdicia en las tareas diarias ante la falta de un esfuerzo paralelo, sano, eficiente y digno de un gobierno que saquea impunemente a una sociedad a la que debería estimular, proteger, impulsar, fomentar, animar y alentar, en lugar de desfalcarla, deprimirla al aplastar su poderosa creatividad y empeño que hoy vemos en las calles de la ciudad y de los estados lastimados por el terremoto. No es el momento para citar innumerables ejemplos…

La sociedad mexicana, la que vemos actuar y luchar de día y de noche, en términos incansables, entre las ruinas de los edificios siniestrados para salvar a auténticos desconocidos, la que lucha a diario por el pan y el bienestar, no se merece el gobierno que tiene, ni mucho menos el actual sistema de impartición de justicia, para ya ni hablar de un congreso que obtiene prebendas y privilegios inalcanzables e inimaginables para más de 90% de los mexicanos y que incumple descaradamente con sus obligaciones legislativas.

Si soñar está exento de impuestos, entonces, ¿por qué no imaginar a un jefe de Estado que aproveche la fuerza desperdiciada de los mexicanos y que extraiga y capitalice lo mejor de todos nosotros? Un primer mandatario que tenga el coraje, el talento, la imaginación y la habilidad de saber tocar las fibras más sensibles de la nación y dando un paso al frente, sin bloquear la justicia ni ser acusado de corrupción alguna ni permitirla en ningún funcionario de su administración, se lance con ánimo constructivo a coordinar a la sociedad para orientarla con agallas e información a la conquista de los horizontes a los que deberíamos tener acceso. La poderosa fuerza de México ahí está, a la vista de quien quiera verla: basta con abrir los ojos, sin embargo, se desperdicia porque el gobierno es una rueda cuadrada que impide la movilidad. Hoy la autoridad y la sociedad se tomaron de la mano para orientar los trabajos hacia un objetivo común, ¿por qué entonces no hacerlo a diario en lugar de frustrar los esfuerzos ciudadanos con la corrupción y el cinismo?

La poderosa energía demostrada en estos días debe ser aprovechada, constituye una muestra indiscutible de la pujanza de un pueblo deprimido y engañado que no logra disfrutar el fruto de su esfuerzo y de su trabajo porque la “autoridad” tiene secuestrado su futuro al disponer del ahorro público para fines ilícitos que en pocas ocasiones, escasas por cierto, son sancionadas para recuperar la confianza social. ¿En qué se convertiría México si el ahorro público, la inmensa riqueza generada por todos nosotros, se invirtiera ética y legalmente en la construcción del México del futuro, sin desfalcos ni peculados ni malversaciones ni gastos inadmisibles invariablemente impunes?

¿A dónde llegaría México si confiáramos en el sentido del honor y de la dignidad de nuestros gobernantes y en un sistema eficiente de impartición de justicia? Cuando se imponga en nuestro país el Estado de Derecho, si en alguna ocasión pudiéramos someternos todos al imperio de la ley, la energía nacional transformaría mágicamente a la nación para asombro de propios y extraños. Esa colosal energía está ahí, hoy, en la calles de nuestro país: ¡aprovechémosla! Si la unión hace la fuerza, unámonos gobierno y sociedad en un auténtico pacto por México. ¡Claro, solos somos invisibles y juntos seremos invencibles! Salgamos a la calle. No desperdiciemos nuestra colosal energía…

fmartinmoreno@yahoo.com

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