Hoy en la noche continuará un agobiante proceso, el primer debate, no solo para elegir al próximo Presidente de la República, sino para decidir, como nunca antes, el destino de la nación. Según transcurren las horas más me percato que estamos frente a la última oportunidad de rescatar a 54 millones de mexicanos sepultados en la pobreza. El tiempo se agota, la paciencia también. Cada compatriota marginado constituye una auténtica bomba de tiempo que al detonar en su conjunto puede destruir los sueños e ideales de quienes poblamos este “valle de lágrimas”. Cualquiera de los cinco candidatos que llegue a Palacio Nacional está obligado a entender que quienes le concedieron la responsabilidad histórica de fungir como el Primer Mandatario de la nación, no le permitirán una equivocación en temas sustantivos. Se exigen los cambios inmediatos. Si se valiera una metáfora en este breve planteamiento, equipararía la realidad actual con un cazador que se encuentra en plena selva con un rifle de alto poder que contiene una sola bala. De pronto, ve venir a un tigre corriendo a toda velocidad dispuesto a derribarlo y devorarlo. La experiencia y el control personal, sumados a la pericia en el manejo de las armas, se imponen para no fallar el tiro. De nada servirá herir al animal en la cola. Es inevitable dar en blanco, en la cabeza de la bestia, entre ceja y ceja, porque de otra suerte carecerá de cualquier otra posibilidad de defensa. Solo puede hacer un disparo. Alguno de los dos debe morir…

El primer mandato otorgado al nuevo jefe del Estado mexicano consiste en tranquilizar a la nación y para lograr ese complicado cometido debe empezar por aplicar la ley para satisfacer de inmediato ese antiquísimo reclamo de un pueblo que grita: Justicia, justicia, justicia… Sí, en efecto, estamos hartos de los latrocinios, de los reiterados peculados, de las extorsiones, de la ineficacia del gobierno para combatir el crimen, de los abusos de una autoridad en la que nadie cree. ¿A dónde va un país con una autoridad despreciable que provoca desconfianza y justificados temores, en el contexto de una patética coyuntura que revela la inutilidad de la ley para resolver conflictos? ¿A dónde va un país en el que se negocia la ley y ésta se impone en términos de la conveniencia del más poderoso?

La sociedad está harta, cansada, fatigada, fastidiada, decepcionada y sumamente irritada por diferentes razones, unas más justificadas que otras. La mejor medicina para curar la furia popular se llama, ¡cárcel!, sí, ¡cárcel!, ¡cárcel!, ¡cárcel…! No encuentro ningún remedio más eficiente para aliviar la indignación y el coraje que la cárcel para quienes han abusado de la sociedad y todavía nos insultan con su riqueza mal habida cuántas veces es necesario. No sólo se trata de un hurto descarado de carácter masivo, sino del ostentoso cinismo con el que los presupuestívoros exhiben su fortuna ilícita. ¡Basta!

Otra exigencia de dimensiones nacionales, un gigantesco reclamo popular, consiste en la inaplazable necesidad de cuidar la integridad física y el patrimonio de los gobernados. No es posible salir a la calle sin saber si nosotros y nuestras familias regresaremos sanos y salvos a casa. La incertidumbre, la inseguridad, el miedo y el desprecio de la autoridad hacia una sociedad que se siente ignorada y desatendida, constituyen los ingredientes indispensables para producir un voto visceral, sanguíneo y rabioso, divorciado de una decisión racional bien meditada. El nuevo Presidente de la República tendrá que llevar acabo una auténtica revolución en el seno de las fuerzas del orden; deberá ejecutar profundos cambios legislativos y reformar las instancias penales para tranquilizar a la sociedad en el muy corto plazo, antes que nosotros, la gente, el pueblo, decida resolver las diferencias con las manos y de esta manera, se vuelva a despertar al México bronco, aquel rostro macabro de la patria del que nadie quisiera acordarse.

Otro objetivo prioritario consiste en construir sin tardanza un sistema eficiente de creación de empleos, no sólo para rescatar de la marginación y de la desnutrición a millones de mexicanos, sino para impedir la deserción escolar de los pequeñitos que abandonan la escuela por falta de recursos económicos de sus padres. Resulta imperativo entonces, inyectar recursos en las familias mexicanas para elevarlas a la altura mínima exigida por lo mas elemental dignidad humana.

Cualquiera de los cinco candidatos que llegue a la Presidencia de la República tiene que aplicar de inmediato ese medicamento mágico llamado cárcel; estará obligado a erradicar la incertidumbre, la inseguridad y el miedo que padece la sociedad; tendrá que empeñar sus máximos esfuerzos en la construcción de alianzas orientadas a la creación de empleos para satisfacer las necesidades más elementales de una sociedad insatisfecha. Es la última oportunidad con la que cuenta México para poder salir adelante. Es la última oportunidad que la nación concede al próximo gobierno antes de la irremediable pérdida de la paciencia que conduciría a una indeseable confrontación social. No quisiera ni imaginarme si la siguiente administración, concluido un sensato periodo de gracia, continuara con los niveles de hartazgo, rabia y decepción con los que está concluyendo el actual gobierno. Se acabó la capacidad de sufrimiento. Ninguno de los 5 concluiría su sexenio si fracasa en los puntos anteriores.

Es la última oportunidad, la última, no contaremos con otra. No la desaprovechemos. Hoy en la noche veremos a los candidatos en acción. Si después de analizarlos tomamos una decisión equivocada, ni nosotros ni nuestros hijos tendremos tiempo suficiente para arrepentirnos.

Twitter: @fmartinmoreno

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