El periodismo radiofónico de México se encuentra nuevamente de luto. ¿Hasta dónde habría evolucionado la madurez política de México si no se hubieran perdido voces tan autorizadas como la de José Gutiérrez Vivó, Carmen Aristegui, Pedro Ferriz y, ahora, Leonardo Curzio? Y no solo las de ellos, sino las voces de sus colaboradores, hombres y mujeres de sólidas convicciones políticas, sociales, culturales e históricas. Perdimos profundas expresiones de análisis crítico cuando dejamos de escuchar a Denise Dresser, al maestro Zárate, a Sabino Bastidas, al catedrático Lorenzo Meyer, a René Delgado, y la semana pasada a Mario Amparo Casar y a Ricardo Raphael, todos ellos, desde sus trincheras, auténticos constructores de buena fe de un México mejor. ¡Claro que algunos de ellos publican sus valiosos puntos de vista en diferentes medios escritos o electrónicos, sí, en efecto, no ceden ni cederán, pero la inteligencia reunida al practicar en conjunto sus evaluaciones del acontecer nacional e internacional, representan verdaderas pérdidas para la sociedad mexicana ávida de explicaciones luminosas!

El periodismo mexicano implica, sin duda, el coro más poderoso de la nación. Es irrelevante si las voces provienen del centro, de la izquierda o de la derecha. Lo realmente importante es escucharlas, percibir su sentimiento, las razones, los motivos vigorosos o los pianísimos, desentrañar los mensajes, disfrutar sus fantasías, reconocer el compromiso, la vivencia en cada estrofa hasta llegar al estremecimiento. Podemos discrepar de la letra, sí, de la tonada también, de la calidad interpretativa, inclusive del tema, ni hablar, bueno, pero nadie puede perder el derecho a decir, a expresar sus ideas, a manifestarlas públicamente dentro de un marco de respeto y ética profesional, coincidamos o no con ellas. Voltaire sentenció para la historia, por más que se critique su originalidad: “No estoy en absoluto de acuerdo con sus ideas, pero daría mi vida por el derecho a defenderlas”.

Quienes estamos en el periodismo y hemos podido echar un somero vistazo en la historia, no ignoramos la importancia de preservar todas y cada una de las voces de México, por más encontradas que éstas sean, ni desconocemos los ríos de sangre que ha originado el contar cada día con una mejor prensa, una prensa libre y comprometida con México, una prensa valiente que haga las veces de un agente profiláctico de la sociedad. La prensa es nuestro olfato, nuestros oídos, nuestros ojos. La prensa es un fiscal que vigila, denuncia, acusa, demanda, exhibe y ataca a los enemigos del orden legal establecido. La prensa compara en lo interno y en lo externo; sugiere, induce, provoca e insiste en las fórmulas idóneas para alcanzar el bienestar.

La censura del gobierno o la autocensura de los propietarios de los medios comete un crimen en contra del proceso de evolución cultural y política de México, caen en un ridículo anacrónico y se hacen acreedores a un justificado desprecio al cancelar las expresiones racionales.

¿Porqué será que al gobierno, a algunos empresarios de medios de difusión masiva y al clero les preocupa que pensemos? Es la hora de cambiar las leyes para garantizar la libre expresión de las ideas, sin permitir vuelcos detestables a los años oscurantistas de la Inquisición y su santo oficio. Hoy no queman vivos a los periodistas, los matan a balazos en las calles…

fmartinmoreno@yahoo.com

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